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Convergencia política v/s unión partidista. Por: Eduardo Mackenzie

Una revista de Bogotá resumía hace tres días el pánico electoral que se apodera de los directorios políticos de oposición, en estos términos: “El panorama en el centro, la centroderecha y la derecha no está claro, se ve lleno de nubarrones, y tampoco se vislumbran alianzas que les permitan a estos bloques lograr un propósito que los una: vencer a Petro en las elecciones del próximo año” (1).

¿Ese pánico es justificado? No del todo. Hay razones que, por el contrario, favorecen a la oposición, pero da la impresión de que, impregnada de fatalismo, ésta no quiere ver las ventajas, aunque éstas sean evidentes.

El crecimiento del sentimiento antipetrista es inocultable. En la consulta del 26 de octubre pasado el partido petrista exhibió su marginalidad. Tuvo que violar el horario de la consulta para inventar que había obtenido “más de 2.700.000 votos”, reunidos sobre todo en las regiones bajo control de las bandas narco-comunistas. En realidad, el PH solo recibió 978.568 votos (solo 664.922 por Iván Cepeda), de los 39 millones de electores que podían votar ese día.

¿De dónde viene el pánico? ¿Por qué tanto miedo frente a esa minoría caótica, maligna y en crisis?

Viene de la profusión de candidatos a la presidencia del bando mayoritario y de la certidumbre de que esos bloques políticos llegarán dispersos a la primera vuelta y que tal plan de batalla le permitirá al petrismo conservar la presidencia.

La facción extremista que trabaja con Petro y que tendría como candidato presidencial al comunista Iván Cepeda Castro, está lejos de contar con el favor de las mayorías. Ese es el factor principal positivo que debemos realizar y asumir. La ciudadanía abomina a Petro pues la mayor parte de ésta, sobre todo los sectores menos favorecidos, está sufriendo las decisiones ruinosas del régimen de terror de Gustavo Petro.

Contra esa minoría violenta se puso de pie una multitud de colombianos y de precandidatos que están decididos a impedir la continuidad del régimen actual. Sin embargo, los componentes de ese sector no son homogéneos. ¿Como lograr que esa diversidad se transforme en un solo frente combativo que canalice la voluntad popular y gane la presidencia desde la primera vuelta?  ¿Cómo pasar del pluralismo al consenso? ¿Estamos ante la cuadratura del círculo?

No. La dispersión actual generará un proceso de decantación. Esto ya comenzó.  Quintero, Dávila y Uribe Londoño se autoexcluyeron: en lugar de atacar el campo de Petro desataron una absurda caza de brujas contra otros precandidatos. Nadie olvidará lo que han hecho. El electorado sabrá ver quiénes son los combatientes más resueltos y preparados, quien merece, por su acendrado compromiso militante, por su amor a Colombia, ser la o el mejor candidata/o. Lo digan o no los sondeos.

Desde luego, el sistema electoral colombiano es defectuoso, con candidatos respaldados por partidos y con aspirantes que deben recoger millones de firmas para validar su inscripción como candidatos (2). Juega también el recuerdo negativo de un sistema técnico de escrutinio incierto que aprovechó la minoría comunista para apoderarse del poder ejecutivo gracias a una serie de fraudes en 2022.

Ese gran temor es pues justificado. Sin embargo, la perspectiva de un fracaso electoral en 2026 no es irrevocable.

La exigencia popular espontánea dice: la oposición debe unirse, forjar una gran alianza.

¿Pensar en términos de “unión” de los partidos es el mejor enfoque? No creo. Habría que afinar el concepto para encontrar una salida. Es posible que no haya un movimiento de “unidad” entre los partidos. Éstos son diversos, con programas y sensibilidades diferentes y hasta divergentes, pero no opuestos.

¿Y si pensamos el problema en términos de “convergencias”, en lugar de “uniones”?

Es evidente que los partidos de oposición pueden entenderse y realizar acciones conjuntas. Lo hemos visto en la actividad parlamentaria. Gracias a esa predisposición hacia la convergencia sobre temas precisos, esos partidos pudieron derrotar los planes más absurdos de Petro en el Senado y en la Cámara de Representantes.

