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Los odios que matan al poseso Montealegre Lynett evidencian la necesidad de la intervención de un exorcista que lo libere. Por Ex Magistrada María Patricia Ariza-Velasco

El alma del ser humano realmente es complicada, es el motor de actuaciones privadas y públicas, de los compromisos con los demás y consigo mismo, del quehacer altruista o de la rienda suelta a los bajos instintos, de las elevadas cumbres de comportamientos dignos de encomio o de las más execrables conductas. Por eso, son dignos de admiración y respeto quienes enfocan su vida a través del estudio profesional, para ofrecer la solución a las enfermedades del alma, detectando su origen y buscando las mejores fórmulas para controlar los padecimientos, frente a los cuales no existen vacunas físicas. Si, bravo por esos psicólogos (me niego a usar la connotación femenina, pues la Real Academia de la Lengua Española, señala que el plural abarca los dos géneros) que entregan sus horas, para ayudar a la “humanidad caída y doliente” y que afortunadamente, por las dinámicas sociales poco a poco se reconoce la urgencia de su atención profesional, al igual que ocurre frente a la del médico, para desarrollar políticas en la práctica de prevención y atención en los variados desórdenes de que es objeto el alma de las personas físicas.

Todos necesitamos la atención por psicología, distinto es que, en países en vía de desarrollo, por causa de estereotipos que aún tienen hondas raíces que no ha sido posible destruir, por el contrario, se perpetúan y como maleza buscan los terrenos más insólitos para rebrotar, se tenga esa absurda idea que el psicólogo solo se requiere para quienes ya estén diagnosticados con enfermedad mental  y confinados en hospitales o clínicas mentales, con terapia farmacológica por orden del psiquiatra  o para las mujeres, que “siempre son locas”. Si, aún se escucha ese término peyorativo “vieja loca”, no solo en el ámbito doméstico, también en lo público, sin importar el estrato socioeconómico o cultural, en las relaciones laborales, en las comerciales, en donde quiera refutarse una idea brillante o descartar aquella que no es conveniente, o en la academia, especialmente en Latinoamérica donde aún no se dan los espacios para el debate democrático y crítico que tanto nos urge y por tanto no evolucionan los currículos, que atan irremediablemente a los siglos XIX y XX . Raramente se escucha el término compuesto aludido en referencia a los varones, a esos que conducen a través de odios y determinan conductas delincuenciales usando la masificación ignorante, desafiando las condiciones mínimas de coexistencia social o a esos que asumen conductas totalmente descompuestas en cualquier ámbito y ante la mirada complaciente unas veces, otras sin embargo causando estupor a nivel social, pero no se les califica de “viejos locos”.

El odio es una de las enfermedades más usuales del alma, ha generado con la presencia de otros sentimientos muchísimas desgracias de las cuales da cuenta en inmensas proporciones la historia. Genera comportamientos delincuenciales, repudio, reacciones según el terreno de acción, como la xenofobia. Pero tremendamente lamentable cuando el límite máximo de odio centra el accionar de una persona contra otra, sin determinar el inmenso mal que se auto -infringe quien lo hospeda y genera. El caso típico de las últimas semanas, sin duda observable por muchos colombianos es el que sufre, padece, evidencia, hace público, Eduardo Montealegre Lynett, generando variedad de sentimientos, al punto que se acude a páginas en la web a verificar su formación profesional y hasta buscar si se encuentra dentro de esa clasificación medioeval de “poseso”, porque al tratarse de un varón, las costumbres no permiten tildarlo de loco, tal como se advierte anteriormente, por tanto resulta necesario clamar por la intervención de un exorcista que lo libere y permita que sus actuaciones vuelvan al ritmo normal de la cotidianidad y no de un psicólogo como las reglas de la lógica lo exigen.

El poseso Montealegre Lynett se dejó dominar por el odio focalizado en Álvaro Uribe Vélez y lo ha hecho público en un verdadero circo que ha sido mediatizado y por tanto objeto de análisis por la comunidad de juristas, algunos guardando silencio, otros en redes manifestando su asombro, caricaturizando, ofreciendo señalamientos burlones y algunos en comunicaciones privadas con toda clase de calificativos negativos. En fin, dentro de los que son estudiosos del Derecho como ciencia, los que conocen de los comportamientos del rigor que debe presidir el ejercicio profesional y los comportamientos éticos que se demandan no solo en Colombia, también internacionalmente, no deja de sorprender y abrumar las disparatadas intervenciones de quien fuera Magistrado de la Corte Constitucional, Fiscal General; también de quien ha sido maestro en diferentes instituciones universitarias, además de autor de textos propios de su profesión.

Quedó atrás, en ese pasado remoto, la figura menuda y tímida, que asomaba para intervenir con conceptos a partir del estudio disciplinado en ámbitos académicos y poco a poco tomó seguridad y se apalancó para aspirar a los cargos públicos ocupados. Emergió finalmente un ser humano irrespetuoso, que desconoce el contexto de la actuación, que arrasa con lenguaje verbal y no verbal, el cual es posible observar por cualquier colombiano que lo desee, en directo o en diferido, tal como ocurre con cualquier partido de futbol de interés general, por tanto extrapolando los escenarios, el poseso Montealegre Lynett, requiere con urgencia le saquen tarjeta roja, pues al acudir al Var –  Video Assistant Referee-, sin duda es merecedor de esto y mucho más.  Veamos ya las tarjetas amarillas que se han vislumbrado por la Juez Clara Ximena Salcedo, otras que ha mantenido en reserva, quizá por “temor reverencial”, pero reclamadas por algunas partes en el proceso contra el Expresidente Álvaro Uribe Vélez y sobre todo por el jugador número doce, personificado en el público, particularmente el ubicado en zona vip que son aquellas personas que conocen las normas penales y de procedimiento, no los leguleyos de pacotilla que pululan por diestra y siniestra ofreciendo conceptos por supuesto totalmente descocados al igual que los del poseso referido. En su orden:

