La dirección actual de la Unión Europea dejó que la mano de Vladimir Putin redactara la declaración final de la cumbre UE-Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) reunida esta semana en Bruselas.
Ese documento evoca, en los términos más débiles posibles, la agresión militar y terrorista de Rusia contra Ucrania, el conflicto armado europeo más peligroso del mundo en estos momentos, que podría incendiar de un momento a otro al resto del Viejo Continente y a Occidente en general debido a la ineptitud política de la UE y de la obsesión enfermiza de Vladimir Putin de poner bajo su influencia a Europa y de revivir, mediante la amenaza del arma nuclear y la inseguridad energética y alimentaria, el cadáver de la URSS.
El tema del intento del Kremlin por borrar del mapa a la gran nación ucraniana fue tratado de manera cobarde por esa cumbre. Ni siquiera el nombre del imperialismo agresor, Rusia, aparece en ese texto de 10 páginas. La declaración final expresa únicamente su “preocupación” por la “guerra en curso contra Ucrania que continúa causando un inmenso sufrimiento”, pero no condena a Rusia por lo que está haciendo desde el 24 de febrero de 2022. Con esa declaración, Putin le torció el brazo a la UE y le dictó, desde Moscú, la narrativa de su “operación especial” y de su visión del futuro de Europa.
Por primera vez, una reunión UE-Celac tenía un punto político candente en la agenda y Bruselas aceptó que ese tema fuera tratado como si fuera una tontería. La UE firmó una declaración que habla de una guerra en Europa sin poder mostrar ni el origen de esa guerra ni el país agresor. Por medio del socialista español Josep Borrell, comisionado para Política Exterior, la UE aceptó inclinarse ante una línea de neutralidad ante la agresión contra Ucrania por el solo hecho de que las posiciones de tres nefastas dictaduras latinoamericanas lo exigían.
La UE fue incapaz de defender en Bruselas su análisis acertado de esa nueva guerra en Europa. No hizo esfuerzo alguno para neutralizar el agresivo protagonismo ejercido en ese encuentro por una minoría: las tres dictaduras latinoamericanas que dependen directamente del apoyo diplomático y militar de Moscú (Cuba, Venezuela y Nicaragua). Igualmente, hizo muy poco para contrarrestar la actitud lacaya de los gobiernos izquierdistas de México y Brasil que buscan empujar a todo el subcontinente latinoamericano al campo de los nuevos no-alineados (Brics), mediante el cual el Kremlin trata ampliar su esfera de influencia.
Ese conjunto de gobiernos latinoamericanos de izquierda, al ocultar el nombre del agresor, le hicieron el juego a Putin y traicionaron a Ucrania.
Como si lo hecho no significara nada, la UE anunció que cederá 45.000 millones de euros a los países Celac para realizar unas inversiones que no definió. Sin duda Nicaragua, el único país que se negó a firmar la declaración por haber evocado el tema de Ucrania, será el primero que pedirá una parte de ese regalo financiero.
La cumbre UE-Celac asestó un golpe a las aspiraciones democráticas de Europa y del continente americano. La UE mostró, una vez más, su enanismo político, su renuencia a ser algo más que una próspera región industrial y comercial, incapaz de elevarse a una estatura mayor en la esfera política mundial. La cumbre demostró que, sin Estados Unidos y sin la Alianza Atlántica, la UE sale corriendo ante las gesticulaciones e intrigas de los regímenes totalitarios.
La cumbre de Bruselas fue un triunfo del Foro de Sao Paulo, una especie de pequeña internacional comunista creada por Fidel Castro y Lula da Silva en julio de 1990, tras el derrumbe del muro de Berlín, y del Grupo de Puebla, fundado por esas mismas tendencias en julio de 2019, para consolidar la dictadura de Nicolas Maduro. Esos dos aparatos subversivos, violentamente antiamericanos y prorrusos, dirigieron la ofensiva ideológica en la cumbre de Bruselas.
Esa fue una incursión exitosa del FSP y del GP en la vida de la Unión Europea. No fue la primera y podría no ser la última. El Foro de Sao Paulo hace años que instruye furtivamente, bajo disfraces ecológicos y sociales, a extremistas de España y Francia. La declaración final de la cumbre de Bruselas confirma que la UE no se ha dado cuenta de esa acometida.
¿Tendrá la declaración final consecuencias prácticas a corto plazo? ¿Qué conclusión sacará el Kremlin de esa muestra de inadmisible “plasticidad” de la UE? ¿Habrá una traducción militar de ese episodio? ¿Esa muestra de raquitismo político y moral del continente latinoamericano, que se dejó imponer la línea moscovita, acelerará la penetración de Rusia en los asuntos del hemisferio? Ninguna de estas preguntas puede ser respondida por un no franco.
La excepción decente estuvo a cargo del presidente de Chile. Gabriel Boric rechazó el enfoque negacionista y emplazó, por el contrario, a sus homólogos latinoamericanos a condenar la invasión a Ucrania, pero no fue oído. “Es una guerra de agresión imperial inaceptable, donde se viola el derecho internacional no por las dos partes: por una parte, que es Rusia”, precisó. Si bien pidió, como los otros, el fin del “bloqueo” a Cuba y el retiro de las sanciones económicas a Venezuela, Boric criticó las dictaduras de Ortega y Maduro: “Me siento en el deber de decir que no son tolerables, en América Latina ni en ninguna parte del mundo, situaciones como las que ocurren en Nicaragua o la terrible crisis que ha llevado al éxodo de más de seis millones de venezolanos que lo vemos en nuestra patria, donde hemos acogido más de un millón de ellos”. Furioso, Lula atribuyó esa postura al “nerviosismo” y a la ”inexperiencia” de Boric, puntilla que dejó indiferente al chileno.
Gustavo Petro, presidente de Colombia, país que ha recibido dos millones de refugiados venezolanos, no imitó a Boric y optó por confesar su ignorancia. “No sabría decirles si es preferible apoyar a Estados Unidos o a Rusia”, dijo. Y remató: “Me parece que es lo mismo”. Y sobre Ucrania dio la idea de ilegalizar la guerra: “¿No sería mejor trabajar un concepto general que impida que nadie pueda invadir otro país cualquiera que sea ese nadie?”. Petro también iluminó a Bruselas con otro gran descubrimiento: “El sistema económico mundial capitalista (…) sale quizás del mismo capital”.
Otra nota curiosa fue vertida en el punto 10 de la declaración final donde la Celac le pide a la UE pagar una “reparación” por el “comercio transatlántico de esclavos” ocurrido entre los siglos XVI y XIX, ocultando el hecho de que Cuba, Nicaragua y Venezuela esclavizan hoy, no individuos, sino pueblos enteros y de la manera más general, brutal y despiadada.