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Lecciones de las marchas. Por: Rafael Nieto Loaiza

Petro perdió la calle. Es quizás lo más importante porque para él y para la izquierda la calle es vital. En el discurso posterior a su derrota en 2018, sostuvo que volvía al Senado pero “a dirigir un pueblo que debe ser movilizado”. Y movilizaciones hubo, violentas y destructivas, durante las protestas del 2021, protestas que paradójicamente le sirvieron para ganar en el 22, con independencia de ahora sepamos que fue con trampa. Ya en el gobierno ha insistido en pedir que sus bases salgan a defender sus propuestas y, después de que rompiera la coalición de gobierno, en sostener que “el cambio” necesita del apoyo popular expresado en las calles. Pues bien, las movilizaciones a favor de Petro, aunque aceitadas con el presupuesto público, han sido escuálidas y en cambio las de quienes se le oponen son cada vez más numerosas. La del domingo pasado fueron posiblemente las más grandes de la historia, incluso mayores a las del millón de voces contra las Farc de 2008.

El gaseoso “proceso constituyente” queda en entredicho. Sea lo que en realidad sea, parte de la idea de que “el pueblo movilizado” debe actuar como constituyente primario y generar los cambios que Petro pretende. En el pulso en las calles, el constituyente petrista va perdiendo. Es claro que Petro no puede alegar que “el pueblo“ está con él. El pueblo que no lo está es mayoritario, no solo en las encuestas sino en la calle, que es donde Petro pretende medirlo.

En consecuencia, Petro no podrá ignorar que el pueblo somos todos, no solo los petristas. Es lo obvio en una democracia, pero Petro, en su deriva autoritaria, pretende desconocerlo. No podrá hacerlo después de las marchas del 21 de abril. La narrativa del pueblo reducido a la facción petrista se da de frente con el hecho innegable de las manifestaciones masivas del pueblo que se le opone.

La sociedad se está politizando. Los sectores de izquierda siempre lo han estado y esa es una de las virtudes de su accionar político. La izquierda está altamente ideologizada. Pues bien, el centro y la derecha, aunque menos formados ideológicamente, están empezando a entender que necesitan reconocerse como sujetos políticos, que lo que ocurre en el barrio, vereda, ciudad y país, los afecta de manera directa a ellos y sus familias, y que deben movilizarse para defender la democracia y sus libertades y para exigir un buen gobierno. Ese toma de conciencia se debe, no deja de ser paradójico, a Petro, su desastre de gobierno, sus ataques a la Constitución del 91 y su amenaza cada vez menos velada de quedarse en el poder después del 26.

El centro y la derecha empiezan a organizarse. La izquierda, aunque minoritaria, está sofisticadamente organizada, y por eso consigue más y mejores beneficios estatales. Para la muestra los estudiantes de las universidades públicas, sindicatos como Fecode y organizaciones indígenas como el CRIC. El centro y la derecha, en cambio, han estado dispersos y desordenados. Esa realidad está empezando a cambiar y las marchas son prueba de ello. Aunque tuvieron el importante apoyo de algunos partidos como el CD, fueron resultado de distintos grupos ciudadanos no partidistas que, a lo largo y a lo ancho del país, han empezado a organizarse para oponerse al pichón de tirano. Por cierto, hay que aplaudir la participación en las marchas de algunos votantes de Petro en segunda vuelta. Esos arrepentidos cargarán en sus espaldas y en sus conciencias el tremendo error cometido, pero deben ser bienvenidos. Sabedores de su equivocación, hay que sumarlos a la causa.

La reserva de la Fuerza Pública es clave. En muchas ciudades, los veteranos y familiares de soldados y policías en activo cumplieron un papel determinante en la organización de las marchas. Fuerza Púrpura ha logrado poco a poco superar las divisiones internas entre las distintas asociaciones de reservistas. Hacia adelante, en especial si Petro se decide finalmente por el autogolpe, serán vitales.

Es posible manifestarse de manera masiva, que millones salgan a la calle como el domingo pasado, sin violencia, sin enfrentamientos con la Policía, sin dañar los bienes públicos y sin afectar transporte, comercios y tiendas. Así deben ser todas las protestas. El centro y la derecha le han dado una lección de civilidad a la izquierda. Quienes so pretexto de hacerse oír justifican la violencia, en realidad solo quieren que tal violencia ocurra.

De manera que sí, las marchas sí sirven y sirven mucho. Algunos dirán que, sin embargo, no sirvieron para tumbar a Petro. Pero ocurre que las protestas no eran para tumbarlo. Más aún, derrocarlo sería un grave error. Si se va a caer, y ojalá se caiga porque está haciendo mucho daño y porque lo merece, será porque se aplique la Constitución y pague por la financiación ilegal y la violación de los topes electorales o porque intente el autogolpe al que coquetea y termine como Pedro Castillo.

Dicen también que las manifestaciones no lograron cambiar el curso de las reformas en el Congreso. Es cierto que algunos congresistas se han entregado sin pudor ni vergüenza al cohecho petrista. Pero hay otros a los que sí les pesó la marcha. Lo que debemos hacer es aumentar el costo político para esos congresistas vendidos, no desacreditar ni subestimar las marchas.

Petro se hizo el sordo, pero su reacción muestra que las marchas le dolieron en el alma y le advirtieron que si le apuesta al camino del autogolpe se encontrará un pueblo que le resistirá también en la calle. Y lo derrotará.

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