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Álvaro Uribe Vélez. Por: Miller Soto

miller-sotoSi hay algo que nadie con sentido común puede negarle al expresidente Uribe, es su gran amor por Colombia, su ejemplar sentido patriótico y su coherencia. Más allá de su extensa y consistente trayectoria política, Uribe, controversial como es, se caracteriza por hablar de frente, por ser el más grande estratega político del país y por poseer un temperamento y una personalidad que despiertan sensaciones extremas y diametralmente opuestas. A Álvaro Uribe, o se le ama o se le odia. Como el hombre que lidera un grupo de personas orgullosas de saberse ‘uribistas’, podría decirse que es una especie de caudillo moderno con un impresionante poder de convocatoria que lo ha mantenido vigente y en primera plana, incluso después de haber dejado la Casa de Nariño; lo que, definitivamente, lo diferencia de la mayoría de los expresidentes colombianos a lo largo de nuestra historia republicana. En fin, hablar de Uribe es hacer alusión a un hombre cuyo mandato partió en dos el conjunto de las memorias de Colombia. Hubo un ‘antes de Uribe’ y un ‘después de Uribe’ separados por un gobierno de ocho años de cambios, de realizaciones, de evoluciones, de sucesos, de errores y de aciertos, que componen una obra que la sociedad tuvo la oportunidad de calificar a través del voto. En efecto, en el año 2010, la sociedad colombiana, en ejercicio de esa facultad de calificar la obra de Uribe, tomó la decisión de aprobarla de modo contundente al elegir a quien se suponía que iba a continuar implementando sus políticas y su estilo de gobierno ampliamente aceptado por el pueblo colombiano. Pero bueno, ya sabemos cómo terminó eso. Un desastre.

La gente, al elegir a Santos, le dio una muy buena calificación a Uribe, desconociendo que estaban dándole el poder a alguien que -sin sonrojarse- haría exactamente lo contrario a lo que prometió. No obstante todo y a pesar de que Álvaro Uribe se despidió del palacio presidencial teniendo altos índices de popularidad (recordemos que al salir del gobierno Uribe tenía una aprobación que oscilaba entre el 70 y el 80%),, había una oposición compuesta por aquellos que sentían antipatía por su gobierno o su persona. Es natural. Nadie es monedita de oro. Lo que no es natural, es que cuando algo o alguien no te gusta, decidas destruirlo.

La antipatía hacia Uribe y lo que él representa, si bien era una minoría cuando arrancó el gobierno Santos, fue creciendo en la medida en que el presidente actual se despojaba de su máscara para traicionar al país que lo eligió y gobernar con esa minoría a la que se le sumaron quienes no estaban dispuestos a desaprovechar la mermelada del poder. O sea, el rechazo hacia Uribe también se convirtió en un tipo de instrumento que permitió mostrarle apoyo al presidente Santos y a su enorme vanidad. Fue así como el equipo de gobierno, el Congreso en su mayoría, magistrados de altos tribunales, medios de comunicación y cualquier aspirante a ser endulzado con esa mermelada, coincidieron en su animadversión por Uribe haciéndole objeto de todo tipo de agresiones. Lo convirtieron en la diana predilecta de lagartos que tenían en la mira contratos, transferencias o espacios de poder. El objeto: destruirle a como diera lugar.

A pesar de todo ese matoneo, Uribe no es una víctima; porque, por más que haya habido la intención de transformarlo en tal, su índole aguerrida tiende a fortalecerse con cada ataque. Investigaciones contra él y su familia, procesos judiciales, calumnias, injurias, trampas y todo tipo de improperios en sede parlamentaria y mediática, han hecho parte de una ofensiva que, por implacable que sea, no ha logrado derrotarlo. Sin embargo, no puede evitar uno notar que están pasados de maraca.

Álvaro Uribe Vélez, es un ser humano; y como tal, no es perfecto. Habrá cometido sus errores en el ejercicio de un gobierno al que seguramente hay cosas que reprocharle. Pero ya es hora de que aquellos que le odian, le superen. Es hora de percatarse de que si hubiera algo que ameritara su encarcelamiento, ya estaría entre rejas, pues la intensidad de tanto odio habría impulsado la celeridad de cualquier proceso encaminado a ello. Si no les gusta Uribe, están en libertad de oponerse a él sin necesidad de convertirle en el violador y asesino que no es. Que no soporten a Álvaro Uribe Vélez, no es razón suficiente para destruirlo. Ojalá esa minoría lo entienda.

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