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Más exigencia al buscar la mejor candidatura. Por: Eduardo Mackenzie

La salida de Vicky Dávila de la revista Semana es una mala noticia para Colombia. Su desempeño como directora de esa importante publicación fue admirable. Semana, en este periodo, ha develado graves escándalos de corrupción del gobierno actual.  Nadie reemplazará con mayor competencia y valor civil lo que Vicky Dávila hizo en la actual batalla de Colombia por el derecho a la información.

No sé si esa salida responde exactamente al deseo de ella de ser candidata presidencial. Tengo dudas. ¿Semana fue forzada a pedirle la renuncia? ¿Esa revista ha sido amenazada? No lo sé. Vicky Dávila es, en todo caso, la figura más destacada del periodismo que sale de un medio colombiano en estos meses cruciales. El pasado 4 de octubre Luis Carlos Vélez se desvinculó del grupo RCN, sin que la opinión pública sepa los motivos reales de eso. La salida de Vicky Dávila se dio luego de la serie de violentos ataques verbales del presidente Gustavo Petro contra ella y otras importantes periodistas mujeres, a quienes él describió como “muñecas de la mafia”, con lo que Petro manchó para siempre el respeto que tenía Colombia por la libertad de prensa.

Otro detalle ominoso: la nueva jefe de la Fiscalía, petrista sin remedio, estuvo a punto de violar la ley al abrirle a Dávila una “noticia criminal”, como dijeron los medios, por el papel de ella en la revelación, en 2021, del video en el que aparece Gustavo Petro recibiendo clandestinamente obscuros dineros en bolsas de plástico, escándalo que el CNE y la justicia archivaron bajo la presión de Petro. Vicky Dávila no cedió y la fiscal echó marcha atrás, sobre todo cuando la embajada americana aclaró la historia de Pegasus.

Identificar el peligro para poder derrotarlo

Desde luego, Vicky Dávila tiene todo el derecho de salir del periodismo para dedicarse, por un tiempo o definitivamente, a otras actividades. Sin embargo, algunos estiman, como yo, que el puesto más lógico de ella está en el periodismo, y no en una tolda política o en lid y bajas querellas con Petro y con políticos domesticados que no buscan sacar al país de las manos del narco-régimen sino adaptarse al statu quo.

Una candidata presidencial (o un candidato presidencial) no sale de un sondeo de opinión, ni de una reunión de sabios, ni de la cabeza de un jefe de partido. No sale de la promesa de pactar “la unidad” con las fuerzas políticas. Sale de un rudo e intransigente combate político personal por unas ideas claras e irrefutables.

Una candidata (o un candidato) es el resultado de un encuentro entre esa lucha y un pueblo. Es la identificación racional e intuitiva de un ser humano, popular o no, conocido o no, con las angustias de una nación.  No es la persona que logra mediante negociaciones y palabreos, amarrar su carro a los aparatos, grupos y partidos más disímiles con un programa que busca satisfacer a todos y a nadie. Una candidatura exitosa, sobre todo en estos tiempos heroicos, es una voz, una actitud y una lucha. ¿Javier Miley, sin el menor aparato político, no fue elegido presidente de Argentina? ¿No vemos eso en el regreso formidable de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos? ¿No lo vimos en 2022 en Italia con la elección de Giorgia Meloni?

¿No fue ese el caso de Álvaro Uribe en 2002 cuando pasó por encima de las aguas tibias del Partido Liberal para erigirse en el candidato de un pueblo por sus recias posiciones sobre la seguridad nacional?

Candidato sin trayectoria de lucha no merece el respaldo

Las mayorías que eligieron a esos líderes hicieron trizas los insultos –“ultraderecha”,  “fascista”–, con los que las izquierdas trataron de pararlos.

Sin esa fuerza obtenida en la lucha, salen presidentes lamentables, capitanes de salón, capaces de deshacer la obra de sus antecesores y de llevar al país a lo peor. ¿No fue lo que hizo JM Santos, ejecutor de la capitulación más vergonzosa del Estado colombiano ante unas Farc derrotadas? ¿Cuál es el combate de los 12 o 14 candidatos actuales, que en lugar de combatir la continuidad del narco-régimen lo ven como un gobierno más, quizás inepto y ridículo, pero no como un bolchevismo tropical, inédito en nuestra tierra e incapaz de aportarle a Colombia más que destrucción, vileza, asfixia y corrupción?

En ese tema solo veo dos personas que parecen ser capaces de ver el monstruo sin taparse los ojos: María Fernanda Cabal y Vicky Dávila.

No es una casualidad que los esfuerzos más desesperados de diabolización apunten contra ellas. Y que estén apareciendo sondeos de opinión disparatados que las sepultan o casi, frente a otros candidatos. ¿Cuál es el valor de esos sondeos? ¿Qué es “sondear” la opinión pública? ¿Es interrogar el corazón o el cerebro de la gente? ¿Es ir al fondo de la psicología de un grupo para tomar la foto de un instante de reflexión? ¿Es ello posible?