1.- Esa extraña y circense figura de acudir en calidad de “victima” por cuenta del poseso Montealegre Lynett, en un proceso donde no se vislumbra por ningún resquicio que pueda reclamar tal reconocimiento. En efecto utiliza el repetido argumento de esa población mamerta en cuanto a que el expresidente Uribe, “constituye un peligro para la sociedad”. Entonces de plano desconoce la existencia del Ministerio Público en el proceso penal, a través del Procurador a quien le correspondió en vigencia de la Ley 600 de 2000 y corresponde en la de la Ley 906 de 2004, la defensa del orden jurídico, de los derechos y garantías fundamentales, representando los intereses generales de la sociedad. Teniendo en cuenta el errático argumento del energúmeno exfiscal, ¿ya acudió en la misma condición ante la JEP, para reclamar las tropelías remotas y recientes de las Farc, en contra de la sociedad civil, las cuales son reacias descaradamente a reconocer? Para el mundo académico jurídico, surgen preguntas capciosas respecto a su coautoría de textos en materia de procedimiento penal.

2.-El poseso de marras confunde sus roles al acudir en calidad de víctima y asumir el papel de catedrático a instancias de un proceso penal, en donde no ha sido llamado como perito a fin de presentar sus conocimientos a partir de la Filosofía del Derecho,  para que sirva de criterio orientador, desconociendo además por ello el orden en que discurren las audiencias, alegando a manera de conclusión en momentos no pertinentes, trayendo temas que no corresponden al contexto de los hechos investigados, sin diferenciar además las solemnidades de las Leyes 600 de 2000 y 906 de 2004. Como decían las gentes de antaño “está hecho todo un zaperoco”. Es que resulta fácil ser profesor en lo teórico, estar rodeado de todo un tinglado de servidores públicos que cumplen órdenes, pero diametralmente distante de lo que sucede con el litigio real, el dónde el abogado debe enfrentar lo teórico frente a lo práctico. Volviendo al lenguaje común del fútbol, muy distinto es “cabecear” desde la cama, al observar un partido de fútbol, frente a lo que hace el delantero intentando obtener un gol, en medio del asedio de la defensa del equipo contrario. ¡Qué mal mensaje para quienes fueron los estudiantes de Lynett”!

3.-El poseso Montealegre Lynett ante todo el país, exhibe irrespeto no solo contra la señora Juez, que ha mantenido su compostura, al igual con el Fiscal y otros sujetos procesales, quienes han intervenido en las audiencias, usando lenguaje directo oral y también lenguaje no verbal. En el lenguaje oral, pueden usarse palabras pulcras, pero por el tono inferido, las pausas, dentro del contexto de intervención, pueden asumir significados opuestos, según las reglas de interpretación en la retórica. El lenguaje no verbal también es objeto de lectura, gracias al auxilio de la disciplina de la psicología, indicando por ejemplo la veracidad de los decires o desestimándola.  Las risas abiertas, son parte de ese lenguaje del cuerpo, no traducido en palabras, en una audiencia frente a un llamado de atención del Juez, constituyendo per se en muestra fehaciente de irrespeto. Todo ha quedado registrado, como pruebas irrefutables de grosería, falta de ética en los comportamientos no disimulados de este truhan emergente.

4.- El poseso Montealegre Lynett ha asumido el definido rol de obstaculizar el proceso, utilizando el largo discurso magistral propio de las escuelas de Derecho en Latinoamérica estancadas en el siglo XIX, en otras palabras “sentando cátedra”, desconociendo el potencial de los demás sujetos procesales. Si, se ha dedicado a la figura de la distracción, con objetivos que pueden ser deducidos por los expertos reales, los que trajinan diariamente con casos cotidianos en lo penal, no hipotéticos de las aulas, en medio de audiencias, solicitando pruebas, presentando recursos, sudando cada caso, en fin, padeciéndolo. Puede que haya acudido el señor Montealegre a la espuria figura en calidad de víctima, lo que acarrea responsabilidades como parte en el proceso, pero no puede escindirse de la condición de abogado, frente a la cual además es perfectamente viable solicitar la declaración de responsabilidad disciplinaria, por cuenta de la Sala Jurisdiccional Disciplinaria de Cundinamarca, porque ya no le cobija el fuero de Magistrado de la Corte o de Fiscal General. La conducta ha sido pública, razón suficiente para asumir la investigación la Corporación referida, toda vez que por hechos menores muchos abogados han sido disciplinados en el ejercicio de la profesión.

Por todo esto y por mucho más, no cabe duda que Montealegre Lynett se dejó dominar por el odio contra el expresidente Uribe y, como cáncer le ha invadido en sus comportamientos públicos seguidos por los colombianos. Los odios matan, porque se pueden somatizar, tal como científicos han demostrado y sobre los cuales se encuentra literatura especializada. Si el odio, hace metástasis en el cuerpo físico, traduciéndose en úlceras y cánceres estomacales, afectación en el sistema inmunológico, enfermedades del corazón, hipertensión arterial, al segregarse o liberar en exceso sustancias como la adrenalina, el cortisol, la prolactina, según Robert Ader de la Universidad de Rochester o Charles Raison de Emory University entre otros. Al poseso hay que recomendarle asista al psicólogo, para que le ayude a liberar los odios.

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