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Lo que revela el viaje de Petro a Múnich. Por: Eduardo Mackenzie

Gustavo Petro estaba presente, este 16 de febrero, en la Conferencia de Seguridad de Múnich donde fue anunciada la muerte de Alexeï Navalny en una colonia penal rusa del Ártico. La súbita aparición de Yulia Navalny en esa conferencia fue recibida por una ovación y otras muestras de solidaridad. Ella subió al podio y declaró: Vladímir Putin y el gobierno ruso “tendrán que pagar por lo que le hicieron a nuestro país, a mi familia y a mi marido”. Líderes de Occidente acusaron ese mismo día al mandatario ruso, tanto en la Conferencia, como en Berlín y Bruselas. En Washington, Joe Biden anunció nuevas sanciones contra Rusia. Josep Borrell, el representante de la Unión Europea para Política Exterior, se entrevistó en Bruselas con Yulia Navalny y declaró que Putin tendrá que rendir cuentas por ello (1). Y agregó: “Como dice Yulia, Putin no es Rusia. Rusia no es Putin”. El viernes, ella se reunió con 27 ministros de Relaciones Exteriores de la UE.

Gustavo Petro se abstuvo de hacer el menor comentario en Múnich sobre la muerte del valeroso prisionero político y audaz adversario de Putin. Hasta el momento de redactar esta nota, el presidente de Colombia sigue mudo al respecto. Hace como si Navalny y su heroica lucha por la democracia no hubieran existido jamás. No ha enviado un mensaje de condolencia a la familia Navalny ni a los seguidores del gran líder de la oposición rusa.

En la página web de la presidencia de Colombia, Petro hizo publicar enseguida once artículos y 11 fotos de autobombo sobre su dudosa participación en la discusión en Múnich. En esa versión digital aparecen párrafos editados de lo que había dicho el mandatario colombiano, distintos de las frases camorristas que lanzó en Alemania, durante el espacio que le dieron para hablar.

En los once artículos sobre la conferencia de seguridad no hay ni una sola palabra sobre la muerte de Navalny ni sobre la presencia de Yulia Navalny en el evento. Esa actitud es un explícito caso de autocensura oficial y de torpeza diplomática sin nombre.

¿Por qué Gustavo Petro adoptó esa conducta? ¿Por miedo a contrariar al ogro ruso? Al comportarse así, Gustavo Petro reveló que él se halla metido hasta el cuello en el sistema global de Vladimir Putin. Según la definición del historiador británico Orlando Figes, el sistema Putin es “un bloque muy potente controlado por los siloviki, los hombres de los servicios de seguridad, donde se mezclan intereses económicos y políticos considerables” (2). Ese sistema no impera solo en Rusia, pues tiene un alcance internacional. La postura pro Putin de Gustavo Petro debería ser un campanazo de alerta para todos los amantes de las libertades públicas en Colombia y en el hemisferio occidental.

Petro salió feliz de la conferencia. En una calle de Múnich sonrió y dijo que Colombia está “en un nivel muy superior en sus relaciones internacionales”. ¿Él cree que gracias a haber hablado durante 6 minutos y 48 segundos en esa reunión se convirtió, como dijo el ministro Luis Gilberto Murillo, en el nuevo “vocero del Sur global”?

En realidad, la intervención de Petro pasmó al auditorio por su tono exacerbado. A los países desarrollados les dijo: “Ustedes tienen la chimenea que arroja CO2 y está llevándonos a la barbarie y la extinción”. También disonó cuando usó como pretexto la ecología para acusar “al Norte”: “La crisis climática se transforma políticamente en fascismo”. Su propuesta final resonó como el utopismo necio de un iluminado: prescindir de la propiedad privada y pactar “un poder público global” sin el cual la humanidad caerá “en la barbarie, la guerra y la extinción”.

No es sino ver los gestos de sorpresa y desacuerdo que hacían las cuatro personalidades que estaban con él en la tarima.

Puntos importantes en la agenda de Múnich fueron también la guerra de agresión rusa contra Ucrania y el ataque terrorista de Hamas contra Israel del 7 de octubre de 2023. Petro, sin embargo, enmudeció de nuevo, salvo por unas alusiones antisemitas que lanzó en clave.  “El mercado [capitalista] nos tiene al borde de la extinción”, de “un 1933 global”, “estamos viviendo un genocidio indirecto y no podemos hacer nada o somos cómplices con él, es apenas el comienzo, no es la solución final, es el comienzo que todos nuestros países en el sur podemos empezar a vivir”.

¿Qué pensar al ver el uso que le da Petro al término “solución final”, luego de citar la fecha de la llegada de Adolf Hitler al poder? Petro ha dicho desde el ataque de Hamás del 7 de octubre, que los israelitas estarían cometiendo un genocidio en Gaza. Ello equivale a nazificar sin rodeos a los judíos y a Israel para legitimar el odio y hacer que éste se pueda desencadenar sin trabas morales. El célebre filósofo Alain Finkielkraut, en una entrevista reciente sobre el antisemitismo de izquierda en Francia, explicó que, una vez colocada la etiqueta nazi sobre los judíos, ese odio se hace lícito y, desde ese momento, “pueden perseguir, hostigar, maltratar, atacar y matar a los judíos en buena conciencia porque ellos son los nazis, los nazis de hoy” (3).

