Iván Duque llegó de su viaje oficial a China Popular como un Papá Noel: cargado de regalos para todo el mundo. Ríos de leche y miel correrán muy pronto, nos dice, entre el gigante asiático y Colombia. Nuestras exportaciones aumentarán en forma espectacular. Pekín nos comprará miles de toneladas de café, aguacates, carne y bananas. El turismo se triplicará y treinta empresas chinas nos construirán la vía descomunal Buenaventura-Puerto Carreño (del plan Mar2) y ayudarán a hacer de nuevo navegable del Rio Magdalena. No es todo. Cien jóvenes podrán ir a China a estudiar gratis inglés, diseño, fotografía y museología (¿en lugar de ingenierías?). El regalo más conmovedor, que hizo llorar a algunas almas sensibles: Pekín le regalará a Colombia 3 000 paneles solares para “acabar con el aislamiento eléctrico” de los pueblitos apartados, como dijo el presidente Duque.
¿Será verdad tanta belleza? Tres mil paneles solares son una gota de agua. Para darle energía eléctrica a los pueblitos más pobres se requiere multiplicar por cien esa cifra. Lo que hay en ese “regalo” es una incitación a la compra masiva de esos paneles. ¿Y a qué precios? Menos ditirámbica, la prensa económica europea dice que el logro concreto de esa visita es modesto: un ligero aumento (eventual) de las exportaciones de banano y café. Eso es todo. Lo demás son anuncios, promesas, buenas intenciones.
Sobre ganado y carne Duque no logró que le firmaran nada. La prensa dijo que en ese rubro se acordó una sola cosa: que técnicos chinos irán a Colombia a mirar cómo trabajan en los hatos y fincas. China no es un gran país ganadero. ¿Los “técnicos” vendrán a enseñarnos como trabajar ese sector? Ese punto recuerda un acuerdo lunático que firmó JM Santos con Vietnam consistente en que técnicos vietnamitas vendrían a Colombia ¡a enseñarnos a cultivar el café!
Para resumir, la visita de Duque a Pekín fue un éxito para Xi Jinping. ¿Pero lo será para Colombia?
Duque presenta ese viaje como un acto grandioso de su política internacional, como algo obvio e indispensable. Él se ve como los presidentes de otras épocas cuando iban a Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia, para mejorar el comercio y las relaciones bilaterales.
Un viaje oficial a la China Popular es algo muy distinto. La China no es un país democrático, es un Estado totalitario, fuerte, ambicioso, con apetitos enormes. Su capacidad comercial es una palanca más de sus metas imperiales. La China de Xi Jinping tiene una sola obsesión: imponer su dominación sobre el planeta. El proyecto de “las nuevas rutas de la seda” es la forma poética de presentar ese plan hegemonista. Pekín utiliza su mano de obra barata (y hasta esclava en algunos enclaves), así como su capitalismo de Estado y su capacidad para jugar con las tasas de cambio de su moneda para arruinar los mercados, la industria y el artesanado de los países desarrollados y del Tercer Mundo. África, pero también Europa y América Latina saben lo que les ha costado la célebre mundialización que tanto aplaude Xi Jinping. Colombia ha sido víctima de ese sistema. Estados Unidos estaba en la misma plancha enjabonada perdiendo dinamismo, mercados, empleos, materia gris, patentes y, sobre todo, su arsenal numérico, hasta la llegada de Trump. El odio antiamericano que sumerge los medios progresistas del mundo tiene un origen: Pekín, y su vasallo Moscú, no quieren que nadie frene esos planes que el PC Chino vende como algo inevitable.
¿Pensaron Duque y su ministro Trujillo en eso cuando aceptaron dar ese paso hacia la China de Xi Jinping? No hay un sólo índice de discusión, en ese terreno, en el palacio de San Carlos. En la prensa tampoco. El viaje improvisado e ingenuo de Duque a China recuerda un episodio del pasado: lo que hizo Carlos Lleras Restrepo quien restableció con gran bombo las relaciones diplomáticas de Colombia con la URSS con el argumento, bastante inexacto, de que tal apertura iba a “reequilibrar la balanza de pagos de Colombia”. Lleras no era un cándido. Era un hacendista competente y un conocedor serio de la economía internacional. ¿Por qué se embarcó en esa quimera? Ese es uno de los enigmas colombianos jamás resueltos. Lo cierto es que Colombia no sacó beneficio alguno de sus relaciones comerciales con la URSS totalitaria en expansión, ni con Europa del Este. Por el contrario, pero eso es harina de otro costal.
Al abrirle las puertas a la China comunista, Colombia debería reflexionar un poco.
La China de Xi Jinping espera dominar el mundo imponiendo su control sobre la inteligencia artificial, y la futura 5G, pillando secretos industriales estratégicos, comprando tecnología y cerebros en todo el mundo, sobre todo en materia de información digital, pero también adquiriendo enorme cantidad de tierras cultivables en el extranjero para producir sus propios alimentos y hasta aeropuertos (para los vuelos directos de Air China).
En ese contexto deberíamos ver algunos de los puntos que aparecen en la serie de convenios que Iván Duque habría firmado en Pekín, en materias muy sensibles, como “energía y agricultura”, “educación y cultura”, “trabajo educativo”, “infraestructura, transporte y comercio electrónico”; “nuevas tecnologías”, “donación Justicia” (¿para la JEP?).
¿Esa nueva relación con China aislará a Colombia y nos desviará de Estados Unidos y del bloque Atlántico? En momentos en que Washington está en plena batalla comercial y diplomática con China, y cuando Xi Jinping aparece como el salvador de la humanidad y como el principal apoyo de las dictaduras comunistas de Maduro y Cuba, esa apertura de Colombia se inscribe en una dinámica perniciosa. ¡Bonito desenlace de la teoría del “cerco” de Duque contra Maduro! En todo caso, la pregunta es: ¿Cuál es el papel que Pekín tiene previsto para Colombia en ese juego estratégico?
La realidad del modelo chino se ve en lo que viven tanto la población del Tíbet como la nación uigur, pero también los católicos chinos y la población han (nacionalidad mayoritaria) sin derechos, sin prensa, sin partidos libres y todos bajo la ciber-vigilancia cotidiana. Se ve en sus amenazas contra Taiwán y, más recientemente, en su voluntad de violar la política pactada hace años para Hong Kong.
¿No vale la pena discutir eso francamente en la prensa y en las redes sociales? Hasta hoy no veo nada. Solo elogios sobre la eventual repatriación de presos (enfermos) y críticas justas pero menores, como al bochornoso homenaje a los soldados del Ejército creado por Mao Tsetung, donde, además, el regalo floral de Duque no fue siquiera bien hecho (en nuestra bandera no hay una línea roja entre la franja amarilla y la azul).