
Cuando Gustavo Petro llegó a la Casa de Nariño, muchos soñaron con una revolución progresista que transformaría las bases del país. Hoy, a casi tres años de su mandato, ese sueño se disuelve cada día mas en medio de innumerables escándalos, traiciones y un ambiente palaciego más propio de una tragedia de Shakespeare que de un gobierno serio. La reciente confrontación entre la actual canciller (Me disculpo con Shakespeare por tan fuerte comparación, diría la vecindad del chavo, pero aun así debo seguir disculpándome) Laura Sarabia, y su antiguo jefe, el exembajador en Venezuela Armando Benedetti, no solo revive las tensiones del pasado, sino que expone la profundidad de las fracturas internas del “gobierno del cambio”.(o será acaso este un apéndice de la casa de los famosos Colombia, donde la vulgaridad, incoherencia, intrigas y odios son el común denominador)
Sarabia, eterna protegida del Presidente y figura clave desde los primeros días de su mandato, ha entregado a la Corte Suprema de Justicia unos audios que comprometen gravemente a Benedetti. En ellos, el exembajador hace alusión a hechos delicados relacionados con la financiación de la campaña presidencial. Sin embargo, Benedetti ha desestimado el contenido de esas grabaciones, argumentando que fueron sacadas de contexto, manipuladas o simplemente irrelevantes. Su defensa se ampara en el desgaste que produce un escándalo prolongado y en la impunidad que muchas veces otorga el olvido mediático.
Pero lo grave no es solo el cruce de versiones. Lo realmente preocupante es el clima de descomposición interna que este episodio refleja. Se habla en voz baja de que, desde Japón, donde Petro adelantaba una visita oficial, ya le habría solicitado la renuncia a Sarabia. Son rumores, sí, pero en la política nacional los chismes de palacio suelen tener más fondo que forma. Lo cierto es que, en los pasillos del poder, ya no se ocultan las tensiones, las pujas por el control y el evidente agotamiento de un proyecto que, más que gobernar, parece sobrevivir.
A este cuadro se suma una voz que proviene desde adentro del Petrismo: Jorge Rojas, exdirector del DAPRE y antiguo hombre de confianza del presidente, ha lanzado una fuerte crítica pública solicitando que se le devuelvan al progresismo los ministerios que han sido entregados a otras fuerzas políticas, haciendo énfasis en el Ministerio del Interior. El reclamo no es menor. Implica que ni siquiera los aliados más cercanos se sienten representados en el gobierno que ayudaron a consolidar. Las fisuras internas ya no se pueden tapar con discursos ideológicos ni con apelaciones románticas a la “paz total”.
Y ahora, ¿quién podrá defenderlos? La pregunta, aunque cargada de ironía, es válida. Porque si algo ha demostrado este gobierno es que sus peores enemigos no están en la oposición, ni en los gremios, ni en los medios de comunicación. Están en su propio equipo, en sus propias decisiones, en su forma errática y autodestructiva de ejercer el poder. Lo que prometía ser una nueva forma de hacer política ha terminado convertido en un reality de disputas internas, traiciones y escándalos sin resolver.
Lo más inquietante es que, mientras el país enfrenta enormes desafíos (la inseguridad en todo el país a causa de la debilidad del presidente en la lucha contra el terrorismo a quien más parece defender que combatir, el colapso de las diferentes reformas, el debilitamiento institucional, la desconfianza en la Fuerza Pública, la creciente polarización) el gobierno parece más ocupado en apagar incendios internos que en responder a los ciudadanos. Cada semana, una nueva polémica se lleva la agenda, y lo que debería ser un gobierno transformador se reduce a una lucha de egos y cuotas burocráticas.
La famosa frase de Cien años de soledad resuena con fuerza en este contexto: “Aureliano está más loco”. Porque en el delirio del poder, en el encierro palaciego (situación que el mismo ha manifestado, se siente mal en ese palacio frio…) y en la incapacidad de gobernar más allá del discurso, el “cambio” ha terminado siendo un experimento fallido. No por falta de oposición, sino por exceso de ego, soberbia y carencia de proyecto colectivo.
Tal vez aún no estemos ante el final definitivo, pero los últimos meses de este gobierno ya muestran síntomas de colapso. El fuego amigo, que antes se contenía entre bambalinas, hoy es público, ruidoso y devastador. La implosión es evidente. Y el país, una vez más, asiste al espectáculo de cómo las promesas de transformación terminan devoradas por las ambiciones personales y los errores de quienes prometieron cambiarlo todo.
Una respuesta
Totalmente de acuerdo.. ese señor debe salir .. por todo lo de su campaña y la ineptitud como lleva a Colombia al fracaso