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Inversión de la realidad y autoengaño. Por: Eduardo Mackenzie

Lo peor que le puede ocurrir a una víctima es perder el sentido de la realidad y ver al agresor como inocente y al defensor como culpable.

Helena Urán Bidegain es una admiradora incondicional del dictador Nicolás Maduro, y no lo oculta. El 31 de mayo de 2023, ella saludó el acuerdo firmado en Brasilia entre Gustavo Petro y Nicolás Maduro, para, según ellos, “buscar desaparecidos en la frontera” entre Colombia y Venezuela. En una red social, sobre la foto de ese pacto, donde Petro y Maduro sonríen y se dan la mano, ella anotó: “¡Esto me llena de satisfacción! Son los pasos necesario (sic) para acercarnos a la posibilidad de cumplir con el derecho que tienen las víctimas a recuperar los restos de sus seres queridos.”

Es un comentario que produce escalofrío. ¿Cómo puede esa señora admirar a uno de los responsables del asesinato de su padre y al mayor depredador de Venezuela?

Helena Urán Bidegain es hija de Carlos Horacio Urán Rojas, un abogado auxiliar del Consejo de Estado que fue ultimado por el M-19 el 7 de noviembre de 1985, un día después del asalto terrorista contra el palacio de justicia de Bogotá, ataque financiado por el narcotráfico que dejó 94 personas muertas y 53 heridos.

En abril de 2013, la Juez Segunda Penal Especializada de Bogotá, condenó a 30 años de cárcel a cuatro cabecillas del M-19 por ser “coautores plenamente responsables” de delitos de homicidios agravados cometidos durante ese ataque en la que los asaltantes eliminaron a 18 magistrados y magistrados auxiliares de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado, y a 19 abogados y auxiliares de magistrados de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado que se encontraban en el edificio durante la toma del palacio de justicia. El nombre de Carlos Horacio Urán Rojas aparece en el penúltimo renglón de la dolorosa lista establecida por la Juez Segunda Penal Especializada de Bogotá.

Desafortunadamente, a esa trascendental sentencia la prensa no le dio ningún cubrimiento, a pesar de su enorme importancia para la paz de Colombia. En 2019, esa sentencia fue confirmada por el Tribunal Superior de Bogotá y está, por lo tanto, ejecutoriada, es decir, está vigente e hizo tránsito a cosa juzgada.

Helena Urán no podía ignorar esa decisión de la justicia colombiana. Ella tenía 9 años cuando ocurrió el dramático episodio del palacio de justicia. Sin embargo, ella optó por negar la realidad y hoy se muestra convencida de lo contrario: que los asaltantes y asesinos de los magistrados eran inocentes y los defensores del palacio de justicia son los culpables. En su libro Mi vida y el Palacio, ella acusa sin pruebas a Estados Unidos de haber ayudado a Colombia a derrotar a los asaltantes, de haber tenido una “participación directa en esa masacre” (1) y de ocultar esa información durante años. Ella estima que la acción defensiva del gobierno contra ese asalto fue un “acto antidemocrático” y un “crimen de Estado”. Esa extraña actitud la llevó también a presentar una demanda civil en Estados Unidos contra el coronel Alfonso Plazas Vega, el militar que dirigió las operaciones contra los terroristas dentro del Palacio de Justicia y quien logró rescatar heroicamente a 236 rehenes, algunos de ellos heridos. El 16 de diciembre de 2015, el coronel Alfonso Plazas Vega fue absuelto por la Corte Suprema de Justicia de todos los falsos cargos que los agentes del M-19 le habían inventado, lo que le valió un proceso penal ordinario lleno de irregularidades y una detención que duró ocho años y medio.

¿Hasta qué punto la inversión de la realidad que hace Helena Urán Bidegain ante la tragedia del palacio de justicia y la impunidad para sus autores intelectuales y materiales, y el proceso aberrante contra los defensores del Estado de derecho, descansa más sobre las falsas narrativas y las posturas ideológicas del M-19 que sobre hechos? La admiración y confianza que ella declara por Nicolas Maduro y Gustavo Petro aportan una respuesta.

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