Invitar a votar por alguien es lo más legítimo que hay en la democracia. El abogado José Gregorio Hernández confunde todo al dar a entender que en la carta de un directivo de Colanta a los productores de leche se esconde una coacción de tipo electoral.
Hernández pretende completar la educación del gerente de Colanta cuando se dirige a “a los empleadores que quieren constreñir y amenazar a sus empleados” y les dice que el voto en Colombia “es un derecho y un deber ciudadano” (1).
En Colombia el acto de votar es un derecho, pero no es una obligación. El ciudadano puede abstenerse de votar sin cometer por ello infracción alguna.
El voto en Colombia es libre y secreto. Es lo que dice el artículo 258 de la Constitución Nacional.
Colanta no está coaccionando a nadie. En la carta que le molesta tanto a los petristas y al doctor Hernández sí hay una invitación a votar. Nada es más legítimo que eso. El acto de hacer tal invitación no puede ser señalado como una coacción. Invitar e incluso sugerir en una carta –o en un artículo de prensa o en una declaración pública, o en una red socia–, que se debe ir a votar y sugerir incluso por quien se debe votar, es totalmente legítimo. Mejor: el derecho a decir eso, a sugerir por quien votar, es uno de los pilares de la democracia.
¿Acusaría usted doctor Hernández a los siete candidatos actuales a la presidencia de la República pues ellos no hacen otra cosa en estos días que invitar a votar? ¿Están ellos incurriendo en un delito?
No caigamos en la superchería imbécil de la extrema izquierda. Esta gesticula en estos momentos que alguien que invita a no votar por Gustavo Petro, o a castigarlo con el voto, está incurriendo en “coacción” al electorado.
El artículo 258 de la Constitución Nacional es muy claro: describe el acto de votar y dice que ante el cubículo individual instalado en cada mesa de votación ningún ciudadano puede coaccionar a otro para que vote en tal sentido. El artículo 387 del Código Penal colombiano dice lo mismo.
Coaccionar no es lo mismo que invitar a votar. No es lo mismo que sugerir cómo se debe votar. Coaccionar es forzar a alguien a hacer lo que éste no quiere hacer. En la coacción hay el elemento de la fuerza, de la violencia, tanto física como psicológica o moral. Esa fuerza puede ser legítima –en el caso de la ley–, o ilegítima. Lo central es que en la coacción hay necesariamente el elemento de la fuerza, de la violencia, de la amenaza de recibir un daño físico o moral.
En la carta del gerente de Colanta no hay nada de eso. “Estamos viviendo tiempos complejos, se avecina un cambio presidencial decisivo que puede significar un antes sin un después en libertad de continuar por la senda del crecimiento y la generación de empleo. El país nos necesita, por ello te invitamos a participar en un acto de supervivencia votando por el orden y las oportunidades para Colombia”. En la carta del gerente de Colanta no hay ningún tipo de coacción. En cambio, horas después, el 15 de mayo, alguien clonó la cuenta twitter de Colanta para entrampar a esa empresa.
Con su gritería en torno al texto de Colanta lo que quiere Petro es prohibirle a los particulares, a las empresas privadas, a los grupos económicos, a los ganaderos, a los gremios de la producción y de la distribución, a las asociaciones de pensionados, en fin a la sociedad entera, que hablen de política, que den sus opiniones, que se movilicen frente a las propuestas de los candidatos.
Ellos intentan imponer la censura. Francia Márquez quiso instaurar una policía del pensamiento cuando criticó al embajador de Estados Unidos en Colombia por decir que había agentes extranjeros que tratan de influir en la campaña presidencial colombiana. Márquez lanzó eso solo tres días antes de que la campaña de Fico descubriera micrófonos ocultos en su sede de Medellín, un trabajo de espías bien adiestrados.
El petrismo en crisis quiere impedir que los gremios opinen, expresen argumentos. El petrismo quiere convertir a Colombia en un país de gente muda y resignada ante lo peor, ante los planes delirantes de Petro para hundir a Colombia. No podemos dejarnos desmovilizar por tales artificios.