“¿Que no quieren aglomeraciones de gente protestando? Entonces retiren la reforma tributaria”, lanzó Gustavo Petro ayer a quienes piden, por razones de salud pública, la suspensión de las manifestaciones de protesta del 28 de abril, puesto que el terrible virus chino está creciendo velozmente, por tercera vez, en las ciudades de Colombia.
El tono pendenciero del senador Petro para abordar ese tema relativamente simple de la relación esencial que hay entre la contaminación y las montoneras callejeras, prueba, una vez más, que a Petro le importa un bledo la gente y, sobre todo, que no tiene idea de nada.
A él le basta comportarse como el dueño de la protesta de mañana, de la refriega subversiva callejera contaminadora que quieren desatar los jefes de Fecode y de otros sindicatos y los facciosos extremistas.
El agravio, el desafío machista y el chantaje: esta es la única actitud de Gustavo Petro ante los problemas del país. Todo eso fue resumido en su frase de ayer: “si no quieren aglomeraciones” (léase, si no quieren que aumente la contaminación masiva de Covid 19), retiren la reforma.
“Retirar la reforma” es la falsa solución del senador extremista. Petro es incapaz de señalar cuáles son los problemas de esa reforma. Es incapaz de decir qué puntos podrían ser mejorados, retirados o conservados. Las formaciones políticas moderadas y sus voceros argumentan y asumen posiciones diferentes frente a ese proyecto que será debatido por los legisladores: unos lo defienden, otros lo glosan y critican. Esas formaciones piden suspender las protestas de mañana, o transformarlas en “caceroladas”, como sugiere Claudia López, alcaldesa de Bogotá, quien se aleja en eso de su amigo Petro. Todo ello ocurre de manera animada, decente e inteligente. Cada quien defiende su derecho a tener una visión distinta y eso es lo normal en una democracia.
Petro, en cambio, no quiere discusión alguna. El no imagina nada, no aporta nada, no propone nada, salvo su pereza intelectual y su actitud de bruto espeso. El estima que Duque impulsa esa reforma sin razón, para agredir al contribuyente, no para tratar por uno u otro medio de encontrar recursos para relanzar la economía y salvar a millones de colombianos de la indigencia. En esa fantasmagoría simplista vive el líder de la “Colombia humana”: en un mundo irreal, comatoso, muy alejado de los problemas cotidianos de los colombianos.
¿Cómo un individuo así de vano y negligente puede ser visto por algunos como un candidato presidencial, como un agente del cambio? Petro nada tiene para ofrecerle al país, salvo sus divagaciones anticapitalistas –aprendidos hace 36 años en los antros del M-19–, que fueron probados en la URSS, Cuba, Venezuela, Corea del Norte, con los resultados desastrosos que conocemos.
Petro confirma así que él es el hombre enmascarado de la guerra y no solo de la guerra híbrida prolongada, que Colombia conoce muy bien, sino de algo aún más destructivo: de la guerra de todos contra todos, como la hubo en la URSS de Lenin –tan feroz que llevó a una caída demográfica en ese enorme territorio–, y como la que existe hoy en Venezuela.
Dentro de unos meses, el día de la primera vuelta de la elección presidencial, nos acordaremos de estas cosas y votaremos en consecuencia.