Gracias al «princess time» se aniquiló la inteligencia del Ejército Nacional que tantas glorias dio a la institución y fue ejemplo para los ejércitos del mundo.
Años atrás, en pleno furor del combate, las glorias alcanzadas por el Ejército Nacional en el conflicto armado colombiano movieron la balanza doblegando los grupos narcoterroristas a su exterminio, gracias a la coordinación de las Fuerzas Armadas se lograron resultados operacionales con hazañas propias de películas de Hollywood, como lo fue la «operación Jaque», orgullo de una inteligencia de avanzada y muy profesional que se fue construyendo bajo el calor del combate y las lecciones aprendidas de un ejército en modernización.
Desafortunadamente, para el Ejército años después cuando se veía el fin del conflicto armado, con uno de los peores gobiernos que ha tenido Colombia, en la institución castrense cobraba vida el «princess time», donde su único objetivo era el escalonamiento personal a toda costa, por intereses de quien dirigía los designios de la Fuerza y en coordinación con una extrema corrupción que utilizó a la contrainteligencia militar disfrazada de una «profunda ética» para supuestamente depurar el Ejército Nacional.
De esta manera, se olvidó la misión de la inteligencia militar y se abrieron todas las posibilidades a la contrainteligencia dentro de la Fuerza, para favorecimientos e intereses particulares consistentes en desmoralizar y acabar con el personal que es ajeno a las prácticas de corrupción, sin importar la desestabilización operacional y manchando el buen nombre de la institución.
Es así, como se fortalece en este «princess time» la contrainteligencia con nombramientos arbitrarios y estructuras organizacionales a dedo, con el fin de brindar al servicio del canalla más grande, todos los servicios técnicos, documentos, pruebas y fachadas para hacer montajes y bajo «falsos positivos» ir limpiando su camino de quienes se oponían a sus ambiciones, así como, cubrir la corrupción y desfalcos que generó dentro de la fuerza.
Sin embargo, todos los que hemos portado el uniforme y los que aun lo tienen, somos culpables en cada medida de las funciones o cargos desarrollados, por no denunciar y exponer en el momento todas las aberraciones de corrupción presentadas al interior del Ejército Nacional: tal vez por el miedo a perder la carrera militar o por el pensamiento erróneo jerárquico de toda una vida. Hoy, aunque nos duela ese silencio y omisión, es demasiado tarde para exponerlo, ya que la maquinaria esta penetrada en toda la institución con colaboración de medios de comunicación, politiquería y algunos medios de control.
En conclusión, lo que está pasando hoy con la terrible realidad del Ejército Nacional, no es culpa de la Inteligencia, sino de la contrainteligencia, que se encargó de ponerle fin a esta gran arma y humillar la labor del militar.
Por último, ¿qué van a saber los medios de comunicación o los políticos, que no entienden la diferencia entre estas dos palabras (inteligencia – contrainteligencia)?, y asumen que es la inteligencia la culpable. Claro está, que ni siquiera los desafortunados promulgados comandantes comprenden el problema, aceptando todas las responsabilidades de la opinión pública, emitiendo juicios y culpabilidades. Así mismo, cabe preguntarse si es que estos comandantes, hacen parte del «princess time» que pudo haberse encargado de interceder para nombrarlos (por desgracia de la institución) en los cargos que hoy ocupan, y están ahora siguiendo el libreto que les correspondería de momento porque ya no les interesa estar «En guardia por la patria».