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El valor de la coherencia. Por: José Félix Lafaurie

 

lafaurieUno puede cambiar de opinión frente a circunstancias también cambiantes, más lo que uno nunca puede hacer es cambiar de principios, como quien se quita algo que ayer le acomodaba y hoy le estorba. No es esta una idea nueva; hace casi dos siglos la genialidad de Víctor Hugo sentenciaba: “Cambia tu opinión pero mantén tus principios”.

Santos pregonaba ampliamente la primera premisa para justificar la traición súbita a sus electores y su claudicante negociación con las Farc, cuando lo que hizo realmente fue abandonar, súbitamente también, sus convicciones sobre la seguridad como bien público y derecho fundamental, sobre el imperio de la ley como sustento del Estado de Derecho, sobre el rechazo al terrorismo y la no impunidad frente a delitos de lesa humanidad, principios que había defendido como ministro de Defensa y candidato presidencial.

Para Iván Duque podría ser más fácil, siguiendo el ejemplo de su antecesor, declarar, de un momento a otro, al señor Maduro como su nuevo mejor amigo, agacharse para pedir la restauración de unas relaciones que no rompió Colombia sino Venezuela, ceder al chantaje político del dictador y traer a la señora Merlano, reiniciar negociaciones con el ELN y, por qué no, hasta postularse a un segundo Nobel.

Sin embargo, esta es una comedia que le está saliendo mal al dictadorzuelo de Maduro, al tropezar con la coherencia de Duque. Porque no creo en la captura “por casualidad” de Merlano, en un régimen policivo y sembrado por los cubanos con el cerrado control político del comunismo a la vida diaria de los ciudadanos. Había que hacer el show de la captura ostentosa, el de la burla al presidente Duque y el desprecio a Guaidó, para pasar luego a la “generosidad” de su ofrecimiento envenenado de las relaciones consulares para manejar asuntos como el de la excongresista, pues si bien es cierto que estas no implican el restablecimiento formal de relaciones, sí constituyen el reconocimiento expreso de Maduro como interlocutor legítimo y presidente constitucional de Venezuela. ¡Qué más quisiera!

Duque no cayó en esa trampa, ni en la del chantaje ladino del temor al ventilador de Merlano, temor que el Gobierno no siente. Ceder iría en contra de las bases –principios– definidas por el Gobierno para su política exterior. Así las cosas, hoy el regreso de Merlano es un asunto de deportación que depende del cumplimiento de Venezuela al convenio sobre la Policía Internacional, Interpol.

Está de por medio la credibilidad del país ante los más de 60 países que reconocen al presidente Guaidó, y también ante quienes no lo reconocen. Están de por medio el liderazgo continental de Colombia, su dignidad y su prestigio, pues cualquier acercamiento al tirano sería visto como símbolo de debilidad y haría saltar en pedazos la estrategia conjunta del cerco diplomático, que no ha resultado tan rápida como se pronosticaba –es cierto–, pero sigue siendo el camino escogido para el restablecimiento de la democracia en Venezuela.

De fronteras para dentro, un cambio de rumbo de Duque representaría, para quienes le votamos, otra traición como la de 2010, mientras que los mismos que hoy le piden claudicar, lo acusarán mañana de claudicante. Es la estrategia de la izquierda: estigmatizar porque sí y estigmatizar porque no. Los mismos que llevan un año exigiéndole que abra el gobierno a la participación programática -no burocrática- de otros sectores, hoy, cuando da pasos en esa dirección, lo acusan de repartir mermelada a cambio de gobernabilidad al estilo Santos.

Es el costo de la coherencia, pero, como decían los abuelos: “primero muerto que descolorido”.

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