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Grotesca gritería en la asamblea de Naciones Unidas. Por: Eduardo Mackenzie

Gustavo Petro acusó a Donald Trump de haber ordenado “asesinar con misiles a más de 15 jóvenes colombianos en el Mar Caribe” lo que fue precedido, según Petro, “por el encarcelamiento de miles y miles de jóvenes caribeños, entre esos los de nuestra isla de San Andrés y Providencia en las cárceles de aquí al lado”. 

La violencia de las alegaciones sin soporte de Gustavo Petro en la asamblea general de la ONU el pasado 22 de septiembre contra el presidente Trump, Israel y la OTAN contrastan con la debilidad política del orador colombiano. Ante una sala vacía éste peroró y pidió –sin medir las consecuencias–, que condenen “por asesinato” de “jóvenes” al presidente de la mayor potencia mundial. Y pidió que “Bloqueen el Consejo de Seguridad para que no sigan matado a los niños”.

Petro fue a gritar lo que algunos dictadores no podían gritar en la asamblea de la ONU sin ser detenidos por orden de la Corte Internacional de Justicia de La Haya al pisar tierra norteamericana.

El presidente colombiano llevó la cosa hasta el insulto personal: “El chovinista con poder se vuelve imperio tirano y los seres humanos tenemos derecho a la rebelión contra el tirano y yo me rebelo como presidente descertificado”.

En uno de sus mensajes más delirantes de esos días en X, Petro afirmó que alguien quiere arrestarlo en Estados Unidos. Agregó que, si lo detienen allá, Colombia debe “levantarse” en defensa “de la democracia”. En un momento llegó incluso a amenazar a Estados Unidos con una frase: “Tenemos unas fuerzas armadas”.

Petro, en realidad, habló sólo por Petro. Lo que dijo no encuentra eco en Colombia, excepto en un senador comunista, Iván Cepeda, que aspira a profundizar la calamidad petrista a partir de 2026. Durante la campaña de 2022 Petro disimuló sus intenciones extremistas mediante una salva de promesas bonachonas. Su odio anti-Israel, su docilidad ante el terrorismo de Hamas, su visión de los traficantes de drogas como “jóvenes” inocentes, sus creencias anticientíficas sobre el decrecimiento económico y la “extinción” de la humanidad por culpa de la “crisis” climática, buscan hacer ruido ahora. “Estamos a punto de que se queme la selva amazónica”. “Lo que viene es la extinción y ya no será en 50 años, puede ser en 10” (*).

Pocos toman en serio sus faribolas. Voceros liberales y conservadores criticaron y dijeron ver con preocupación la retórica sediciosa de Petro contra Trump e Israel. En particular, estimaron escandaloso el acto de dignificar a la gente que conduce lanchas rápidas con cocaína para inundar a los Estados Unidos como ya lo han hecho en varios países europeos.

La ciudadanía colombiana se opone a Petro en los temas más sensibles: los escándalos de corrupción que le muerden la cola a muchos petristas, sus medidas para sabotear la justicia y la industria energética colombiana en beneficio de Venezuela, su obsesión de retirar del servicio a la oficialidad militar más experimentada, cambiar la doctrina militar y desfinanciar las Fuerzas Armadas, son rechazadas por la opinión y amplios sectores del Congreso colombiano.

¿A quién se dirigió, pues, Petro en ese recinto? A la extrema izquierda norteamericana y latinoamericana, al gobierno de Sánchez en España y a los enemigos de Israel. El pretende redorar su blasón con esas obscuras clientelas sin futuro.

Petro habló desde una posición insostenible: tras recibir una severa reprimenda de Washington por permitir, con la utopía de la “paz total”, que prosperen los carteles y aparatos armados de toda índole.

Es como si Petro deseara que Estados Unidos retire todo apoyo militar y económico a Colombia para que él pueda justificar un alineamiento con potencias extracontinentales como China y Rusia.

Sin decirlo explícitamente, el inquilino de la Casa de Nariño reflejó la zozobra de los regímenes dictatoriales de América Latina ante la flota naval en el Mar Caribe de la administración Trump y Francia contra el tráfico de drogas. Habló, quizás, en nombre de una entidad marxista y antioccidental que trató durante 20 años de consolidar un imperio en el continente: el Foro de Sao Paulo y sus apoyos solapados exteriores.

¿Por qué la loca vehemencia de Petro en la ONU? Quizás él busca represalias directas de Estados Unidos, como las que tuvo el general Noriega en Panamá en 1989, para suspender la Constitución y decretar la instauración de una dictadura socialista, como hizo Fidel Castro en 1962 al empujar la crisis de los misiles soviéticos tras el fallido desembarco en 1961 de cubanos en bahía de Cochinos. Tal sería el único medio de Petro para mantenerse en el poder.

Probablemente, los titiriteros de Moscú y Pekín quieren capitalizar las provocaciones de Petro para incitar la Casa Blanca a una crisis regional que la distraiga del Medio Oriente, del teatro ucraniano y del Mar de Filipinas. Pero Trump y su equipo están lejos de ser cándidos. Ojalá los colombianos tampoco lo sean.

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