
La historia ha demostrado que los líderes cegados por su ego terminan atrapados en su propia red de mentiras y promesas incumplidas. Gustavo Petro, en su ocaso político, se aferra a una narrativa ficticia en la que todo lo que ha hecho es grandioso, mientras el país se hunde en el caos de su improvisación. Su problema no es solo el ego desmedido que le impide reconocer errores, sino una mitomanía evidente que lo lleva a falsear la realidad con tal de mantener su popularidad entre un sector que aún le cree.
Su obsesión por imponer reformas que nadie quiere es prueba de su distorsión de la verdad. Ha dicho que su reforma a la salud es la salvación, cuando en realidad es el vehículo para el desmantelamiento del sistema y la politización del sector. La realidad es que el desastre ya se siente: pacientes sin atención, EPS colapsadas y la crisis de medicamentos como la de Audifarma, donde dicen que hay miles de insumos médicos están en bodegas mientras la gente muere esperando. Aun así, Petro insiste en culpar a otros y en vender su cuento de que todo marcha bien.
En seguridad, la mitomanía alcanza niveles de descaro. Mientras el país sufre la peor arremetida terrorista en años, con secuestros, extorsiones y ataques a la fuerza pública, el presidente sigue repitiendo su fábula de la “paz total”. Su retórica pretende ocultar la realidad: el Estado ha cedido terreno a los violentos, permitiéndoles fortalecerse. En su mundo de fantasía, el ELN, las disidencias y demás criminales son actores políticos respetables, y los que combaten el terrorismo son los verdaderos villanos.
Pero el ego desmedido no permite que se reconozcan fracasos. En su lógica, si sus reformas no pasan, no es por su inoperancia ni su falta de consensos, sino por la “mafia del Congreso”. Si la inseguridad se dispara, no es culpa de su política permisiva, sino de un supuesto “golpe blando” contra su gobierno. Si la economía decae, no es por su errático manejo fiscal, sino por los medios de comunicación que lo atacan. El victimismo es su última carta para mantenerse a flote en medio de su naufragio gubernamental.
Petro está desesperado. Su gobierno ha sido una seguidilla de improvisaciones y promesas vacías, sin resultados concretos que mostrar. Lo que comenzó como un mandato con grandes expectativas hoy es solo un catálogo de mentiras, excusas y teorías conspirativas. El pueblo colombiano ya está despertando, y cuando el telón caiga, quedará claro que el legado de Aureliano no será el de un líder transformador, sino el de un mitómano consumido por su propio ego.