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Esta es Colombia, Pablo. Por: José Félix Lafaurie

Esta expresión, con la que inicia un poema de Jorge Rojas dedicado a Pablo Neruda, en el que le describe las bellezas de nuestra patria, perdió su connotación poética y se vulgarizó, para denotar esa mezcla de resignación e indolencia con que muchos asumen los sinsentidos y contradicciones de la realidad colombiana; como quien dice: ¡es que así somos!

Y para sinsentidos y contradicciones, los de esta campaña electoral, que hacen escandalosa metástasis en el corto lapso que nos separa de la decisión del pueblo sobre quién regirá sus destinos hasta 2026.

Los saltimbanquis que antier vitoreaban a Uribe y defendían la Seguridad Democrática que derrotaba al narcoterrorismo, ayer vitoreaban a Santos y defendían el Acuerdo que transformó instituciones al amaño de las Farc, consagró la impunidad por sus crímenes y desató las amarras del narcotráfico; y hoy vitorean a Petro y desfilan hacía el progresismo comunista que siempre rechazaron.

Con Santos tras bambalinas, llegaron Roy, Benedetti, Prada como jefe de campaña, Murillo, traicionando a Fajardo; Rivera y Griselda Restrepo, y mientras escribo, Alejandro Gaviria proclama que “Petro representa la opción de cambio más responsable, institucional y liberal” ¡Háganme el favor!, no sin antes declararse preocupado por su posición sobre la salud, sus propuestas económicas y su ineficacia como “un gran peligro”. Al final, como buen tránsfuga, Gaviria se autoproclama independiente y ¡coherente!

Detrás del saltimbanqui se esconde la veleidad política; veletas que se mueven con el viento que más sople, escudados en la frase prestada de Santos de que “Solo los estúpidos no cambian de opinión”, cierta por demás, pero de lo que no puede cambiar un político decente es de principios, valores y, en suma, de ideología, pues quien no la tiene solo busca agradar a todos al vaivén de sus oscuros intereses, la esencia del populista.

Santos puso una vara alta de veleidad, elegido con los votos de un programa que traicionó nomás terciarse la banda presidencial, para luego declararse enemigo de la reelección, pero después de la suya, porque se consideraba indispensable para el logro de esa paz que nadie ha visto porque solo está en el papel del Acuerdo.

El tal acuerdo nos dejó, además, el sinsentido de instituciones espurias: La comisión de búsqueda que escarba cementerios buscando a unas víctimas y olvidando a otras; la que busca afanosa la verdad de unos y se traga las mentiras de otros, y la justicia acuciosa con los militares e indolente con las Farc. Hoy, a pedido de los criminales-senadores y con la manida disculpa de las amenazas, se suspendió la audiencia sobre secuestro, con la clara intención de no hacerle más ruido del que ya carga la campaña de Petro.

Sinsentidos y contradicciones por doquier: Ayer glorifica a Piedad y la lleva al Senado, y hoy reniega de ella y la proscribe. Ayer le hace venia obsecuente a Gaviria para ganarse a los liberales, pero hoy vuelve a arrostrarle su neoliberalismo y su condición de tradicional y continuista. Los que lo siguen son patriotas, quienes lo rechazan son “uribistas”, enemigos de la paz, paramilitares y cuanto insulto les quepa. Se declara defensor de la mujer, pero sus seguidores no ahorran procacidad para agraviarla. Recibe gustoso el apoyo de las Farc, del ELN y las mafias, que obligan a votar por él en sus regiones, pero las rechaza en público con cínica desvergüenza… y lo peor, como Chávez hace veinte años, jura y rejura que no es comunista. ¡Pa’ creerle!

Al fin. Esta es Colombia, Pablo. ¡Qué Dios la proteja!, y Dios la protegerá con nuestros votos.

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