A Kamala Harris no le tuvo que caer bien los insultos que Petro le lanzó al referirse a Estados Unidos y a Israel como ejemplos de “fuerza bruta” y de “barbarie” respectivamente. La frase reescrita después en Bogotá sobre la vicepresidente americana no fue mejor: “Ayer la conferencia que era sobre la seguridad humana derivó en el discurso [de la señora Harris] a más de los mismo, una demostración de fuerza bélica”.

E insistió: “Si las decisiones se toman por la fuerza bruta, como en Gaza, caeremos en la barbarie y Palestina no será el final sino el comienzo.” En otras palabras, el nazismo israelí arrasará con los países del sur.

La pregunta que el director de la conferencia había hecho a Petro antes de darle la palabra fue: “¿Cómo Colombia ha trabajado por la paz?”. Petro no respondió, pero ofreció lo mejor de sus caricaturas de combate: Colombia es uno de los países “más desiguales socialmente del mundo”, y la “justicia social” es la solución a todo; Colombia ha estado “matándose a sí misma durante 75 años”. ¿Por qué? ¿Como? ¿Qué papel jugó Petro en eso mismo? Misterio. En la imaginación de Petro los gobiernos de Colombia se resumen con tres palabras: “cárceles, bombas y genocidio”.

Otras frases sobre Colombia fueron igualmente propaganda sin sentido: “Heredamos un régimen que fue la esclavitud hacia el siglo XVI” y “fueron quedando esas estructuras antidemocráticas en la economía, en la mentalidad y en la sociedad”.  Es decir, el “esclavismo social” duró hasta 1994 pues, dijo, Colombia ha podido “pacificarse paulatinamente a través de los últimos 30 años” (¿alusión a la consolidación “pacificadora” de las narcoguerrillas?). Petro informó al auditorio: “En Colombia han existido genocidios” y “En Colombia se han bombardeado niños” (¿los “niños” barbudos que, por ejemplo, recibían instrucciones de las Farc en el cuartel de Raúl Reyes en Ecuador?).

Luego la solución para culminar esa “pacificación” es prescindir de “las cárceles, de las bombas”. Es lo que, en efecto, hace Petro al declarar en cese al fuego a las Fuerzas Armadas ante el avance impune de los carteles y fuerzas narco-comunistas, lo que aumentó dramáticamente los asesinatos y secuestros en Colombia y la exportación mundial de cocaína y otros estupefacientes. Eso no le impidió vociferar en Múnich: “En un mundo que habla de guerra, Colombia está hablando de paz”.

En otro momento el presidente colombiano soltó un alegato de alto valor científico: “El sur expulsa a su población porque su agua se seca, por ser zona tórrida, y va hacia el norte porque los hielos se deshielan en el norte y hay más agua líquida. Detrás de la crisis y del desplome está la crisis climática que produjo el mercado y eso se transforma políticamente en barbarie, en fascismo en el norte, en destrucción de los valores democráticos totales en la humanidad”.

Sobre la reforma de la ONU, Petro salió con otra brillante idea: pidió prescindir del derecho de veto de los países miembros del Consejo de Seguridad “para respetar la votación de la mayoría de países en la ONU en contra de las guerras”.

En fin, esa colección de disparates sirvió para levantar en Colombia una columna de humo sobre lo esencial: la intimidación, con asedio y asalto de manifestantes con banderas de Palestina y de la guerrilla M-19, el 8 de febrero pasado, contra la Corte Suprema de Justicia (4) que el presidente Petro organizó en Bogotá días antes de su viaje a Múnich, lo que podría terminar en un proceso de destitución contra él.

Su propuesta sobre las alternativas que puede tomar Europa para apoyar la paz en Colombia es que los gobiernos compren la “producción rural del campesinado para apoyar la transformación de las economías ilegales en legales”. Entendamos: Petro plantea que la producción ilegal de marihuana y coca sea adquirida por los países ricos para que éstos legalicen esos consumos. En 1998, el presidente francés Jacques Chirac, quien no conocía esa problemática a pesar de que quería ayudar a Colombia, le propuso a Bogotá una variante de eso, sin legalización del consumo, con un sólo resultado: nunca funcionó.

Incansable, Petro insultó de nuevo a Colombia: “Lo que produjo la migración venezolana por millones se llama bloqueo económico y un gobierno colombiano ayudó a hacerlo”. Reconoció que muchos emigrantes venezolanos contribuyeron al aumento de la criminalidad en Suramérica, pero los culpables no serían Chávez ni Maduro: “La política profundamente equivocada de [Iván] Duque y [Donald] Trump crearon un nuevo actor de la violencia que estalla en todas las sociedades de América”. Ese ataque no le impidió pedir más dinero a Washington: “Espero del gobierno de Estados Unidos ayuda financiera para sostener este programa” (universidades gratuitas).

Con tal agenda, Colombia está entrando en una fase de involución en todos sus órdenes, a menos de que los poderes legislativo y judicial hagan algo para defender la Constitución vigente.

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