Enardecidos luego de lanzar piedras y objetos hacia los vidrios del establecimiento, un nutrido grupo de encapuchados ingresó a la fuerza a la sede del Instituto Colombiano de Crédito Educativo y Estudios Técnicos en el Exterior (Icetex) e intentó prender fuego al primer piso.
Sin ninguna conciencia moral de la presencia en ese lugar de más de doscientas personas -entre funcionarios y usuarios-, este acto de barbarie que algunos medios hipócritas ocultan, refleja el nivel de intolerancia, violencia y degradación de la conducta de estos bárbaros que estudian gratis por cuenta de los impuestos que pagamos todos.
Dos días atrás también habían ocasionado disturbios en la Universidad Pedágogica. El uso de explosivos al interior de la institución, dejó un saldo de cinco estudiantes heridos y ocasionó fuertes enfrentamientos con el ESMAD.
Estos hechos desdibujaron completamente la esencia de una manifestación anunciada como “pacífica” por parte de varias universidades públicas y privadas; dejando al descubierto que hoy la “protesta social” está totalmente instrumentalizada por un cerebro anárquico y violento, que sólo pretende el caos y la destrucción de la sociedad.
No es un secreto que la indignación ha motivado desde siempre, grandes movilizaciones. Durante los años 60, la humanidad dio muestras de lo manipulable que resulta una porción de la población atraída por el discurso de igualdad, amor y paz, hasta convertirlo en el arma más letal contra la propia seguridad nacional.
La oposición de cientos de miles de jóvenes -y a la cual se unieron luego más sectores de la población- en Europa contra la lucha armamentista y luego en Estados Unidos por la guerra de Vietnam, que se esperaba hubiera tenido el éxito de la anterior guerra de Corea y no fue así, es el fiel ejemplo de cómo para la época se logró desestabilizar naciones enteras mientras el comunismo ampliaba su radio de influencia y avanzaba en clara expansión.
Propaganda pura y dura, que sirvió de plataforma a las revoluciones en distintos países, permeando las instituciones mientras ocultaba su propia esencia violenta en la búsqueda de sus objetivos.
Colombia siempre ha sido protagonista de estos experimentos y tristemente, sus universidades se ubican cada vez más lejos de ser epicentros del desarrollo intelectual y de “reunir en un todo” el saber – fin para el cual fueron concebidas desde la Europa Medieval-, transformándose en semilleros de odio donde el vandalismo es el efecto del adoctrinamiento al que están expuestos por parte de muchos profesores fracasados que encuentran su terapia en el adoctrinamiento perverso de mentes incautas y proclives a las emociones exaltadas, ante la apatía de sus directivos y rectores.
Son muchísimos los jóvenes estudiantes que perciben la realidad completamente diferente a cómo la vivieron sus antepasados. Mientras este universo imaginario los lleva a creer que tienen derecho a todo, que el sistema capitalista es un monstruo y que todo se reduce a una élite burguesa ladrona, desconocen que son unos privilegiados en un país de 12 millones de pobres y que el Estado a lo largo de la historia ha hecho un esfuerzo ingente gracias a los capitalistas -comerciantes, industriales- que generan empleo formal y pagan sus impuestos.
El ataque constante a los bienes públicos es el reflejo de la estupidez de lo que Olavo de Carvalho denomina “el imbécil juvenil”, pues los arreglos de todo lo destruído pasan por sus mismos bolsillos.
Lo curioso es que ese ánimo destructivo pareció haber desaparecido durante el Gobierno de Álvaro Uribe Vélez, que al tener diezmados a los grupos armados, no lograron eficazmente sembrar en las universidades su izquierdopatía revolucionaria.
Sin embargo, en el periodo de Juan Manuel Santos, estas células aumentaron su capacidad de manipulación y crearon el escenario perfecto en el que figuras como Iván Márquez, ‘Timochenko’, y ‘Jesús Santrich’, pasaron de ser terroristas y narcotraficantes a héroes de la Nación; mientras quienes han defendido la no impunidad y la libertad, son considerados asesinos en ese universo imaginario.
La indignación de los estudiantes sería comprensible como respuesta a los actos de corrupción de los directivos de los claustros universitarios, como el ya conocido al interior de la Universidad Distrital, protagonizado por su ex rector, Carlos Javier Mosquera, hoy investigado por la Fiscalía y quien fuera nombrado en ese cargo en 2013 por el entonces alcalde Gustavo Petro.
Sin embargo, no tiene justificación alguna continuar alimentando el ciclo violencia que hemos padecido todos los colombianos con cualquier excusa, como la defensa de las “causas justas”. La herencia del ´posconflicto’ no puede ser la creación de más grupos ilegales que amedrenten a la población, sobre todo en espacios que deberían ser sagrados, como los colegios y las universidades.
Y a pesar del evidente esfuerzo del Gobierno Nacional por encontrar soluciones al déficit presupuestal que presentan estas entidades y anunciar la inversión de más recursos destinados al bienestar y la permanencia estudiantil, a la investigación, la formación docente, el fortalecimiento regional y rural y la adecuación y mejoras de infraestructura, nunca nada es satisfactorio ni suficiente para estos jóvenes hipnotizados.
La fuga de recursos no sólo está en los actos de corrupción, sino también en quienes en vez de estudiar, usan estos espacios desplazando a quienes sí los desean, para delinquir y no para construir sociedad.