¿Gustavo Petro se cree infalible como un papa y ve a sus ministros como cardenales? ¿O se ve tan desmaterializado que esa tenida fue convocada para instruir a sus obligados acerca de la política que viene y sobre su sucesión en 2026, o antes?
Hay cónclave cuando un papa muere. ¿Por qué el presidente Gustavo Petro calificó de “cónclave” su reunión a puerta cerrada de cinco días en dos lugares de Bogotá con sus ministros y asesores? En latín medieval, cónclave designaba la sacristía de las iglesias. Desde el siglo XIII, esa palabra, en el lenguaje eclesiástico, indica el salón del Vaticano donde los cardenales eligen un papa.
¿Petro escogió ese término para subrayar que nada podría salir de esa sesión y que nada podrían decir a los colombianos? Fue, en realidad, una reunión menos transparente que un cónclave. Pues en los de Roma no todo es secreto. Al final, una parte esencial, el nombre del nuevo papa, es dada a conocer. Petro, en cambio, ocultó todo lo que hizo en su extraño consejo de 120 horas.
¿Fue allí donde analizó los detalles de la farsa de la conmoción interior que lanzaría el 20 de enero? ¿Preparó allí su fingido asombro ante la nueva crisis humanitaria creada por las matanzas narco-terroristas en Catatumbo y Norte de Santander? ¿Trabajó allí su línea impotente de “suspender los diálogos” con el ELN por la nueva serie de atrocidades de esa gente y de las FARC? ¿Hizo tan solo el balance contable de los dineros públicos que no han sido ejecutados por sus ministros y por la vicepresidenta Márquez y que nadie sabe dónde están?
Ignoramos cuál fue el objeto real de esa cumbre de relumbrón, pero si vimos las tesis que aparecieron luego: declaratoria de la conmoción interior, cero emergencia económica para las regiones afectadas y cero reconocimiento de la responsabilidad de Petro (quien había mantenido la suspensión de las órdenes de captura de los que dirigen la actual masacre en Catatumbo) en la nueva ola de violencia que trata de extenderse a otros departamentos.
Sobre el cónclave un vocero dijo que habían hecho “la planeación estratégica del gobierno para el 2025”. Lo que no quiere decir nada. Como no hubo un informe sobre las medidas que tomaron, la prensa recogió frases sin substancia de otros asistentes. Alguien susurró que “evaluaron el nivel de ejecución” de cada ministro y de la señora Márquez, sin dar detalles. Otro musitó que Petro trazó un “plan de austeridad presupuestal”, que tomó nuevas decisiones “para impulsar la transición energética” y que hizo un “balance de la implementación del acuerdo de paz”. Son frases vacías.
En los días previos al cónclave, el ELN y las FARC emboscaron fuerzas en Catatumbo, no lejos de la frontera con Venezuela. Las balaceras comenzaron el 14 de enero contra la población y se extendieron al departamento del Cesar, donde una patrulla del Grupo de Operaciones Especiales de la Policía fue atacada el 16 de enero.
¿Los servicios de inteligencia, dirigidos por ex cuadros del M-19, no vieron esas señales? Si no anticiparon eso, son unos ineptos. Si lo vieron y dejaron hacer son unos cómplices. Al momento de redactar esta nota 90 personas han sido asesinadas — en 2024, las bandas mataron a 270 personas sobre todo en Cauca, Valle del Cauca y Antioquia—, otras muchas fueron heridas y 11000 otros colombianos tuvieron que huir de sus tierras. Ellos se suman a las 121.000 personas que fueron desplazadas en solo seis meses de 2024 en todo el país. ¿Llegaron ecos al cónclave de lo que preparaban los bárbaros esta vez?
Cuando comenzó la matanza en Catatumbo, la prensa consultó a los “expertos” y estos dieron la explicaciones rutinarias: esos “grupos” guerrean entre ellos pues se disputan los “corredores de movilidad” del narcotráfico. ¿No hay acaso una explicación diferente? No se atacan entre ellos sino atacan las regiones que el gobierno desguarnece.
