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¿Ingrid Betancourt contra las Farc? Por: Eduardo Mackenzie

Ingrid Betancourt hizo, de nuevo, una breve aparición en Bogotá para hacer declaraciones políticas y doblar la rodilla, una vez más, ante los extraños rituales del violento mamertismo colombiano.

Lo primero que hizo fue  ir ante la macarrónica “Comisión de la Verdad” que preside Francisco de Roux. Invitada por él, la ex candidata presidencial de 2002 fue a expresar su confianza, no en Colombia, sino en los jefes de las Farc a quienes ella ve como actores que buscan  la “reconciliación” y la “redención” del país. La reconciliación, dijo ella, “es una palabra que pesa mucho y el camino que llega hasta ella (…) pasa por una búsqueda de redención por parte de quienes fueron nuestros victimarios.”

Es cierto que IB lanzó, en ese mismo discurso, una frase importante sobre la  hipocresía de las Farc respecto de la reparación de las víctimas. Ella dijo: “Yo reconozco de Timochenko que haya hecho el esfuerzo de reconocer el crimen del secuestro y usted [Alape] habló de reparar a las víctimas y eso es un tabú en Colombia. Yo le pregunto ¿cómo va a reparar a las víctimas? ¿Dónde están los recursos del narcotráfico que ustedes acumularon durante los años de guerra? Porque esos recursos son los que tienen que ir para reparar a las víctimas”.

Ingrid Betancourt no obtuvo la menor respuesta de Alape sobre ese punto ni de los supuestos desmovilizados de las Farc que la habían escuchado en ese encuentro, ni el menor respaldo efectivo del sacerdote Francisco de Roux.

La línea general de la intervención de Ingrid Betancourt ante la “comisión de la verdad” quedó resumida en esta frase: “Tenemos que hacer que Colombia entienda, tenemos que encontrar las palabras justas para que el país vea, imagine, oiga lo que nos sucedió a todos”. 

Extraño enfoque. No es el país el que debe “entender” y “ver” lo que sucedió, pues Colombia no solo ha visto, sino que ha sufrido durante más de 50 años en carne propia y por ello sabe muy bien qué hacen e hicieron las Farc. Quienes no quieren entender nada, quienes no quieren ver el desastre que crearon son ellas, las Farc, incluso las del grupo de Timochenko y Alape, pues ellos, desmovilizados o no, siguen trabajando para arruinar el sistema democrático y substituirlo por la devastadora revolución socialista.

Empero, IB no se dirige a ellos y solo a ellos, como debería hacerlo, sino a Colombia en general, como si ese gran universo geográfico y demográfico fuera el creador  y el motor de la monstruosa violencia narco-comunista de los últimos 50 años.

El sintagma –“Colombia debe entender”–  muestra cómo IB, a pesar de sus esfuerzos,  sigue viendo con lentes ideológicos las cosas del país. Ingrid debería cesar ese juego perverso de emplazar a Colombia y no a quienes ella debería emplazar con mayor rigor intelectual y político. Muchos podrían replicarle: “Ingrid, no le pida a Colombia que entienda, pídale a quienes la secuestraron y maltrataron durante seis años y medio”. Y formule, por fin, una frase clara de agradecimiento a Colombia, comenzando por las Fuerzas Armadas,  por haberla sacado de las garras de las Farc.  Y lave así ese baldón que desgraciadamente la cubre desde el 2 de julio de 2008 cuando, en lugar de darle las gracias a Colombia y acompañar al presidente Álvaro Uribe y a los héroes que la liberaron junto con otros 14 rehenes, mediante la gloriosa y espectacular Operación Jaque, salió corriendo en un avión para darle las gracias en Paris a Nicolas Sarkozy  (“Français, je vous dois tout”) quien no había tenido nada que ver con su liberación.

