Cada vez se hace más difícil comprendernos entre nosotros y aceptarnos como somos. Nos hace falta caminar mucho trecho para empezar a integrarnos, para luchar juntos por la solución de nuestras carencias, angustias y necesidades sociales, integrarnos aceptando las virtudes y los defectos de todos en medio de las divergencias y desde la tolerancia.
Pero claro, asumir tal actitud necesita de un esfuerzo que sea superior a nuestra misma idiosincrasia. De otra manera no será posible que luchemos juntos y de manera civilizada para reclamar lo que nos pertenece como sociedad.
No lo voy a negar, hablar de tolerancia me crea una disyuntiva, lo digo sinceramente. No sé si todavía se justifique o si es necesario seguir insistiendo. Estamos llegando a unos límites en los cuales ya se hace imposible opinar, porque cada vez es más evidente que todo el que no esté de acuerdo con mi opinión es mi enemigo.
La tolerancia es la convivencia, es aceptar al otro como es; por el solo hecho de tratarse de una persona, sin importar la edad, raza, género, oficio, sin importar nada, sino por el solo hecho de ser una persona.
Y por ese solo hecho hay que respetar lo que piensan, dicen o hacen los demás siempre que el objeto y la causa sean lícitos, aunque no estemos de acuerdo. Porque tenemos los mismos derechos. Nadie tiene más derechos que nadie.
Está bien, y estoy de acuerdo, que nuestras opiniones tienen que ganarse el respeto de los demás en la objetividad. Pero eso no impide que podamos expresarnos las veces que queramos, sin importar que a los demás les guste o no les guste.
Vivimos en una sociedad democrática, y como tal nos exige altos niveles de tolerancia para que todos podamos caber; las ideologías no pueden estar por encima de las consideraciones humanas.
No puede ser que una persona quede en condiciones de riesgo porque piense distinto, o practique otra fe, o pertenezca a un partido o movimiento político diferente. Algunos no han querido entender que en la diversidad es que se contruye y se avanza para que la sociedad progrese.
El fanatismo y la violencia no son ninguna ayuda.
Sin embargo, lo que observamos por todas partes, todos los dias, es que se atropellan los derechos de las personas ya sea por su opinión, ideología, etnia, género, orientación sexual, condición socioeconómica, etcétera. Y ahora, como lo hemos visto, hasta los gobernantes que deben dar ejemplo atropellan por la nacionalidad.
Con razón los ojos solo miran para afuera.
Y lo mismo pasa cuando se denuncian los abusos y las malas decisiones de los gobiernos. Porque enseguida aparece el que descalifica para defender sus intereses personales, o busca la forma de levantar un falso testimonio para quitarle fuerza a la denuncia.
Le caen con furia al que pone en evidencia una deficiencia del gobierno nacional o territorial, o expone la falta de gestión para resolver un problema de la gente.
Ser tolerante no es igual a ser cómplice; una cosa es aceptar las diferencias y otra muy distinta es promover o apoyar las decisiones que causan daño a la sociedad. Es decir, la tolerancia no es dejar de criticar para disfrutar de las ventajas, sino ser objetivo para exponer las razones respetando las opiniones ajenas.
Hay que decirlo, cada vez que sea necesario tenemos que expresar inconformidad ante el atropello del que siempre han sido víctimas los mas pobres, los mas necesitados, los alejados del poder. Porque nos acostumbramos a aceptar como norma de conducta que el gobernante llega a tomar decisiones para su propio beneficio.
Pero si alguien intenta poner en evidencia los problemas, o señalar a los que se aprovechan, entonces aparecen los que fustigan y descalifican a todo el que se atreve a denunciar o expresar públicamente su inconformidad, pero es porque ven amenazados también sus intereses.
Así no es.
Hay que bajar los ánimos y hacer un esfuerzo de objetividad, respetando las opiniones ajenas, aunque no estén de acuerdo con las opiniones nuestras; pero sin claudicar ante el atropello y la negación de los derechos. @LcolmenaresR