El presidente de Sri Lanka, Gotabaya Rajapaksa, tuvo que huir de Colombo este 9 de julio antes de que los manifestantes, que piden su renuncia, asaltaran el palacio presidencial.
La furia de la población comenzó a subir en mayo pasado ante las políticas erradas del jefe de Estado que desembocaron en una grave inflación de precios, en desabastecimiento de alimentos en las tiendas y comercios así como en una grave escasez de combustibles y electricidad. La oposición acusa al gobierno de arrastrar a la “república socialista democrática de Sri Lanka” al caos y a la corrupción por su mala gestión de los asuntos públicos.
La policía y el ejército trataron de contener las manifestaciones mediante un toque de queda el viernes. La gente salió de todas formas a la calle y decenas de almacenes fueron saqueados por la multitud hambreada. Los partidos de oposición, los activistas de derechos humanos y el colegio de abogados del país amenazaron al jefe de policía con demandarlo y éste optó por suspender el varias veces violado toque de queda. El Primer Ministro, Mahinda Rajapaksa, hermano del Presidente, tuvo que dimitir pero eso no calmó a la gente: la residencia del hombre terminó siendo invadida e incendiada por los exaltados.
Fue cuando el presidente del Parlamento aseguró que el presidente Gotabaya Rajapaksa, quien además de ser presidente de la República era también ministro de Defensa, renunciará probablemente el 13 de julio “para garantizar una transición pacífica” del poder.
El poder es lo que los hermanos Rajapaksa se habían repartido con habilidad desde hace 20 años. Mahinda Rajapaksa, quien había sido presidente de la República de 2005 a 2015, y gozaba de cierto prestigio por haber desbaratado la guerrilla Tamul en 2009, organizó en 2015 un golpe de Estado para seguir en el poder al final de su mandato: pidió desplegar las tropas, cerrar el Parlamento y anular las elecciones, pero fracasó. El poder pasó a manos de Maithripala Sirisena, pero éste, tras tres años de presiones de Mahinda, lo nombró primer ministro, lo que abrió una crisis política que terminó con la renuncia de Mahinda en diciembre de 2018.
Los enfrentamientos actuales con las fuerzas de seguridad y también los choques entre partidarios y enemigos del gobierno han dejado un balance de ocho personas muertas y 200 heridos. La prensa local dice que se trata de “la crisis más grave que vive el país desde la independencia en 1948”.
La ola de indignación es una reacción justa contra la crisis económica que arrancó en 2021 como resultado de decisiones del gobierno. Veintidós millones de habitantes de Sri Lanka tienen dificultades para acceder al gas, a la electricidad y a los combustibles. La penuria afecta sobre todo los sectores de alimentos y medicamentos.
Como todo gobierno autoritario, éste creyó tener el derecho de imponerle a los agricultores, a rajatabla, un modelo diferente: pasar sin más a la “agricultura 100% biológica”, para darle gusto a los ecologistas. Ello causó el derrumbe de la producción.
Sri Lanka se había contentado con depender de la industria del turismo, la cual tenía un fuerte componente ruso. Con la epidemia del Covid, primero y, después, a causa de la guerra en Ucrania, los ingresos por turismo se redujeron drásticamente. Desde marzo pasado la moneda perdió el 50% de su valor. Sus pagos de deuda externa –de 51 mil millones de dólares, de los cuales debe pagar 28 mil millones al final de 2027—fueron suspendidos. Sri Lanka está recibiendo ayuda urgente de India y otros países vecinos. Después de decir hace un año que no acudiría al FMI y de no lograr que Oman le suministrara combustibles, el gobierno aceptó hablar con el FMI para tratar de renegociar la deuda.
Algunos analistas afirman que si bien el gobierno de Gotabaya estaba virando hacia China a principios de 2020, señalan que ahora, a causa de la pandemia de Covid, está regresando de nuevo a la esfera de la India.
Sin divisas para importar alimentos y medicamentos, las familias están pagando caro las medidas absurdas del régimen. Los precios han aumentado un 54% en un año y un 86% de las familias no pueden comer sino una sola vez al día, según el Programa Alimentario Mundial. Las escuelas no están en mejor situación.
Peligro para Colombia
Lo que ocurre en Sri Lanka debería servir de advertencia a Colombia, en donde un nuevo gobierno, movido no por el bien común ni por la defensa del capitalismo de mercado y de la democracia liberal, sino por ideologías y agendas elaboradas fuera de Colombia, podría desencadenar un ciclo de calamidades como el que está sufriendo la población de Sri Lanka.
Intervenir el sistema pensional y aumentar los impuestos a niveles confiscatorios, según el modelo de Piketty, para recaudar 75 mil millones de pesos, no solo crearía una fuga de capitales, sino que reduciría el poder de compra de la población y provocaría fenómenos de sobreproducción de invendibles y, por lo tanto, de desempleo y recesión. Reducir a la porción congrua la explotación petrolera y carbonífera, como lo anunció Gustavo Petro, dejaría al país sin una buena parte de sus divisas, gracias a las cuales Colombia puede tener servicios públicos, importar alimentos y sostener la producción agropecuaria, entre otras cosas.
Cambiar la agricultura actual por una “agricultura campesina”, como exige la doctrina fariana de la “reforma agraria integral”, que Petro dice que implementará, con la venia de los gremios y de los partidos que se decían moderados, y, como si fuera poco, hacer pasar los intereses de la ecología punitiva sobre los intereses de la sociedad, podría desatar fenómenos de caídas drásticas de producción y hasta de hambrunas sin antecedentes en Colombia.
No se debe olvidar que los excesos de la ecología “progresista” son generadores de caos como ocurre hoy en Sri Lanka. También pueden llegar a afectar a países desarrollados. En este momento, los Países Bajos son teatro de protestas de miles de agricultores contra la política del gobierno sobre el nitrógeno, por la cual muchos tendrán que cerrar sus granjas, o someterse a ser expropiados. Algunos agricultores se suicidaron a causa de tales restricciones y la bronca social está creando desabastecimiento.
Nadie puede ignorar que las economías nacionales, sobre todo las de los países subdesarrollados, son una cosa frágil que no puede caer en manos de aventureros. Es fácil tomar decisiones irracionales, creyendo que son excelentes para “el cambio”. Así comienzan en general los círculos viciosos que pueden llegar a destruir economías que eran generalmente viables.