Un sondeo no es un reflejo de lo real, como sí lo es un voto, sino la percepción fugaz de un segundo de imaginación. Las respuestas de un sondeo resultan de combinaciones complicadas, según la disposición de los factores. Los sondeos son como los mariachis: cantan lo que les piden. ¿Se acuerdan del sondeo de Datexco que, en abril de 2021, explicó que “el 73% de los colombianos está de acuerdo con el paro nacional”? ¿O el de Invamer que dijo, en septiembre de 2021, que Daniel Quintero, alias Pinturita, era “el mejor alcalde del país”?

Abramos los ojos a lo que algunos tratan de decirnos ahora con esos “sondeos”: que Colombia es incapaz de alcanzar los niveles de independencia psicológica que exhibieron Estados Unidos, Argentina, Italia, pues somos borregos cautivos del caciquismo y de viejos embelecos. Rechacemos eso cuanto antes.

María Fernanda Cabal es la que, en mi opinión, está más en sintonía con lo que piensan los colombianos, sin mediaciones artificiales, no sólo sobre el régimen de subversión petrista, sino sobre la reconstrucción moral, económica, institucional, judicial y militar de Colombia. Nadie conoce mejor que ella esos expedientes y ha hablado con más profundidad y claridad, sin tapujos, sin eufemismos estudiados, sobre la formidable tarea de la reconstrucción de Colombia.

Audacia, coraje y competencia

Elegida por tercera vez para el Congreso de la República en 2022 con una alta votación, Cabal es la más apta para dirigir la revolución conservadora que necesita Colombia.

Ella tiene las ideas más pertinentes sobre lo que hay que hacer para salir de la “paz cocal”, como llama ella el programa central de Petro frente a las bandas y narco carteles. ¿Quién ha denunciado con más vigor que ella la explosión del narcotráfico en estos años, y la frustrada insurrección mamerta de 2021, que los petristas llaman “estallido social” y que tratarán de reeditar si pierden el poder en 2026?

La senadora es la única que propone recuperar la superioridad aérea del Estado y reincorporar los oficiales de las Fuerzas Armadas y de Policía destituidos y apartados por el gobierno de Petro, en el marco de la restauración de la fuerza pública, a la que quiere devolverle la moral y la seguridad jurídica. Es la única que propone, en materia diplomática, suprimir los relentes antioccidentales de Gustavo Petro. La que invita a reforzar la capacidad de respuesta de las comunidades rurales para poner fin a las atrocidades y manipulaciones de los 800 grupos criminales y a la subversión en esas regiones e impedir las maniobras organizadas por la dictadura venezolana de repoblación forzada en ciertos enclaves de América Latina para posicionar sus terceras columnas, incluso en Colombia.

No veo ni sombra de tal precisión en los partidos cuyos jefes prometen oponerse al gobierno de Petro horas antes de que sus parlamentarios voten los proyectos más infames de Petro.

La proliferación prematura de candidaturas es una muestra de la debilidad de los partidos, un signo de impotencia ante la maquinaria de Petro y sus alevosas “reformas”. Sin embargo, esos partidos estiman que pueden derrotarlo con discursos en 2026. Buscan candidatos a granel para consolarse. La monserga de Petro sobre el “golpe de Estado blando” ha dado resultados. La clase política tiembla y se acomoda y hace saber que con sus poses podrán ganarle a la narco-subversión. En esa ficción ingenua están entrando muchos, salvo María Fernanda Cabal.

El episodio de octubre de 2021 –cuando una eminencia del CD, partidario de Oscar Iván Zuluaga, en las páginas de Semana, denigró el compromiso democrático, soberanista y social de la senadora Cabal y su promesa de “mano dura y sin dilaciones” –, no puede repetirse. Nadie olvida la traición de 2021, cuando un misterioso “sondeo”, substituyó la “consulta interna” del CD y definió que OIZ sería el candidato presidencial del CD, en lugar de María Fernanda Cabal. En noviembre de 2021, ese grupito llegó a proponer el apoyo a la candidatura de Federico Gutiérrez, quien no era miembro del CD, si la senadora Cabal era elegida candidata presidencial. Gracias a tal clima, la guerra sucia del petrismo logró, ante la mediocridad de las contramedidas, que el CD perdiera 23 curules, y las candidaturas de OIZ, Gutiérrez y Rodolfo Hernández se derrumbaran. Ello le abrió avenidas a Petro: el candidato extremista llegó a la segunda vuelta sin verdadero contendor. Esa gestión desastrosa de las elecciones no puede repetirse, a menos de que el CD quiera suicidarse de una vez por todas.

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