
En la era digital, donde la información viaja a la velocidad de un clic, también lo hace la mentira. Y en nuestras regiones, esa mentira muchas veces se disfraza de alerta, de “panfleto urgente”, de amenaza falsa. En las últimas semanas, y especialmente durante fechas sensibles como la Semana Santa, se ha hecho recurrente la proliferación de mensajes en redes sociales y cadenas de WhatsApp con supuestos comunicados del Clan del Golfo, anunciando paros armados, restricciones a la movilidad y amenazas contra la población civil.
El problema no es solo la falsedad del contenido (en la mayoría de los casos rápidamente desmentido por las autoridades o incluso por los mismos grupos armados), sino el efecto nocivo y multiplicador que tiene en la ciudadanía. Lo que comenzó como una cadena malintencionada termina convirtiéndose en un fenómeno de pánico colectivo. Morbo, miedo e irresponsabilidad. Un cóctel peligroso que amenaza la seguridad emocional de nuestras comunidades.
Uno de los casos más recientes ocurrió en marzo de este año en municipios de Córdoba y Sucre. Un supuesto panfleto del Clan del Golfo advertía sobre un “paro armado” que empezaría el fin de semana. La imagen, con logos y lenguaje intimidante, fue replicada en decenas de grupos comunitarios, redes de mototaxistas y chats escolares. El temor se apoderó de muchas personas, negocios cerraron temprano y las calles quedaron semivacías. Horas después, el mismo grupo delincuencial negó su autoría a través de otro mensaje, afirmando que ese contenido era “falso y no provenía de su estructura”.
Lo mismo ocurrió a comienzos de febrero en el departamento de Bolívar, donde circuló un panfleto digital con supuestas órdenes de no transitar después de las 6 de la tarde. Las autoridades desmintieron el hecho y tras labores de inteligencia se determinó que el panfleto había sido creado por personas ajenas al grupo armado, con la intención de generar pánico. Sin embargo, el daño ya estaba hecho.
Esta conducta social de compartir sin verificar, de replicar sin responsabilidad, es profundamente nociva. Le hace el juego al crimen y erosiona la confianza en las instituciones. Muchas veces, quienes viralizan estos mensajes no son miembros de bandas criminales, sino ciudadanos comunes dominados por el morbo y la desocupación, que no entienden el impacto de su accionar. El “reenviar” se convierte en un acto de terrorismo emocional, sin necesidad de armas.
Hay que decirlo claramente: estas prácticas no solo crean zozobra, también entorpecen el trabajo de la fuerza pública, que debe destinar personal y recursos a desmentir lo falso, cuando podría estar enfocado en prevenir lo verdadero. Y peor aún, como en el cuento del pastorcito mentiroso, tanta alarma infundada puede hacer que, cuando la amenaza sea real, ya nadie preste atención.
Hoy más que nunca debemos ser críticos con la información que consumimos y compartimos. No todo lo que circula en redes es cierto. Por eso, antes de compartir una cadena o panfleto, verifiquemos con fuentes oficiales, consultemos medios reconocidos, escuchemos a las autoridades. Las redes sociales deben ser una herramienta de comunicación y prevención, no una caja de resonancia del miedo.
Es justo, además, reconocer y valorar el trabajo de nuestras fuerzas militares y de policía en los departamentos de Sucre, Córdoba y Bolívar. Durante la pasada Semana Santa, su presencia activa en las vías, municipios y zonas rurales permitió que los ciudadanos pudieran disfrutar de unos días de descanso con relativa tranquilidad. Hubo controles, patrullajes y coordinación interinstitucional, lo cual demuestra que sí hay Estado presente.
Claro que la inseguridad sigue siendo una realidad en muchas zonas del país, pero la solución no es propagar el miedo, sino respaldar a quienes trabajan por contenerlo. Compartir pánico no nos hace más informados, nos hace cómplices de la confusión.
En conclusión, la seguridad no solo se construye con patrullas y operativos. También se construye con responsabilidad, sentido común y criterio digital. Pensemos antes de compartir, preguntemos antes de creer y, sobre todo, no permitamos que el morbo sea más fuerte que la verdad. La desinformación es el primer enemigo de la seguridad.