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Charles Baudelaire envía un mensaje a G. Petro: El presente texto de Baudelaire (*) ha sido traducido por Eduardo Mackenzie

No soy de los que dicen que el hachís produce en todos los hombres el mismo efecto. Yo describí un poco los fenómenos que el hachís produce generalmente, salvo algunas variantes, en los espíritus artísticos y filosóficos. Pero hay temperamentos en quienes esa droga no desarrolla sino una locura estrepitosa, un gozo violento parecido al vértigo, a danzas, saltos, trepidaciones, estallidos de risa. Podríamos decir que ellos tienen un hachís totalmente material. Los espiritualistas no los soportan, aunque les inspiran compasión. Su personalidad ruin estalla. Una vez vi a un respetable magistrado, un hombre honorable, como dice la gente de mundo de ellos mismos, uno de esos hombres cuya gravedad artificial siempre se impone, en el momento en que el hachís lo invade: se puso a bailar el cancán de la manera más indecente. El monstruo interior y verídico se revelaba. Ese hombre que juzgaba los actos de sus semejantes, ese togado, había aprendido el cancán en secreto.

Así puede uno afirmar que esa impersonalidad, ese objetivismo del cual hablé y que no es otra cosa que el desarrollo excesivo del espíritu poético, no se encontrará jamás en el hachís de aquella gente.

En Egipto, el gobierno prohíbe la venta y el comercio del hachís, dentro del país al menos. Los desgraciados que tienen esa pasión van a la farmacia a tomar, bajo el pretexto de comprar un medicamento, su pequeña dosis ya preparada. El gobierno egipcio tiene razón. Jamás un Estado razonable no podrá subsistir con el uso del hachís. Este no forma guerreros ni ciudadanos. En efecto, es prohibido al hombre, bajo pena de decadencia y de muerte intelectual, perturbar las condiciones primordiales de su existencia y romper el equilibrio de sus facultades con esos consumos. Si existe un gobierno que estuviera interesado en corromper a sus gobernados solo tendría que favorecer el consumo del hachís.

Dicen que esa substancia no causa ningún mal físico. Eso es cierto, hasta el presente al menos. Pues sé hasta qué punto podemos decir que el hombre que no hace sino soñar y es incapaz de acción se podría sentir bien, y que al menos todos sus miembros estarían en buen estado. Pero lo que es atacado es la voluntad, que es el órgano más precioso. Un hombre que puede, con una cucharada de confitura, obtener instantáneamente todos los bienes del cielo y de la tierra, no adquirirá ni la milésima parte de eso mediante el trabajo. Ante todo, es necesario vivir y trabajar.

En el mismo artículo tuve la idea de hablar del vino y del hachís porque, en efecto, hay en ellos una cosa en común: el desarrollo poético excesivo del hombre. El gusto frenético del hombre por todas las substancias, sanas o peligrosas, que exaltan su personalidad, atestigua su grandeza. El aspira siempre a reanimar sus esperanzas y a elevarse al infinito. Pero hay que ver los resultados. Aquí tenemos un licor que activa la digestión, fortifica los músculos y enriquece la sangre. Incluso tomado en gran cantidad el no causa sino cortos desórdenes. Tenemos también una substancia que interrumpe las funciones digestivas, que debilita los miembros y puede causar una ebriedad de veinticuatro horas. El vino exalta la voluntad, el hachís la aniquila. El vino es un soporte físico, el hachís es una arma para el suicidio. El vino nos hace buenos y sociables. El hachís nos aísla.  El uno es trabajador por así decirlo, el otro es esencialmente perezoso.  ¿Para qué entonces trabajar, laborar, escribir, fabricar lo que sea, cuando podemos acceder al paraíso instantáneamente?  En fin, el vino es para el pueblo que trabaja y que merece beberlo.  El hachís pertenece a la categoría de los regocijos solitarios; ha sido hecho para los miserables ociosos. El vino es útil, produce resultados fructíferos. El hachís es inútil y peligroso.

Solo para refrescar la memoria hay que evocar el intento reciente de utilizar el hachís para tratar la locura. El demente que toma hachís contrae una locura tras otra y, cuando la embriaguez pasa, la verdadera locura, que es el estado normal del loco, retoma su imperio, como la razón y la salud entre nosotros. Alguien se esforzó y escribió un libro sobre eso. El médico que descubrió ese bello sistema no es el menor de los filósofos.

Termino este artículo con algunas bellas frases que no son mías sino de un importante filósofo poco conocido, Barbereau, teórico musical y profesor del Conservatorio. Yo estaba cerca de él en una reunión donde algunas personas habían tomado el alegre veneno. Él me dijo con un acento de desprecio indecible: “No comprendo por qué el hombre racional y espiritual se sirve de medios artificiales para llegar a la beatitud poética, porque el entusiasmo y la voluntad bastan para elevarlos a una existencia sobrenatural. Los grandes poetas, los filósofos, los profetas son seres que por el puro y libre ejercicio de la voluntad alcanzan un estado donde ellos son la causa y a la vez el efecto, sujeto y objeto, magnetizador y sonámbulo”.

Yo pienso exactamente como él.

(*).- Tomado del libro Du vin et du haschisch, de Charles Baudelaire (1821-1867). Editions Fayard, Paris, 2023, Collection Mille et Une Nuits.

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