Por Eduardo Mackenzie
@eduardomackenz1
Los mitos históricos tienen la piel dura en Colombia. Sobre todo aquellos que fueron fabricados expresamente por los comunistas de los años 1940 para desestabilizar las democracias. El mito fundador en Colombia de la ideología que pretende hacer creer que la violencia, los crímenes más atroces, son legítimas “formas de lucha” para alcanzar la “justicia social” y una sociedad ideal, perfecta, sin clases sociales y dirigida por un partido único militarizado, representante “de los obreros y campesinos”, es el de la masacre de las bananeras.
Intacta y palpitante, esa falsa leyenda volvió a salir hace apenas dos días, durante el debate que sostuvieron, en una radio de Bogotá (1), la representante María Fernanda Cabal, del Centro Democrático, y el senador Alexander López, del izquierdista Polo Democrático. López tiene una idea fija: hay que llevar a la picota pública a los ex presidentes de Colombia pues todos, según él, cometieron “crímenes” durante sus mandatos. Su obsesión persecutoria incluye a los ex presidentes conservadores del siglo pasado, desde Marco Fidel Suarez (1918-1921) hasta Guillermo León Valencia (1962-1966). El afirma, por ejemplo, que el presidente Miguel Abadía Méndez (1926-1930) fue el “culpable” de la “masacre de las bananeras”.
Ante la acertada réplica de María Fernanda Cabal, quien le explicó que esa huelga violenta debería ser imputada más bien a los agentes de la Internacional Comunista (IC o Komintern) que la urdieron con fines sediciosos, y no al presidente Abadía, el senador López desistió de ese punto y desvió la discusión hacia acusaciones no menos inconsistentes contra otros mandatarios de derecha, en especial contra el ex presidente Álvaro Uribe.
Como ese tema volverá a la palestra (de hecho un diario y una revista de Bogotá presentaron esa discusión como un horrible anatema lanzado por María Fernanda Cabal), vale la pena recordar ciertos hechos. Dirigida por revolucionarios profesionales de la IC, la huelga de las bananeras duró un mes y ocurrió en 1928, no lejos de Ciénaga. Más que un acto para obtener mejoras para los trabajadores agrícolas, esa huelga fue urdida como una provocación que debía culminar en un choque brutal entre huelguistas y la fuerza pública, con muertos y heridos, y con la toma de Santa Marta. El objetivo era sacrificar vidas humanas para enlodar al gobierno conservador de Abadía Méndez para que los liberales, y detrás de ellos los grupúsculos extremistas locales admiradores de Stalin, retomaran el poder. Eran los métodos subversivos utilizados rutinariamente por Moscú en ese periodo. La consigna era crear grupos de choque bolcheviques, bajo una apariencia partidaria, en todas partes, y aliarlos a los partidos “burgueses” más “avanzados” para usarlos como aguijones en favor de la URSS y de su contienda mundial contra los países capitalistas, encabezados por los Estados Unidos.
Mi búsqueda en la documentación de la IC y en otros archivos comunistas y diplomáticos de la época sobre lo ocurrido el 5 y 6 de diciembre de 1928 (ver mi libro “Las Farc, fracaso de un terrorismo”, páginas 43-71) (2), muestra que, en materia de cifras de muertos y heridos y otros episodios, la IC quiso ocultar los hechos y motivos reales de esa huelga insurreccional. Sobre tales vacíos la leyenda de la “masacre” unilateral fue construida progresivamente. Comenzó con Jorge Eliécer Gaitán y culminó (¿involuntariamente?) con Gabriel García Márquez. Para liquidar al grupo de María Cano y Raúl Eduardo Mahecha, quienes nunca se adaptaron a los métodos bolcheviques (eran más bien socialistas revolucionarios), la Komintern fabricó la leyenda del “putchismo” del PSR y de la masacre unilateral, ocultando el papel criminal de sus agentes en la asonada, quienes llegaron a destruir líneas ferroviarias y telefónicas, a incendiar, tomar rehenes, saquear depósitos, almacenes y establos, masacrar policías, familias y directivos de la empresa para armarse de machetes y fusiles, forzar el paro y llevar a los huelguistas, como borregos, a la confrontación final. Así, ocultando el aspecto ofensivo de la huelga, de los ocho (¿o 13?) muertos en Ciénaga, los fabricantes de leyenda fueron aumentando la cifra. Muy pronto hablaron de 500. Otros llegaron a mil y, finalmente, apareció la cifra de tres mil que, arbitrariamente, García Márquez propuso en su novela Cien años de Soledad.
