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Una derecha, unida… pero solo en su amor propio” es la realidad política actual en Colombia. Por: Silverio José Herrera Caraballo

Los egos en una derecha fraccionada han dejado de ser un síntoma ocasional para convertirse en una constante preocupante dentro del escenario político colombiano. Mientras el país enfrenta una crisis institucional, económica y de seguridad, los partidos que históricamente se han proclamado defensores del orden, la democracia representativa y la soberanía, hoy se consumen en luchas intestinas que solo debilitan cualquier posibilidad de unidad real frente a un proyecto de izquierda que, aunque caótico en su gobernanza, se muestra sólido en su propósito de permanecer en el poder a toda costa.

El Centro Democrático, partido que llegó a ser referente del conservadurismo moderno, hoy se ve dividido entre quienes aún siguen ciegamente al expresidente Uribe y los que, cansados de ese liderazgo vertical, buscan nuevos caminos con más autonomía. Cambio Radical, por su parte, vive un dilema similar: su discurso liberal en lo económico se ha desdibujado en medio de cálculos electorales y liderazgos tibios. Y otros sectores que también se definen como de derecha (como algunos sectores cristianos o regionales) han demostrado más interés en destacar personalismos que en consolidar un proyecto común. En lugar de presentar una alternativa seria y cohesionada ante el gobierno actual, se dedican a disputarse protagonismos, buscando ser “el elegido”, el que cargue la bandera, como si el país no se estuviera desmoronando mientras tanto.

Mientras estos sectores se atacan entre sí con una mezquindad que raya en lo grotesco, el gobierno de izquierda liderado por Gustavo Petro avanza, a su manera, en la consolidación de su poder. Con un discurso polarizante, un manejo errático del Estado y una evidente falta de resultados en lo administrativo, Petro ha sabido mantener la fidelidad de sus bases y, peor aún, ha logrado pactos tácitos o explícitos con actores armados como las disidencias de las FARC y el ELN, que ya han manifestado su apoyo a su proyecto político. Ante esta situación, es legítimo preguntarse: ¿qué más tiene que ocurrir para que la derecha comprenda que solo desde la unidad estratégica, desde la renuncia al ego y al cálculo individual, podrá hacer frente a un modelo de país que amenaza con convertirse en un régimen de facto?

El ciudadano de a pie observa con escepticismo y resignación cómo quienes podrían representar una alternativa sólida a este gobierno, se sabotean unos a otros. Es urgente que los líderes de derecha entiendan que el futuro de Colombia no puede depender de caprichos personales ni de proyectos individualistas. La situación del país exige grandeza, visión de Estado y generosidad política. No se trata de rendirse a un caudillismo nuevo, pero sí de construir una agenda compartida que defienda principios fundamentales y que reconozca el peligro que representa seguir divididos.

Colombia no puede esperar más. La derecha tiene una responsabilidad histórica en este momento crucial. Si no logra dejar de lado sus diferencias internas y trabajar de forma conjunta por la recuperación del país, estará condenando a toda una generación a vivir bajo un modelo que desprecia las libertades, normaliza el caos y se alía con quienes han sembrado terror por décadas. La unidad no es una opción romántica, es una necesidad imperiosa. De llegar el 2026 a ganar nuevamente la izquierda, serán ustedes los únicos responsables de la debacle de un país que creyó en ustedes y les entregó su confianza.

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