La grave crisis creada por el presidente Gustavo Petro en las relaciones con Estados Unidos no ha sido superada. Una parte de las sanciones provocadas por Petro continúan, así como prosiguen los insultos de Petro contra el presidente Donald Trump.
Ni las autoridades ni la opinión pública saben desde dónde Petro lanzó sus textos incendiarios e irresponsables, ni por qué, en 15 minutos, pasó de una línea de aceptación de la deportación de ilegales colombianos, a la negación total de ese principio. ¿Quién le aconsejó ese giro? ¿En qué estado físico-psicológico se encontraba Petro al momento de hacer eso?
Varios sectores de opinión piden que el presidente Petro sea examinado por médicos para que determinen su estado de salud física y mental. Petro fue muy lejos. Es cada vez más evidente que ese personaje no puede continuar al frente de la Casa de Nariño. Es un peligro para Colombia. Cada vez más colombianos comparten un miedo creciente, provocado por el sentimiento de haber sido traicionados y abandonados por el mandatario socialista.
Por lo hecho en estos días, tras pedir ayuda a Nicolas Maduro, Colombia, además, está a punto de perder la grande región del Catatumbo (donde hay ya 52 mil desplazados, 52 personas asesinadas, 12 desaparecidas, campos minados y miles de confinados) y el departamento de Arauca, ambos territorios tomados por el ELN con ayuda de fuerzas militares venezolanas. El narcotráfico está a punto de dar un salto cualitativo continental.
Petro expuso a Colombia a sanciones económicas descomunales y arruinó las posibilidades de atraer inversiones extranjeras estables. Pese a todo, Petro reapareció muy orondo antier y se negó a dar explicaciones. Hace como si lo ocurrido el 26-27 de enero fuera insignificante.
Cree que lanzando promesas recalentadas –“pagaremos las pensiones”, “entregaremos tierras a los campesinos”, “diversificaremos las exportaciones para alimentar al mundo”, “no vamos de depender de ningún país”, “lograremos créditos de todo el mundo” — hará olvidar que hace tres días él hacía lo contrario y jugaba con una enorme bomba contra la economía de Colombia. Petro insistía en eso mientras Colpensiones revelaba lo contrario: que el gobierno le había recortado su presupuesto.
La deflagración fue evitada gracias a la intervención inusitada de miembros de la cancillería que optaron por pedir, ante los disparates de Petro, la intervención de los expresidentes Uribe y Santos, detalle clave revelado por el New York Times. Ese equipo, donde aparecen Laura Sarabia y el ministro Luis Gilberto Murillo, buscó una salida con Washington. La tensión bajó cuando Bogotá renunció a la guerra de aranceles con la que Petro amenazaba a Trump y aceptó que todos los deportados regresen a Colombia.
Esa ruptura del mando central del Estado colombiano creó un precedente cuyas consecuencias jurídicas y políticas son poco analizadas al momento de redactar esta nota. En todo caso, el ocupante de la Casa de Nariño está cada vez más aislado. Hasta sus colaboradores más cercanos, como Sarabia, Murillo y Bolívar, admitieron que su jefe estaba obrando de manera inapropiada. Los círculos de gobierno, la opinión pública y buena parte de la clase política, admiten ahora que hay que poner obstáculos definitivos para impedir que crisis de esa especie se repitan.
Convencido de que ha vencido a Donald Trump, Gustavo Petro salió de esto más agresivo que nunca y no solo contra Washington. El 30 de enero, en tono enigmático, anunció: “Se aplazan ciertos negocios de una gente muy poderosa en Colombia”, lo que trajo a la memoria al bufón de Hugo Chávez gesticulando “¡exprópiese!, ante un conjunto de edificios de Caracas, el 7 de febrero de 2010. El jefe del poder ejecutivo colombiano blande ahora facultades extraordinarias para realizar expropiaciones exprés de tierras en el Catatumbo. ¿Se limitará a esa región martirizada?
El 30 de enero, furioso porque Trump afirmó que Colombia pidió perdón por la oposición al regreso de los ilegales, Petro utilizó la retórica de Hamás: Estados Unidos es como la Alemania hitleriana “de 1943”, y Trump es un “monstruo”; [Israel] “encarcela y asesina niños con bombas”, la deportación de colombianos equivale al exterminio nazi de los judíos europeos. En tono sarcástico, invitó a Trump a renunciar a su agenda y adoptar la perspectiva socialista: “luchemos porque (sic) la nube digital sea regulada por los poderes públicos mundiales”, “luchemos para que los poderosos dejen de encarcelar o asesinar con bombas niños en el mundo”, “quite los bloqueos económicos”. Y sin mirar la viga en su propio ojo, Petro lanzó: “acabemos las guerras”.
¿Qué otras payasadas, delirios, sabotajes y catástrofes costosas está preparando Gustavo Petro para aislar, humillar y hundir en la miseria a Colombia?
La solución por lo alto está en manos del Senado de la República de Colombia. Dejar pasar sin investigación lo que hizo y está haciendo Petro y dejar sin sanción tal violación de sus deberes como jefe de Estado, equivale a capitular ante un incendiario imprevisible. La Constitución de Colombia establece salidas jurídicas para ponerle fin a ese estado de cosas. ¿Los parlamentarios y los organismos de control institucional estarán a la altura del momento? Ellos, en todo caso, tienen la palabra.