Ha llegado el momento para que, por primera vez, deliberen el pueblo y las regiones alrededor de la paz, proyectando al mismo tiempo su sentir frente al denominado posconflicto. Es decir, lo que viene y nos espera después de la guerra.
Digo por primera vez porque apenas a partir de los resultados del plebiscito el pasado 2 de octubre y la firma de un nuevo Acuerdo de Paz con las FARC en el Teatro Colón de Bogotá el 24 de noviembre, se pensó en el Congreso de la República como el escenario legítimo para la refrendación del sello definitivo hacia la reconciliación de los colombianos.
Al Congreso de la República, Senado y Cámara de Representantes, lo elige el Constituyente primario, el ciudadano en uso de su derecho democrático, luego es el pueblo quien delega en el poder Legislativo su vocería a la hora de discutir y aprobar en su nombre las iniciativas y derroteros que en el marco de nuestro ordenamiento jurídico se cree convienen a la Nación.
Con 28 millones 620 mil 008 votos por Senadores y Representantes en las elecciones de 2014 (1), el Congreso de la República tiene toda la legitimidad necesaria para pronunciarse sobre un tema fundamental y vital como la paz.
En la semana que se inicia el país podrá conocer la opinión del legislador respecto del Acuerdo de Paz, con unas mesas directivas de Senado y Cámara que respetarán la participación de la oposición y las minorías e incluso de colectividades como la conservadora que pese a estar en la Unidad Nacional que acompaña al Gobierno del Presidente Juan Manuel Santos, ha expresado reparos a lo suscrito con las FARC.
Mal se puede decir que el Congreso actuará como aplanadora al momento de refrendar lo acordado, cuando de lo que se trata es de rodear de garantías el debate de cara al país.
Pienso que la paz ha llegado a la estación a la que debía llegar, para untarse de pueblo. El proceso de los últimos seis años se ha caracterizado por la participación de unos delegados de parte y parte que fueron ungidos para tales efectos, dadas sus calidades morales e intelectuales y la condición de actores directos del conflicto armado en el caso de militares y guerrilleros.
Ahora que la discusión se abre a que el Congreso se refiera como no ha podido hacerlo antes a cada aspecto del Acuerdo de Paz, se nos dibuja un instante de oro para enriquecer el proceso y darle la brújula que se requiere a una histórica etapa de la vida nacional. Con grandeza, sin mezquindades. Sin egoísmos y sin ánimos personalistas.
No se trata de que unos u otros tengan razón o se queden con la verdad que creen tener, según objetivos políticos. El ideal es el consenso democrático en aras de las conveniencias nacionales y la urgente necesidad de acabar el derramamiento de sangre. Sí que es indispensable hoy que la palabra sea la única que salga en ráfagas en desarrollo del análisis refrendatorio. Las balas deben ser parte del pasado, más que nunca.
En Senado y Cámara de Representantes están representadas todas las regiones colombianas, dentro de las jurisdicciones nacionales y departamentales que les corresponden. Tengo el honor de haber obtenido una de las votaciones más altas al Senado de la República y en ese contexto represento a más de 100 mil colombianos que depositaron su confianza en mi compromiso y propuestas para el país y sus regiones.
Mi convicción es que la paz saldrá bien librada en el cuarto de hora de su refrendación en el Congreso, las regiones podrán expresarse en relación con su aporte a la pacificación, las zonas de concentración de las FARC, la restitución de tierras, el resarcimiento económico y moral a las víctimas, el apoyo de gobernaciones y alcaldías, y los nuevos horizontes para el ejercicio de la política. La paz es la puerta de entrada al posconflicto.
Las regiones también tienen que hablar sobre el posconflicto y de cómo un salto a la reconciliación debe permitirles que el Estado se rediseñe a su favor para que las menos competitivas, como la Costa Caribe y el Pacifico, puedan soltar las amarras de la pobreza y sean territorios con autonomía y desarrollo propios, sin imposiciones ni cortapisas centralistas.
La paz es una ocasión no solo para que el Congreso refrende que la guerra en verdad terminó, sino para que las regiones colombianas tengan una segunda oportunidad de progreso. La que ayer fue negada por la guerra y el poder omnímodo de un centralismo avasallante. Estoy con la paz y me complace el debate para la refrendación del Acuerdo.