La hermosa alcancía metálica de “La Caja Agraria”, que fuera símbolo del ahorro en Colombia, hace parte de mis recuerdos de infancia.
“La Caja”, una entidad querida por los colombianos, en buena hora perdió sus apellidos de “Industrial y Minera” para concentrarse en el sector agropecuario, pero en mala hora se ganó un lugar en la narrativa de la corrupción en Colombia, hasta su liquidación en 1999.
Nació entonces el “Banco Agrario”, moviéndose entre sus estratégicos objetivos misionales, pero sin desprenderse de su condición de fortín político, foco de corrupción y fuente de mermelada, como sucedió durante el gobierno Santos. Nunca entendí, por ejemplo, por qué el señor Iragorri, presidente de su Junta Directiva, le lanzó un salvavidas irregular de $120 mil millones a una empresa cuestionada y ajena al sector agropecuario, como Navelena, y no se le ocurrió hacerlo con Friogán, una empresa del sector, que hoy goza de buena salud, muy a su pesar, y que con una inyección de $40 mil millones se habría evitado el viacrucis que desembocó, entre otras cosas, en la liquidación del Fondo Nacional del Ganado
Hoy soplan nuevos vientos y el Banco, bajo la gerencia de Francisco José Mejía, ha dado pasos enormes en el proceso de “limpiar la casa” y retomar su rumbo como una de las soluciones de fondo para el campo. Hace seis meses escribí sobre la crítica situación heredada y, por eso mismo, hoy considero pertinente y válido contrastar con ese “nuevo” Banco Agrario que hoy le ofrece alternativas al productor agropecuario.
De una caída, no en picada sino en barrena, de los saldos de cartera –la razón de ser de un banco– de 3,6 % al mes de agosto de 2018, no solo se logró revertir el proceso, sino generar un punto de inflexión y empezar a crecer a un ritmo que alcanzó el 3,2 % a marzo de 2019.
Mientras la cartera caía, los gastos, por el contrario, traían un ritmo de crecimiento desbordado, del 7 %, equivalente a más de $43 mil millones, una tendencia que también se logró detener y revertir, al punto de producir, entre agosto de 2018 y marzo de 2019, ahorros por más de $38 mil millones.
Hoy la Contraloría y la Procuraduría tienen los ojos puestos en contratos con tufillo –¿o hedor?– de corrupción como el del reforzamiento estructural del icónico edificio de la Avenida Jiménez, necesario, por su puesto, pero la cuenta ya va en $92 mil millones, con los que se habría podido adquirir una sede nueva.
Mucha basura escondida debajo del tapete está saliendo, al tiempo que empieza a entrar aire fresco por las ventanas de una institución asfixiada por la falta de transparencia y, además, rezagada frente a sus agresivos competidores del sector privado. La renovación tecnológica era inaplazable y avanza a buen ritmo; asimismo la internacionalización del Banco, que hoy ya tiene su primer corresponsal en Europa, el BNP Paribas, que selló su acuerdo con una línea de crédito de USD 60 millones, un voto de confianza en el Banco y en el gobierno del presidente Duque.
El reencuentro con los gremios, con los pequeños productores y con los sectores más desprotegidos del campo, como los beneficiarios de Familias en Acción, de los cuales se ha logrado bancarizar a 600 mil con la canalización de pagos a través del Banco, son algunas de las muchas facetas del nuevo Banco Agrario.
Parafraseando un viejo lema de campaña política, frente a las inmensas necesidades del campo colombiano, Al Banco Agrario le falta mucho por hacer…, pero lo está haciendo.