¿Colombia ha dejado de ser un país en vía de desarrollo? ¿Sigue siendo un país que va, con energía y confianza, a pesar de las dificultades, hacia la conquista de la parte de riqueza y elevación moral e intelectual que le corresponde en el concierto de las sociedades libres?
Duro responder a eso en estos momentos. ¿No?
Colombia hoy es el caos, la violencia, la destrucción, el imperio de la impunidad. Allí operan los traficantes de droga más protegidos del mundo. Colombia no es víctima del clima, ni de ejércitos extranjeros. Colombia está siendo maltratada por sus propios hijos. Está siendo humillada y demolida por aquellos que decidieron salir por centenas a las calles a vandalizar barrios enteros y ciudades bajo la falsa creencia de que podrían alcanzar así la “equidad social”. La vida ciudadana está hoy en ruinas y las perspectivas de equilibrio social se alejan. Hay ciudades enteras laceradas. Y no sólo físicamente. El equilibrio mental de millones de colombianos ha recibido fuertes golpes.
Basta ya de “diálogos” paralizantes y justificadores con quienes se prestaron para juego del “paro cívico”, de una acción diseñada por un “comité de paro” integrado por jefes de sindicatos perversos y aberrantes. Las montoneras de jóvenes que también se prestaron a eso, que salieron a marchar “pacíficamente” a sabiendas de que ayudaban a construir un decorado para la acción violenta, no son ingenuos. ¿Cómo podrán alegar más tarde que fueron manipulados?
Basta ya de no querer ver las cosas, de torcer los hechos. Basta ya de aceptar el refrán mediático de que unos exaltados “desviaron el paro”. Ese paro no fue desviado, fue concebido así, como una máquina de muerte y de furor destinada a dejar en el piso la mayor cantidad de víctimas. Ese paro, como los anteriores, nada tiene que ver con la “lucha social”. El paro fue diseñado, controlado y pagado por las FARC y el ELN para desestabilizar y hasta para derribar un gobierno elegido por el pueblo, como lo comprobaron, tardíamente, el ministro de Defensa y los servicios de inteligencia del Estado.
Mientras eso ocurría, mientras el país era incendiado y el presidente Iván Duque era puesto contra un muro, y mientras la fuerza pública era atacada con bombas y armas de fuego y calumniada, el magnate francés Jean Claude Bessudo, dueño de Aviatur, tuvo la indignidad de invitar a su casa a Gustavo Petro, uno de los principales promotores de las atroces “protestas”. Gustavo Petro, con su cómplice, el millonario pornógrafo Gustavo Bolívar, no sólo exigieron la realización de la asonada revolucionaria que todo el mundo lamenta, sino que exigieron que ésta fuera indefinida.
El señor Bessudo no podía ignorar esto y aun así tuvo la desvergüenza de abrirle las puertas de su casa a Petro, en la noche de este 15 de mayo, cuando en esos mismos momentos los seguidores del líder madurista y la narco-guerrilla asaltaban a Popayán y Jamundí a sangre y fuego y de manera premeditada. En Popayán destruyeron, según el ministro de Defensa, los archivos de 38 procesos contra miembros de ELN y de las FARC que habían ejecutado acciones terroristas en el departamento del Cauca.
Hace años, Jean Claude Bessudo vive y hace negocios plácidamente en Colombia. Sin embargo, invita a su casa a quien intriga para dinamitar la convivencia ciudadana y reactualizar la lucha de clases y de razas. El invita a su casa en el norte de Bogotá a quien saluda y alienta la actual destrucción de ciudades colombianas. Yo vivo en París y jamás insultaría al pueblo francés abriendo las puertas de mi casa a quien haya cometido crímenes o a quien haya incitado, por ejemplo, al saqueo del Arco del Triunfo, el 1 de diciembre de 2018, durante una manifestación violenta de los “gilets jaunes”. Mi respeto por Francia me impediría cometer tal gesto. Jean Claude Bessudo, en cambio, con esa extraña invitación a Petro, mostró el poco respeto que tiene por Colombia. Yo pensaba que Bessudo era una persona agradecida y razonable. Lo que ha hecho es inadmisible, al menos para mí. Lo de él fue un gesto asombroso de indolencia y apatía ante el presente drama de un país que lo había acogido durante años.
Jean Claude Bessudo debería pedirle perdón a Colombia y repudiar esa reunión que escandalizó al país con el jefe extremista. Es lo mínimo que él podría hacer.
Los colombianos deben reflexionar sobre lo que está ocurriendo y estar alertas frente a lo que los autores del paro actual preparan para mañana, para muy pronto. ¿Qué país queremos? ¿Uno con el que podamos aspirar al menos a trabajar en libertad y con justicia, o uno sin derechos y con un sistema diseñado para hambrear la población y corromper los espíritus de los más jóvenes y de los más maleables?
Lo que ocurre en esos días es un anticipo de lo que los totalitarios persiguen. ¿Vamos a dejar que una minoría de perdedores se imponga mediante el terror? Hay que reflexionar sobre esto, pero no reflexionar sobre una nube. Debemos juntar dos hechos al momento de pensar estas cosas: la barbarie de hoy y las elecciones de 2022. Pues esas dos situaciones están atadas una a la otra. Los que invaden, sitian, destruyen e impiden la llegada de alimentos, oxígeno y medicinas para los habitantes de las ciudades, son los mismos que quieren que el país vote por Gustavo Petro. Olvidar hoy la elección que viene y abordar mañana la elección como si nada hubiera sucedido hoy equivale a colocarnos una cuerda al cuello y esperar a que el infame Petro patee el asiento del cual depende la vida del ejecutable. Pensemos precisamente hoy en el voto de 2022.