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Ir al Estadio. Por: Gabriel Velasco Ocampo

GABRIEL VELASCO 2Ayer haciendo cuentas creo que llevaba siete años sin ir al estadio. Un gran amigo, más bien un hermano que la vida nos regala, me invitó a ir a ver la final de la copa Águila. Al entrar al estadio me toco la fortuna de ver la llegada del bus de mi equipo amado y presenciar como se bajaban los jugadores. El primero en bajar fue el técnico, que sin vacilar se dirigió a saludar a los comensales presentes. Entre ellos yo que estaba grabando un video de ese momento y cuando se me acercó, fue tal la emoción que no lo grabé.

De ahí subimos a la tribuna, los cantos, los colores, los amigos y la hinchada. Que emoción y que nostalgia me dió. Me acordé de mi infancia. Mi padre me llevó por primera vez cuando yo tenía cuatro años a ver un Cali – Caldas. Yo no entendía que era un gol, para mi era cada vez que el jugador llegaba a la línea final donde se úbica el arco. Es decir que para mi el

Cali goleó al Caldas. Desde ese día (y hasta mi muerte) me volví hincha del glorioso Deportivo Cali y hacía venir a mi papá desde Tuluá para ver al depor.

Pronto nos vinimos a vivir a Cali en Miraflores. Mi padre muy alcahueta se dió cuenta de mi gran pasión y decidió hacerse socio del Cali. De ahí en adelante cada miércoles o domingo que jugase fuí al estadio. Fuí sin faltar desde que tuve cuatro años y hasta mis diecinueve. No era hincha, era un enfermo. Y mi padre mi cómplice. Caminábamos desde nuestra casa y hacia el San Fernandino, hablando de lo divino y lo humano. Mi padre un hombre estricto y exigente, en ese camino y en el estadio, dejaba de ser mi papá para convertirse en mi amigo. Los dos solos, compartíamos algunos agravios al árbitro, los abrazos de alegría y la cara de frustración de la derrota. Mis amigos del colegio se hacían atrás y le tomaban el pelo al viejo, que siempre ha sido un hombre espontáneo con una velocidad extrema para responder con inteligencia y otras con una barbaridad.

El rápido entendió que no existía nada más importante para mi en la vida que ir a ver al Cali. Pronto me generó un intercambio de condiciones a negociar. El me dijo con una facilidad pasmosa, que si quería ir al estadio debería tener un promedio académico superior a 84% sobre 100%. Gracias al estadio y al Cali, nunca perdí un examen en el Colegio y mi promedio siempre estuvo en el límite inferior a lo exigido por don Julio. Tampoco me iba a esforzar más, pensaba en esos momentos. Lo cierto es que hoy con la mirada reflexiva y nostálgica, creo que el Cali y mis padres, son los grandes responsable que yo sea lo que soy. Le debo no solo mi formación académica inicial, con sus bases, le debo las gracias totales por haber estrechado hasta la eternidad mi relación con mi padre.

La final de ayer contra el Medellín fue muy emocionante. Arrancamos perdiendo, la adversidad era algo usual y que ya habíamos vivido en infinidad de oportunidades en la época en que el billete del narcotráfico había inundado el fútbol, desequilibrando la cancha. A mi me tocó cumplir veintidós años para ver por primera vez al Cali campeón. Pronto empatamos, para volver a estar atrás en el marcador casi que de inmediato. Finalmente empatamos nuevamente.

El fútbol no solo es una pasión celestial, sino una disculpa para fortalecer relaciones con los que mas quieres, con los amigos y la gran excusa para ser un buen estudiante. También es un gran justiciero. Aprendes a perder, a sobre ponerse a la frustración de no ser campeón, así tengas el mejor equipo, como lo teníamos en los ochentas.

Hoy debo reconocer que voy poco al estadio, ya ni veo futbol internacional. Me casé con una mujer maravillosa pero americana y que para evitar pelear, es mejor no ir con ella a ver al Cali. Mis hijos no les gusta el fútbol, le es indiferente la ida al estadio y mi motivación interna para ir solo, ha sido bastante débil. Triste pero cierto; dejé de ir.

Me di cuenta ayer que ir al estadio sigue siendo mágico, ayer se me olvidó todo. Me abstraí, entre la cancha y el radio, que por cierto parece que nadie escucha ya; me fuí  para no volver sino hasta el pitazo final.

Me acordé que perder o ganar no es lo importante, sino haberlo dejado todo en la cancha. Que la vida es un proceso, que cuando se ponen objetivos claros, es cuestión de tiempo y  esfuerzo para lograrlos. Que la adversidad siempre es pasajera o momentánea y que al día siguiente y si tenemos la fortaleza para decidir mirar hacia adelante, podemos reiniciar el camino y avanzar. Que las derrotas están en la mente y la victoria futura está en el corazón.

Gracias DeporCali por haber forjado mi vida y gracias gordo por haberme invitado al estadio ayer.

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