Entre los partidos existe ese germen hacia la convergencia. En ese esquema, ningún partido se ve sometido a renunciar a sus ideas, a sus líderes, experiencias y programas. El espíritu de convergencia puede alcanzar, además, un nivel mucho más alto en 2026:  en el momento de la elección legislativa y, sobre todo, de la elección presidencial.

La convergencia en cuestiones de línea programática es posible, a condición de que nos liberemos de la ilusión de que en el esfuerzo unitario hay cabida para facciones petristas. Juan Fernando Cristo está en esa onda demente: le propone a Iván Cepeda  “debatir a fondo” una “propuesta seria” de futuro gobierno.

Necesitamos pues ir hacia una presidencia de reconstrucción del país y, a la vez, de erradicación, sí erradicación, de las nefastas ideas que condujeron a la crisis militar, económica, social, institucional y constitucional actual.

Convergencia es pues el término que ofrece un mejor enfoque. Hay que tener claro otra cosa: esta vez no se trata de elegir sólo un presidente de la República, ni un Congreso. El desafío es mucho más exigente: cómo salir realmente de un gobierno comunista y antioccidental y pro Brics, como el actual, y poner a Colombia en la vía de la reconstrucción integral de sus libertades y de sus capacidades económicas, institucionales, diplomáticas y ambientales.

La tarea es enorme, pues la destrucción ha sido descomunal.

Se trata de ganar la presidencia, sí, pero de darse también a la tarea ciclópea de liberar a la Colombia que veníamos construyendo antes del colapso y que avanzaba –con dificultades, tropiezos y hasta errores–, hacia el bien común y no estaba en un proceso de declive suicida programado como el actual.

Para acometer esas tareas el Estado y la sociedad deberán contar no con un presidente sino con todos y cada uno de los líderes políticos, de las personalidades en todos los campos del saber, del hacer y de la innovación. Cada precandidato tendrá un lugar capital en la reconstrucción del país. Todos los que lucharon contra el despotismo petrista serán llamados a asumir responsabilidades en los más diversos campos.  Todos ellos son necesarios para sacar a Colombia del lodazal actual.

Los que impulsan sus candidaturas están llamados a mostrar su patriotismo en la fase que viene. Pues la meta no es sólo gobernar, sino también reforzar los dispositivos de justicia, salud, seguridad y defensa interior y exterior de Colombia pues la subversión organizada tratará, con su violencia, apoderarse de nuevo de Colombia.

Luego hay un gran campo para cada precandidato, para cada candidato, para cada personalidad política o no, para todos sus equipos.

Colombia ya hizo algo parecido en el pasado. Observemos con nuevos ojos lo que hizo el país para salir de la guerra civil de los años 1940-50 y de la dictadura militar de Rojas Pinilla; veamos cómo el pacto de Sitges cambió el panorama político de Colombia y reconcilió los dos partidos tras años de odios y luchas fratricidas, coyuntura que la URSS explotó para construir sus aparatos de muerte al comienzo de la Guerra Fría.

Volvamos a examinar el Frente Nacional y el sistema de alternación y paridad, pero descartando la basura ideológica del castro-comunismo que diabolizó ese acuerdo pues sabía que éste sería un obstáculo, como ocurrió en efecto, para sus planes totalitarios.

Exploremos como hombres y mujeres libres ese ejemplo de convergencia de voluntades. El bipartidismo salvó en ese entonces a Colombia. Veamos en esa ingeniosa creación institucional la confirmación de que hoy podemos vencer de nuevo a la antipatria y la coalición subversiva internacional que marcha contra Colombia.

(1).-  https://www.semana.com/politica/articulo/llego-la-hora-de-la-verdad-sera-posible-una-union-para-derrotar-al-petrismo-en-las-elecciones-de-2026-estos-son-los-detalles-desconocidos-de-lo-que-esta-pasando/202522

(2).- En Francia para evitar un número excesivo de candidaturas, así como candidaturas frívolas, cada candidato presidencial debe recabar 500 apoyos, es decir respaldos firmados por parlamentarios (diputados y senadores), alcaldes, consejeros departamentales y regionales. Los apoyos deben provenir de cargos electos de al menos 30 departamentos o colectividades de ultramar diferentes. Unas 42.000 personas que ocupan cargos de elección popular pueden respaldar candidatos.

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