“Él no ha sido menos duro con nosotros (…) ojalá siga en la mesa, porque uno tiene que hablar es con los enemigos”. Así respondió Pablo Beltrán el 25 de noviembre, cuando a raíz de algunos comunicados del ELN, duros frente a mis posiciones, uno de los periodistas de La W le preguntó si habían pedido mi salida de la mesa de negociaciones.
Asumo, por supuesto, que Pablo Beltrán se refería a una “enemistad ideológica y política”, pues es conocida mi posición en las antípodas de la izquierda, a pesar de lo cual hago parte de una delegación gubernamental mayoritariamente de izquierda, como era de esperarse de un gobierno ídem.
Esa condición de “enemistad ideológica”, que he ejercido con “dureza” cuando ha sido necesario, pero también con respeto a la diferencia; al ser reconocida expresamente por el jefe negociador del ELN justifica mi participación en la mesa como representante de los ganaderos, por delegación de su Congreso Nacional frente a la invitación del presidente Petro, pero también en representación de amplios sectores de la sociedad que se mueven entre la incredulidad y el escepticismo frente a la voluntad de paz del ELN.
Esa condición, finalmente, estuvo detrás de la decisión del Congreso Ganadero al aprobar, por aclamación unánime, mi continuidad como miembro de la delegación gubernamental. En efecto, los representantes de los ganaderos colombianos coincidieron en que mi presencia en la delegación es una garantía para el gremio y para el país, una especie de muro de contención para que el proceso no se desvíe ni se desborde, sobre todo en un año electoral y frente a la anunciada intención del ELN de avanzar hasta 2026, pero seguir negociando en armas con “próximos gobiernos”.
¿En qué va el proceso? De la reunión de reencuentro se conocieron los 13 principios del ELN, incluido el muy cuestionable de definirle, como horizonte, el tránsito hacia una “sociedad post capitalista”. También se decidió reanudar los diálogos en otro ciclo en Caracas, entre el 19 y el 25 de noviembre, de cuyos resultados poco se conoce, pero realizado sin que se hubiera producido la señal “inequívoca” de voluntad de paz exigida por la delegación gubernamental como condición para reanudarlos, tras la suspensión por el ataque a la base militar en Puerto Jordán, Arauca.
En cuanto a mi posición, seguiré actuando, como lo he venido haciendo, sin perjuicio de mis principios y convicciones. Personalmente me encuentro en ese estado intermedio del escepticismo, que es la antesala de la incredulidad. Mientras el incrédulo perdió la fe, ya no cree ni le importa creer, condición en la que están muchos sectores de la sociedad, el escéptico desconfía, alberga dudas y temores, pero quiere creer todavía.
Siempre he reiterado, sin embargo, que las negociaciones no son un asunto exclusivo del Gobierno y del ELN, sino del país todo; necesitan amplio respaldo social y, para tenerlo, hay un componente esencial que está faltando: la “credibilidad”, hija de la “coherencia”, que no es otra cosa que decir lo que se piensa, hacer lo que se dice y cumplir lo que se promete.
La credibilidad del proceso está afectada por la credibilidad del Gobierno mismo, pero, sobre todo, por la falta de señales reales de voluntad de paz del ELN y por la falta de resultados, de las transformaciones prometidas en los territorios, que se irían implementando al ritmo de lo acordado.
De eso no hay nada, ni un piloto de paz ni avances en beneficio de las comunidades; solo hostigamientos, paros armados, desplazamientos, secuestros… Por eso el país se mueve del escepticismo a la incredulidad…, a la desesperanza.
@jflafaurie