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Una batalla contra la miseria espiritual. Por: María Fernanda Cabal

maria-fda-cabal-columnaLos colombianos estamos atrapados por el inconformismo o tenemos el corazón ya curtido y nos acostumbramos a vivir con cierta triste indiferencia. Difícilmente nos sorprende la injusta “justicia” y crecimos viendo cómo el día a día se sobrelleva adivinando el atajo, la trampa, la zancadilla, la tramoya, porque “eso es lo que hay”.

Paralelamente y de manera curiosa, gozamos de una gran fe como país y soñamos con construir un sistema de gobierno en el que podamos creer, recuperando la confianza del ciudadano, a pesar de los vicios y defectos.

Sin embargo, jamás fuimos tan conscientes como hoy, que no nos enseñaron a enfrentar el mal en la dimensión en la que se nos presenta actualmente: disfrazado de legalidad.

La enorme capacidad de destrucción de una minoría perversa que creció y sobrevivió bajo el cobijo de la misma institucionalidad y con el uso eficaz de la propaganda revolucionaria, ha logrado subvertir la verdad, torcerla o enterrarla para escribir una nueva.

Pero en este nuevo escenario trágico, esta historia mal contada no prosperará.  La miseria espiritual y el sello de maldad impreso en cada paso que dan, se revertirá con la misma fuerza con la que sembraron sus argumentos con desparpajado cinismo y descarado triunfalismo.

Esta vez todas esas fuerzas que se conjugaron para aniquilar al símbolo, al ícono, al intérprete de los deseos de la mayoría de los colombianos, quedarán expuestas, desnudas y avergonzadas porque en el intento de fabricar una historia creíble, terminaron entregando “pruebas” que ni siquiera pueden ser sostén de una hipótesis del caso.

Sus cartas están sobre la mesa. Y ya no se pueden echar para atrás. Tendrán que defender lo indefendible, lo contraevidente, lo imaginario.

Es el cierre con broche de oro del gobierno del “régimen”, que se reeligió haciendo fraude, que  recibió dineros ilícitos, que prohibió la reelección después de haberse reelecto y que nos vendió La Paz mientras destruía a sus contradictores. Por eso se profundizó el experimento de la inversión de valores: por el chantaje emocional muy bien elaborado por Juan Manuel Santos.

Pero más allá de lo que, a todas luces, es una patraña mal hecha con aparentes buenos resultados, hay un orden universal que todo lo equilibra y todo lo pone en su lugar.

Colombia no será Venezuela. Ni será Cuba. Ni será Nicaragua.  El tiempo de los malvados se agotó. Las batallas no se libran sin razones y ninguna se pierde hasta el final. Y esta, ya la ganamos.

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