Barranquilla, 19 de agosto de 2018.- Son tantos los problemas internos que debemos enfrentar, tan mala la realidad que nos deja Santos y tantos los desafíos que tiene el nuevo gobierno, que no estamos viendo la delicadísima y muy peligrosa situación que vivimos en las fronteras y sus riesgos para la soberanía y el territorio nacionales.
Primero, el régimen chavista en Venezuela es insostenible. Maduro, en una medida desesperada y que solo agudizará más la crisis, anunció que aumentará el salario mínimo 34 veces, un 3.464% (sí, leyó bien, 3.464%). Es la quinta subida del año. Significa que el salario pasará de 5.2 millones de bolívares a 180 millones. Si el de hoy es menos de un dólar en el mercado negro, que no alcanza a comprar ni un kilo de carne, el del aumento llegará a 28 dólares. Las consecuencias no serán sino un alivio brevísimo para los empleados y la debacle definitiva de la economía: aumentará aún más la hiperinflación, que según el FMI podría llegar a un 1.000.000% este año, y quebrarán las ya poquísimas empresas que quedan. No hay negocio que aguante un descomunal crecimiento del 3.464% de la nómina salarial. Al final, más miseria, más hambre, más migración y un mayor desafío humanitario para Colombia.
Además la medida supondrá una mayor dependencia del petróleo que ya hoy representa el 96% de los ingresos venezolanos. Y ahí está el segundo punto crítico: aunque Venezuela cuenta con las mayores reservas de crudo del mundo, ha perdido más del 70% de su producción petrolera desde que Chávez llegó al poder (entonces se producían 3.8 millones de barriles diarios). Los expertos indican que es posible que para julio la producción haya caído a menos de un millón de barriles diarios, la menor desde 1950, y que descienda a 700 mil en el 2019. El panorama no ha cambiado a pesar del aumento de precio del crudo de un 60% en el último año. Múltiples factores se suman para la debacle, además del desastre de la política macroeconómica del socialismo del siglo XXI: la mano de obra calificada migró, convirtieron PDVSA en la caja menor del gobierno, no hay mantenimiento de las plataformas de explotación, los cortes de energía dañan los equipos e interrumpen la producción, los trabajadores tienen hambre y se roban los equipos para malvenderlos, y un largo etcétera.
A todo ello hay que sumar dos hechos recientes que harán imposible la sostenibilidad de PDVSA y de un régimen que, a su vez, depende de ella. Como resultado de la “nacionalización” sin indemnización de empresas, se produjeron en este semestre sentencias internacionales contra Venezuela que permitieron a los beneficiarios solicitar el embargo de los buques tanqueros de PDVSA y de sus cargas de crudo, y obligaron a los barcos a quedar fondeados por temor a ser incautados en puertos de otros países. Y a principio de este mes un juez federal autorizó la incautación de las acciones de CITGO, la empresa venezolana de refinación y gasolineras en EEUU, vital para la exportación del crudo pesado del hermano país. Aunque la orden es recurrible y hay que esperar el desenlace definitivo, la pérdida de CITGO significaría el puntillazo definitivo para la economía venezolana.
Segundo, el colapso definitivo de la economía traerá el del régimen como un todo. Y, de paso, el de las dictaduras de Cuba y Nicaragua, las dos dependientes del país hermano. Los tres regímenes están en juego y acorralados. Y es presumible que hagan todo, cualquier cosa, para asegurar su supervivencia. En Venezuela estén ahora la cúpula del Eln y los nuevos “disidentes” de las Farc, encabezados por Iván Márquez y el Paisa, que controlan el negocio del narcotráfico en el que hay tanto funcionario chavista involucrado, y no es coincidencia que Maduro venga sistemáticamente acusando a Bogotá de la crisis y que hace apenas unos días, en plena crisis en Nicaragua, lo haya hecho Daniel Ortega al sostener que Bogotá estaría apoyando la que llamó ”conspiración golpista”. En el desespero por asegurar la estabilidad de sus gobiernos, la historia muestra que tentación del incidente internacional está a la orden del día. El riesgo es altísimo. No podemos dejarnos provocar, pero no podemos dejar de estar preparados.