Hace unos años, fui parte del Equipo de Consolidación Territorial del Ministerio de Defensa.
La misión era trabajar con los alcaldes para consolidar, para la convivencia pacífica, los espacios recuperados a la violencia.
Para lograrlo, era fundamental hacer buen uso de los recursos provenientes de las regalías.
Para el caso, tomaré como ejemplo a Becerril, que es el municipio del César que recibe la mayor cantidad de regalías.
Becerril ha recibido un promedio de $165 mil millones de pesos anuales en regalías desde que se inició la explotación de carbón desde hace más de 30 años.
El censo actual de Becerril es de 15.584 habitantes.
Usando matemáticas simples, sin proyecciones, cada habitante de Becerril, si se repartiera ese dinero, debería recibir 17 millones al año.
En el correr de estos 30 años, debería haber recibido un acumulado de 510 millones de pesos.
Nuestro equipo no tenía poder alguno de decisión, solamente podíamos recomendar a los alcaldes cómo emplear mejor esos dineros.
Eso fue lo que hicimos, pero la decisión del alcalde fue emplearlo en obras innecesarias, con contratistas amigos, para poder sacar su tajada y en nombramientos de sus amigos para devolver favores.
Puestos, coimas y contratos.
Obras ubicadas, no en las zonas recuperadas a la violencia, sino en su feudo político para poder consolidar, no la convivencia pacífica, sino su segura reelección futura.
Obras que no se terminaron, porque la plata se la robaron.
Como resultado, Becerril continúa en el mismo estado que otros municipios que no tienen regalías y la violencia también continúa.
El escándalo reciente sobre las regalías en Arauca no es nada nuevo.
Es lo que ha venido sucediendo en Colombia desde que inició el sistema de regalías.
Ahí está materializado lo que ya estado haciendo está “caterva de descastados” que se hace llamar clase política pero que no es más que una organización criminal para desfalcar a Colombia.
Estos ineptos, corruptos e indolentes, de izquierda, centro y derecha, nos han mantenido entretenidos matándonos entre nosotros para así ellos poder seguir desfalcando a Colombia, robándose los dineros que si no lo hubieran hecho, jamás habríamos tenido motivos para matarnos entre nosotros.
Es evidente que el verdadero problema de Colombia, el qué hay que solucionar de manera urgente y que solucionaría automáticamente todos los otros problemas, es nuestra clase política.
Hay que defenestrarlos del poder y hay que hacerlo lo más pronto posible.
Cada día que pasen en el poder, serán millones y millones que irán a engordar sus cuentas y las de sus familiares y amigos, en desmedro del bienestar de todos los otros ciudadanos colombianos.
Su permanencia en el poder eterniza la violencia.
Para su gentil reflexión