Esa manipulación de los eventos políticos, de sus hechos, cifras, fechas, protagonistas, consecuencias, etc. es típico del marxismo. ¿Karl Marx no tergiversó los hechos de la Comuna de París? ¿Lenin no presentó su golpe militar minoritario de 1917 como “la gran revolución de octubre”, cuando, en realidad, la gran revolución, la que había depuesto el zarismo y aportado las libertades, había sido la liberal y auténticamente masiva y popular de febrero de ese año, revolución que Lenin y los bolcheviques, ocho meses después, aplastaron y clausuraron violentamente imponiendo una dictadura totalitaria que duró 70 años?
¿Los comunistas no sostienen hasta hoy que la guerra de Corea fue desatada por los Estados Unidos, cuando la verdad es que la dictadura comunista del Norte fue la que lanzó el ataque? ¿La hambruna de Ucrania de 1932 a 1933, que dejó entre 6 y 7 millones de víctimas, no fue negada hasta los años 1990 a pesar de que diplomáticos italianos habían informado al respecto desde el comienzo? ¿La existencia del gulag soviético no fue negado durante décadas por los comunistas, hasta la llegada de Gorbachov? Centenas de mentiras similares fueron fabricadas por las revoluciones de Mao, de Ho Chi Minh, de Tito, de Ceausescu, de los Castro.
En Colombia, la persistencia de mentiras en torno de eventos cruciales como la huelga de las bananeras y el asesinato de Gaitán, el 9 de abril de 1948, para citar sólo dos temas, se explica por el hecho deplorable de que una parte de la historiografía nacional –como en otros países latinoamericanos– ha sido entregada a autores militantes que redactan sus trabajos mirando antes que nada lo que dicen las resoluciones del comité central. Si en Estados Unidos y Europa las faribolas del leninismo historiográfico están desacreditadas, en Colombia seguimos prisioneros de falsificaciones.
Por eso Semana y El Espectador se muestran escandalizados ante la afirmación de la representante Cabal según la cual la masacre de las bananeras es “un mito histórico de la narrativa comunista”. La afirmación de Cabal es exacta. Los comunistas colombianos son incapaces de integrar todos los hechos conocidos sobre ese importante evento. Escogen unos elementos, los adulteran y los revisten de detalles falsos y, finalmente, niegan y excluyen otros hechos para acusar al orden burgués de todos los males y satisfacer sus propias necesidades políticas. Eso no es historia es mito, es falsificación.
María Fernanda Cabal no niega que la “masacre” de las bananeras haya existido. Recusa el carácter unilateral anticientífico e incomprensible del alegato mamerto sobre ese evento. Contesta la versión comunista que presenta ese hecho como un acto unilateral y deliberado de un “gobierno fascista” (Miguel Abadía Méndez era, en realidad, un conservador moderado) contra un “apacible” grupo de civiles y por medio de una fuerza pública también “fascista”. En lugar de abrumar a la parlamentaria deberían aplaudirla por tener el valor de lanzar ese desafío intelectual y por aspirar a que haya un progreso en el terreno de la historiografía nacional.
En Colombia estamos en mora de ver el estallido de una revolución intelectual contra los que hacen de la historia (o de la apariencia de historia) un arma arrojadiza que “satisface otros deseos muy diferentes a los del conocimiento”, como decía Benedetto Croce.
(1).- Audio del debate: wradio.com.co/e..ir/
(2).- Las Farc, fracaso de un terrorismo, por Eduardo Mackenzie, (Random House Mondadori, Bogotá, 2007, 569 páginas)