En esa zona fronteriza, además, la influencia de la dictadura venezolana es palpable. Elizabeth Dickinson, analista del International Crisis Group, ofreció un enfoque novedoso: “No es un enfrentamiento común entre grupos armados. (…) Esto no es un hecho aislado, es algo que está en curso, es una campaña militar”. Y amplió su visión: “El ELN parece estar buscando crear una nueva ronda de conflicto. (…) Venezuela es un aliado existencial para el ELN, y Caracas no está contenta con la postura diplomática de Colombia”. Ese análisis es importante. Bogotá no valida aparentemente la elección reciente de Maduro. La escalada sangrienta en el Catatumbo y Arauca puede ser, entonces, un mensaje de Maduro: el ELN y las FARC son un instrumento y yo soy el que mando.
El problema es que en Washington la doctrina ha cambiado. Los carteles venezolanos, mexicanos y colombianos serán catalogados como organizaciones terroristas. Cuba, Nicaragua y Venezuela de nuevo están en la mira. El primer día de su segundo mandato como presidente, Donald Trump firmó decretos al respecto y anunció una lucha sin cuartel para reducir el tráfico de drogas y sus efectos geopolíticos.
No hay que equivocarse. La doctrina Trump no es aislacionista, es intervencionista, es el regreso de la Doctrina Monroe: Estados Unidos se opondrá, incluso con el uso de la fuerza, a toda injerencia extracontinental. En 1823 ésta amenaza venía de algunos países europeos. Hoy es el belicismo ruso y de China y la idea de Xi Jinping de la supremacía global. Pekín construye enclaves en puntos sensibles del continente, como Panamá, Venezuela, Cuba, Nicaragua, con la idea –no es sino ver un mapa–, de partir en dos el hemisferio. Un solo dato muestra el juego bajo las sábanas: Panamá abandonó su compromiso de neutralidad y vendió su alma al diablo: China ya ha construido en la zona del Canal dos puertos que podrían restringir el acceso y militarizar la zona.
¿Lo que ocurre en Colombia, la expansión de las milicias armadas y de sus recursos y territorios, y el desmantelamiento de las Fuerzas Militares y de la economía nacional, no hace parte de un proyecto mucho más vasto, estratégico, que los miopes no queremos ver?
Notemos la forma sibilina como Petro trata la situación: en su texto en X del 20 de enero hace una apología indecente del pasado del ELN y de sus “principios” y de su “amor eficaz” por Colombia, que solo estaría en suspenso o “apartado”, como él dice. Argumenta que el ELN virtuoso en el pasado ahora es malo por culpa de “la codicia” y de los paramilitares (léase víctima de los gobiernos que los deshicieron varias veces).
Los engañosos distingos que hace el presidente colombiano entre “guerrilla insurgente” y organización “narcoarmada” tratan de justificar los crímenes de siempre del ELN y ocultar ante los jóvenes que, desde el comienzo, esa banda se dedicó a masacrar y secuestrar campesinos y civiles en estado de indefensión.
Es legítimo pensar que el jefe de Estado sigue dispuesto a negociar con ellos (a pesar de sus enunciados eléctricos como “el ELN ha escogido la guerra y guerra tendrá”, para dejar intacto el secreto de la continuidad del ELN: asesinar para existir y “dialogar” para sobrevivir y reincidir en el delito.
¿Gustavo Petro ve que se acerca el fin de su reino? Si no lo ve, allá él. Sería más útil que lo viera para que facilitara su salida de la Casa de Nariño. ¿O es que calcula que aún es posible obtener una derrota estratégica del ejército colombiano que consolide su poder personal contra el Congreso y las Cortes por muchos años?
Pensemos en las generaciones futuras, en lo que tendrán que sufrir si la nuestra no es capaz a corto plazo de derrotar a Petro y a su clique, la visible y la subterránea.