Es verdad que en su intervención de antier, IB rememoró, quizás por primera vez en un evento público, algunas de las peores atrocidades cometidas por las Farc con sus secuestrados. Recordó cómo esa banda asesinó  al ex ministro de Defensa Gilberto Echeverry, en la masacre de Urrao y cómo rechazó, por órdenes de Tirofijo, los clamores del niño Andrés Felipe Pérez quien murió de cáncer sin poder ver por última vez a su padre, el rehén Norberto Pérez.

Ingrid Betancourt subrayó que las Farc habían asesinado a ese padre de familia (IB utilizó la palabra errada de “ejecución”) cuando él intentó escapar. De igual manera, ella citó el caso  “de Peña, que lo sacaron del campo de concentración Sombra donde [IB]  estaba, y lo mataron como a un perro, y no sabemos todavía dónde está su cuerpo”. Evocó, además, en una línea, el caso del coronel de la Policía Julián Guevara, secuestrado durante ocho años por las Farc y muerto en cautiverio en 2006 “porque no le dieron atención médica”.

Tales denuncias  eran indispensables y hay que saludarlas. Sin embargo, horas después, Ingrid Betancourt  echó marcha atrás al reunirse, como si fuera lo más inocente del mundo, con “el comité del paro”, es decir con los responsables de los miles de muertos y heridos de estas últimas semanas y de las enormes pérdidas económicas causadas por los bloqueos, incendios y otros desmanes generados por la huelga insurreccional que comenzó el pasado 28 de abril.

No contenta con eso, IB se reunió con otros individuos, los fascinantes “muchachos de primera línea” que tienen, según ella “mucho interés político”. IB dijo eso sin preguntarse de qué signo son los “intereses políticos” que hacen correr a esos jóvenes.

De esos encuentros, ella salió recitando la consigna de los vándalos: “los policías nos están matando”. Lo dijo, claro, a su manera y con una curiosa sintaxis: “Para que nuestros jóvenes, que se están manifestando y aquellos policías que, llevados por el miedo y las ideologías de guerra, los mataron por terroristas, entiendan la diferencia y no vuelvan a empezar.”

Para completar esa propaganda, ella indicó que su aporte en estos momentos al país es “ayudar a una reflexión diferente” para que podamos “salirnos de esos paradigmas de nuestra colombianidad que han estado marcados por la polarización”.  

¡Ese es el angelical recado que IB nos deja tras reunirse con los energúmenos del comité de paro! “Quiero que salgamos de la violencia, agrega, quiero que aprendamos a caminar el camino a la paz”.

Horas después, ella concedió una entrevista a un media francés: “Ingrid Betancourt  pide ‘penas ejemplares’ contra las Farc”, dice el título. En realidad, las “penas ejemplares” que ella pide son las “penas” que Santos y las Farc acordaron en La Habana: que no haya prisión para esos criminales de lesa humanidad sino “restricciones de movilidad en casas o en el espacio donde viven” (1).

Es evidente que la célebre ex rehén de las Farc sigue sin distinguir entre el bien y el mal, a pesar de sus estudios de teología en Inglaterra. Ella olvidó muy rápido que sus  interlocutores estiman que es legítimo incendiar a Colombia, disparar y calumniar a  la fuerza pública y bloquear la economía. Ella parece no haber comprendido que eso no es, para nada, “caminar por el camino de la paz” ni hacer un “ejercicio espiritual”. ¿De quién se burla Ingrid Betancourt?   ¿Qué busca al abrir pistas de reflexión que no lo son?  ¿Qué perdamos el tiempo cuando debemos actuar y organizar tantas cosas?  Ese inmovilismo favorece a quienes sólo buscan hundir a Colombia.

Aunque IB se atrevió a decirles con sinceridad unas verdades a sus ex verdugos, ella no ha cerrado el ciclo de las nefastas utopías del marxismo cultural.  Algunos creían que sus peregrinajes por Europa le habían permitido alcanzar una verdadera noción de la trascendencia.  Es inevitable concluir que su actual postura compasional respecto de las Farc es insuficiente para ver del todo quién le hizo daño, a ella y al país, y con quién debe contar Colombia para mantenerse en el campo de las libertades, del derecho, de la fraternidad y del capitalismo de mercado.

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