Es un problema global, no solo nuestro. En enero, la inflación en Estados Unidos alcanzó un 7,5% anual, la más alta en cuarenta años, y es el problema más serio para Biden, que ha visto desplomar su popularidad por cuenta del manejo de la economía. En Europa, las perspectivas de recuperación económica están condicionadas a la incertidumbre de la inflación que se prevé que alcance un 3,9% este año. “El aumento significativo de la inflación […] está frenando el crecimiento”, dijo el Vicepresidente Económico de la Comisión.
A su vez, la CEPAL y el FMI han ajustado a la baja sus perspectivas del crecimiento regional en América Latina, en ambos casos por la inflación. El año pasado, la economía latinoamericana creció 6,2% y para 2022 se espera un 2,4 %, seis décimas por debajo de las estimaciones iniciales. En Brasil, la inflación fue mayor al 10% y en Chile y México superó el 7%. Y ni hablar de los países con inflación crónica como Argentina o Venezuela. Como resultado, el FMI en sus nuevos pronósticos advierte que “la región tardará al menos hasta 2025 para recuperar los niveles económicos que tenía antes del inicio de la pandemia”.
En ese contexto comparado, a Colombia no le ha ido mal. Nuestro crecimiento fue un extraordinario 9,7%. Si la inflación regional promedio fue del 7,2%, la nuestra fue 5,62%. Sin embargo, lo cierto es que es el aumento de precios más alto en los últimos cinco años y estuvo muy por encima de la meta anual de 3% establecida por el Banco de la República. Y que la cifra de enero de este año es muy preocupante. El reporte del DANE para el mes fue de 1,67%, la mayor variación para un enero desde la implementación del mecanismo de inflación objetivo, y con ello la inflación anualizada se va por encima del 7%.
Las causas de este aumento de la inflación son mixtas. Hay factores externos que son comunes. Los confinamientos generaron una caída en la producción de muchas materias primas, artículos y mercancías, y un quiebre de las cadenas de suministros. Muchos gobiernos, como el nuestro, establecieron mecanismos de subsidios e inyectaron dinero extraordinario a las economías. Cuando vinieron las aperturas, aumentó significativamente el consumo, los precios de petróleo, carbón y gas se dispararon y con ello los de la energía, y se presentó una crisis mundial en el transporte marítimo, tanto de buques de contenedores como graneleros que multiplicó por tres el precio de los fletes.
En nuestro caso, la inflación sin alimentos fue del 4,45%, por encima de la meta. Sin embargo, el problema mayor ha sido el disparo del precio de la canasta de alimentos, que aumentó un 19,98%, su variación anual más alta en la historia, y que impacta de manera particular a los más pobres. Por eso para ellos la inflación fue de 6,85%, 2.5 puntos más alta que para los ricos.
Además de los factores globales señalados, acá se suman la devaluación acelerada, que encarece todas las importaciones y el aumento del salario mínimo muy por encima de la inflación, en un 10%, y su efecto de indexación. Y para los alimentos, el mayor costo de los insumos agropecuarios y concentrados, la ola invernal y los impactos en el campo de los bloqueos criminales de mediados del año pasado que generaron desabastecimiento de frutas y hortalizas y significó la pérdida de millones de litros de leche y millones de animales en la avicultura y la porcicultura, haciendo mucho más cara la proteína consumida en los estratos más bajos. Que los bloqueos y el paro dispararon la inflación es una verdad innegable. Por eso sorprende, de manera muy desagradable, el mal afamado “comité nacional del paro” que, con el pretexto de protestar contra la inflación que ellos mismos han contribuido a acelerar y que daña en especial a los más pobres, cita a nuevas protestas para el próximo 3 de marzo. Su cinismo no tiene nombre.
El panorama para este semestre no es halagüeño. No es previsible que se solucione la crisis logística marítima ni que bajen los precios de los insumos y concentrados. El precio del trigo sigue muy alto por bajas cosechas. Las heladas han afectado varios productos, en particular la papa. La indexación por el aumento excesivo del salario mínimo seguirá presente. La incertidumbre por las elecciones aumenta el riesgo político, en especial porque el puntero en las encuestas es un irresponsable que, entre otras gracias, amenaza con poner a funcionar la maquinita de imprimir dinero. La presión sobre la tasa de cambio se mantendrá porque no se ve una mejora sustantiva en el déficit externo ni en el fiscal. Las medidas gubernamentales para frenar el alza de los alimentos son insuficientes y, en todo caso, hay que rezar para que no se les ocurra incrementar aranceles o establecer mecanismos de control de precios que siempre son perjudiciales. Eso sí, hay que estar atentos para frenar la especulación. Y aguantar hasta el segundo semestre, cuando la situación debería mejorar.
En fin, el Banco de la República aumentó en cien puntos su tasa de interés y es previsible que los aumentos sigan al menos hasta mediados de año. Aunque la tasa de interés sigue siendo negativa y el Banco hizo lo que le correspondía, el riesgo está en que se frene el crecimiento de la economía y, por esa vía, se afecte el empleo. Ya veremos