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Colombia antes y después del.2026. Por: Silverio José Herrera Caraballo

Colombia atraviesa uno de los momentos más complejos de su historia reciente. Luego de casi tres años de un gobierno que prometió transformación, justicia social y una nueva forma de hacer política, lo que encontramos es una nación sumida en el desorden institucional, la pérdida de autoridad, la inseguridad creciente y una incertidumbre económica que ahuyenta inversiones y debilita las esperanzas de millones de colombianos.

El país que prometía paz total hoy enfrenta secuestros masivos de militares, desplazamientos forzados, auge de disidencias armadas y una criminalidad que ha desbordado a las autoridades locales. El Estado, en muchas regiones, ha cedido espacio a los violentos. Las escenas de militares desarmados siendo humillados en plazas públicas, y la ausencia de respuestas firmes, no solo afectan la moral de la tropa, sino también la confianza ciudadana en las instituciones. El orden público está resquebrajado y el gobierno ha optado, en más de una ocasión, por discursos complacientes que rayan con la permisividad.

En lo económico, la situación tampoco mejora. El déficit comercial aumentó de manera preocupante, la inversión extranjera ha disminuido y las proyecciones de crecimiento han sido recortadas por organismos internacionales. La inflación, la desconfianza en el manejo fiscal y los constantes cambios de rumbo han hecho de Colombia un país menos atractivo para hacer negocios. Las decisiones improvisadas, la falta de planificación y el discurso hostil hacia sectores productivos han dejado una economía golpeada y una ciudadanía empobrecida.

A esto se suma la degradación institucional. El presidente ha mostrado, repetidamente, poco respeto por la división de poderes, proponiendo reformas por decreto, debilitando organismos de control y rodeándose de figuras más leales que competentes. La corrupción ha alcanzado niveles escandalosos, con casos como el de la Unidad de Gestión del Riesgo y los escándalos dentro de su propio círculo cercano, mientras que la respuesta del gobierno ha sido la evasión o la victimización.

El turismo se ha visto afectado por la percepción de inseguridad, y sectores como la educación y la salud han sufrido por la falta de recursos y gestión. El país parece navegar sin rumbo, atrapado entre discursos ideológicos y una realidad que exige soluciones inmediatas y técnicas, no arengas y confrontación constante.

De cara a los comicios de 2026, los colombianos no podemos permitirnos votar con ligereza ni bajo impulsos emocionales. No se trata de volver al pasado ni de repetir errores históricos. Se trata de aprender, de elegir con conciencia, de entender que lo que está en juego no es solo un nombre o un partido, sino el futuro mismo de la República.

Necesitamos un liderazgo que respete las instituciones, que recupere la autoridad del Estado, que garantice la seguridad, que atraiga inversión, que genere empleo y que devuelva al país la estabilidad perdida.

Es hora de exigir seriedad, ética y visión. Colombia no puede seguir siendo un experimento político ni un campo de batalla ideológico. El país necesita recuperar el respeto por sus Fuerzas Armadas, reconstruir la confianza ciudadana y reconectar con el mundo desde la solidez institucional y la coherencia democrática.

No más improvisación. No más polarización. No más promesas huecas. El voto de cada colombiano será, en 2026, el instrumento más poderoso para recuperar a Colombia de la deriva en la que ha caído. La historia no nos perdonará si volvemos a fallar.

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