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Democracia y moral. Por: Coronel (RA) Hugo Bahamón Dussán

Abraham Lincoln es uno de mis personajes favoritos en la Historia del mundo.

La razón es bastante sencilla.

Es la única figura pública que, llegando a la cúspide del poder, nunca abandonó sus principios morales como ejes fundamentales de su gobierno.

Para él, el asunto de la esclavitud era de carácter moral, no político.

En algún momento le fue propuesto, por su propio partido y por el partido opositor, que preservara la unión y acabara la guerra, negando la emancipación a los esclavos.

Eso hubiera sido una decisión política correcta pues todos la pedían, el problema para Lincoln era que su propio corazón la negaba, pues para él el asunto de la esclavitud no era político, era moral.

Si Lincoln hubiera aceptado esa solución, probablemente habría terminado su segundo mandato y habría muerto de viejo.

Al hacerlo, hubiera dejado a todos contentos, excepto claro, a los esclavos y a su propio corazón.

Cuando la democracia se aparta de la moral y se ciñe a lo político, se convierte en utilitarista y por lo general las soluciones que presenta son temporales, débiles y escasamente útiles para salvar al gobierno de turno a costa de sacrificar el futuro de todos.

Una democracia apegada a la moral es prenda de garantía de que las soluciones serán las mejores posibles, para la mayor cantidad de gente y duraderas por el más largo espacio de tiempo.

El amable lector, en este momento, se preguntará: ¿Qué tiene que ver Lincoln con la situación actual de Colombia?

Tiene mucho que ver pues la crisis política que está viviendo el gobierno tiene profundas raíces de carácter moral.

Al gobierno actual le ha parecido normal desconocer poderosos preceptos morales con el propósito de ganar y mantener el poder.

El caso actual de Sarabia y Benedetti, unido a los escándalos pasados, son la clara muestra de que para este gobierno todo vale.

La fuerza que mantiene a la democracia no es la fuerza política, es la fuerza moral.

Cualquier presidente que fundamente su gobernabilidad en pactos raros, tramoyas, conponendas, dineros oscuros y contraprestaciones inconstitucionales está condenado a lo que ahora estamos viviendo.

El absoluto fracaso.

Al presidente le quedan dos caminos.

Uno, persistir en el error, justificar las actuaciones amorales y continuar por la senda de los acuerdos políticos amorales para garantizar su gobernabilidad y su permanencia en el poder.

Dos, hacer un alto y reflexionar.

Romper de tajo con todas las alianzas amorales que tuvo que hacer para ganar la presidencia, así eso le cueste que lo llamen traidor y dedicarse a gobernar con los mejores, los más capaces y los más honestos.

Si el presidente Petro no corrige el rumbo y no lo hace lo más pronto que pueda, será el mismo pueblo que lo eligió, quien pida su salida.

Ojalá alguien le haga llegar este escrito.

Para su gentil reflexión y acción.

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