Estimado lector, ¿ha visto lo que está haciendo el Museo Nacional? Esa venerable institución cultural colombiana ofrece una exposición para “dar a conocer más sobre nuestra Constitución y su origen”. La exposición se llama “Primera y última. Dos cartas para Colombia 1821-1991”. Estará abierta hasta el 17 de octubre de 2021.
Si uno lee los considerandos (1) descubre que no es una exposición ordinaria. Es una exposición politizada que propone, al visitante y al espectador, sobre todo a los más jóvenes, una visión extraña del país.
El prospecto dice que esa exposición busca “propiciar una reflexión sobre los orígenes de nuestra Constitución y por qué hoy contamos con unos determinados acuerdos”. En realidad, lo que ofrece es un enjambre de sofismas sobre la historia de Colombia y de dos de sus Constituciones, la de 1821, conocida como la Constitución de Cúcuta, y la de 1991.
¿Por qué únicamente esas dos constituciones? Aunque prometen una exposición sobre “los orígenes” de nuestra Constitución, hay allí grandes vacíos: nada dice sobre las diez Constituciones que rigieron en nuestra patria antes de la Independencia, es decir entre 1811 y 1819. Tampoco aportan nada sobre la Constitución de 1886, una de las más importantes de la historia de Colombia. Para los inventores de esta exposición esos “orígenes” se limitan a dos constituciones, la de Cúcuta y la de 1991. Los nombre de Simón Bolívar, el primer presidente de Colombia e inspirador de la Constitución de Cúcuta, y el de Francisco de Paula Santander, el segundo, no cuentan para esa exposición. Asombroso.
En esa exposición más son las nociones de historia que desaparecen que las que aparecen. El proceso de la Independencia es desfigurado. Es rebajado a la categoría de “guerras de gentes”, de “guerras independentistas” y de “procesos de independencia”. ¿Por qué no hablan de “guerras de independencia” y utilizan en cambio una fórmula diferente: “guerras independentistas”? Respuesta: para dar a entender a los jóvenes que no hubo emancipación, que no hubo una independencia exitosa sino guerras disparatadas, sin triunfos definitivos, que se pretendían “independentistas” pero que no culminaron en la libertad republicana. ¿El mensaje es la independencia real solo la alcanzaremos cuando haya el “quiebre de la historia” de que habla Gustavo Petro?
El sistema republicano instaurado por El Libertador es presentado como una aberración, como una “utopía”, como una quimera. La fórmula exacta de ellos es “la utopía de la república pacífica”. El mensaje es: la verdadera república, no utópica, existirá cuando ésta sea socialista.
En la exposición del Museo Nacional los conceptos centrales de la historia de Colombia son triturados cuando no borrados. En cambio, los acuerdos de paz de Santos/Farc hacen de telón de fondo. En el prospecto no hay una sola mención de los héroes de la independencia, ni del origen del ejército nacional, ni de su papel en la formación de la nación colombiana, ni en la consolidación de la República. Esos hechos centrales desaparecen o son reformulados para erigir falsas leyendas.
¿Por qué ese silencio absoluto sobre la Constitución de 1886? Esa Carta es la más importante que ha tenido Colombia. Ella nos permitió encarar con éxito muchos conflictos y crisis y, enseguida, la masiva subversión armada pro soviética, en sus cinco variantes, durante la Guerra Fría, sin que Colombia renunciara al sistema democrático –salvo durante los cuatro años de la dictadura de Rojas Pinilla, mientras que en los otros países del continente sur las dictaduras se repetían en profusión–. La Constitución de 1886, centralista y de un presidencialismo fuerte, le ayudó a Colombia a enfrentar hasta desafíos modernos como los carteles de la droga. Debe ser por eso que algunos quieren borrar de nuestra memoria esa Constitución. ¿Presienten acaso que toda nueva Carta tendrá que volver al espíritu firme de 1886?
Al referirse a Colombia el prospecto utiliza un tono culpabilizador. Un ejemplo: las guerras de independencia, dice, desembocaron en un sistema inicuo, excluyente. Dice: “En 1821 ser ciudadano colombiano era un privilegio reservado solo para unos pocos, ya que las mujeres, los esclavos, los sirvientes, entre otros actores sociales” eran considerados como “no colombianos” y estaban “por fuera de esa noción”.
Falso. La Constitución de 1821 dice: “Artículo 4.- Son colombianos: 1. Todos los hombres libres nacidos en el territorio de Colombia, y los hijos de éstos”. “Hombres libres”, “hijos de éstos”, son denominaciones incluyentes, típicas de esa época, en Colombia y en el resto del mundo. Esa frase que especifica quién es colombiano incluye las mujeres, como lo hacen los grandes textos políticos de la época, desde la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789, donde no aparece la palabra mujer. El artículo primero de esa histórica Declaración dice: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho”. ¿Está diciendo que las mujeres no son titulares de derechos? Culpar a la Constitución de Cúcuta por no utilizar el lenguaje de 2021 es cometer un anacronismo. Es, sobre todo, dar muestra de gran estupidez.
Los inventores de esa exposición, para deslizar su propaganda, confunden la categoría de colombiano, en la Constitución de 1821, con la de sufragante o elector. En ninguna parte esa Constitución habla de “no colombianos”.
Para terminar: una frase singular revela que la idea es envilecer la historia, dejar en el aire la idea de que no hubo independencia, ni república, ni progreso, ni democracia, ni igualdad ante la ley, que esas Constituciones no aportaron progreso humano, ni político, ni social, ni cultural.
El otro objetivo, quizás el principal, es justificar de manera subliminal, pero no poco efectiva, la subversión armada y narco-terrorista de los últimos 60 años. Una oración revela ese objetivo: “Se muestran los conflictos, las grandes reformas legales y las voces de diferentes actores que promovieron un cambio social y político en el país”.
¿Por qué no hay críticas a la Constitución de 1991? Esta debilitó el poder ejecutivo y abrió el paso al choque de poderes, a la anarquía del poder judicial y al derrumbe del orden público. Sin embargo, la exposición le atribuye “los procesos de construcción de nuevas ciudadanías a lo largo del siglo XX”.
Para hacer esa demostración, la exposición construyó un “muro de la diversidad”, que contiene algunos objetos. ¿Qué objetos? Un pedazo de fusil del M-19 es presentado como “el designio del pueblo colombiano de encontrar la paz por medio del diálogo y la inclusión, en el ejercicio de la ciudadanía, de actores políticos otrora marginalizados.” Ni una palabra sobre las atrocidades cometidas contra Colombia por esa sangrienta estructura castro-comunista, ni cómo ésta fue derrotada. La masacre del Palacio de Justicia de Bogotá, cometida por el M-19 en 1985, se debió, dice la exposición, a que había en Colombia una “la crisis de la legitimidad estatal a finales del siglo XX”.
Lo demás sigue igual. No creo que la dirección del Museo Nacional comparta esas adulteraciones. ¿Por qué callan ante eso? Si los historiadores no cumplen su misión cuando se despierten descubrirán que los dejaron sin país.