
El poder absoluto, que es lo que desea Gustavo Petro, cuando no encuentra freno en la razón, ni equilibrio en la conciencia, se trastoca en delirio.
La historia nos cuenta que así le paso a Nerón, cuya vanidad lo llevo a incendiar a Roma, a tocar la lira mientras el pueblo se consumía en llamas, y llevar a la desesperación a su mentor el maestro Seneca que termino forzado a suicidarse, y en eso también existe una similitud impresionante, entre el emperador Romano y el exguerrillero del M-19, por el “suicidio” del coronel Oscar Dávila jefe de seguridad del gobierno.
La historia no olvida el rostro desencajado del líder Romano, igual a lo que vimos en el rostro del presidente Petro en su delirante y desencajada alocución del miércoles anterior
Algo del mismo desvarío emerge hoy en Colombia desde la figura del presidente de la Republica.
Sus más recientes presentaciones deshilvanadas, contradictorias, plagadas de referencias grises a conflictos lejanos, Gaza, Irán, y omisiones flagrantes de los problemas locales, no solo desconciertan, sino que alertan sobre un deterioro cognitivo que lo mantiene desconectado con la realidad nacional, como si habitara en otra dimensión o galaxia a milones de años luz del planeta tierra.
Petro habla con un tono mesiánico, donde el, es la víctima de una presunta conspiración global y no el mandatario de un pais que se desangra por la violencia, la corrupción y el desgobierno.
Nerón, en su delirio, termino creyéndose poeta y dios. Petro en su laberinto ideológico, se concibe como redentor de causas ajenas mientras la república se desmorona por dentro.
Colombia es hoy un pais asediado, amenazado y silenciado. Los grupos armados ilegales se reparten territorios como si fueran feudos; los campesinos viven atrapados entre el miedo y el abandono y el presidente no responde, se entretiene en discursos retóricos, convocatorias internacionales que huelen mas a distracción y se niega a aceptar lo evidente; que su gobierno ha legitimado a los violentos.
Como Seneca, ante el desgobierno de Nerón, muchos consejeros del actual régimen, aliados y funcionarios han resulto callar y guardar silencio o la renuncia resignada. No se trata de un suicidio físico, sino de una rendición moral ante el desencanto.
Ojalá que la historia no se repita con la misma tragedia. Pero si la locura presidencial persiste, y el poder se sigue usando como tribuna personal, bien podría decirse que Colombia, como en la Roma de Nerón, también arde como una ciudad, mientras el emperador del pacto histérico canta.