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La última petrochimoltrufiada. Por: Silverio José Herrera Caraballo.

En el arte de contradecirse a sí mismo, de decir una cosa y al renglón siguiente desmentirse con la misma facilidad con la que uno respira, el presidente Gustavo Petro parece no tener competencia. Ya ni siquiera sorprende su capacidad para dar giros narrativos que rozan lo inverosímil. Esta semana sumó una nueva Petrochimoltrufiada a su ya larga colección: según el mandatario, Jesús Santrich (sí, el mismo que fue grabado negociando toneladas de cocaína) no estaba traficando estupefacientes, sino gestionando la impresión de 5.000 libros de poesía.

Sí, leyó usted bien: poesía. Según Petro, esas interceptaciones que durante años sirvieron como prueba fehaciente del involucramiento de Santrich en el narcotráfico fueron malinterpretadas. Que no era “perico” lo que movían, sino metáforas. Que los carteles no eran de la droga sino de imprenta. Y lo dice con una seguridad tal, que uno pensaría que el problema no es la evidencia, sino nuestra falta de sensibilidad literaria.

Pero esta no es su única perla reciente. En un evento con la secretaria de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Noelle E. Coker, Petro sorprendió al decir que los miembros del Tren de Aragua —una de las bandas criminales más violentas del continente— no son delincuentes, sino “jóvenes marginados por la sociedad, carentes de afecto y cariño”. Como si la solución a los secuestros, asesinatos, trata de personas y extorsiones fuera una ronda de abrazos colectivos.

Resulta cada vez más evidente que el presidente vive en una especie de realidad alterna, en la que los criminales son poetas incomprendidos y las bandas armadas, víctimas de la falta de amor maternal. Mientras tanto, el país real se desangra. Los índices de violencia no bajan, la extorsión es pan de cada día en las regiones, y los grupos armados —lejos de deponer sus armas— se fortalecen con cada prebenda que les ofrece el Estado en nombre de una “paz total” que no pasa de ser un eslogan vacío.

El discurso oficial raya en el surrealismo, pero lo que verdaderamente indigna es el daño que estas declaraciones causan. No solo desmoralizan a las Fuerzas Armadas y a la Policía —que han puesto muertos y heridos combatiendo al crimen—, sino que también ridiculizan al país frente a la comunidad internacional. ¿Qué mensaje se envía cuando el presidente de la nación justifica a una organización criminal como el Tren de Aragua? ¿Qué credibilidad tenemos si, de la noche a la mañana, el tráfico de cocaína se convierte en distribución de poesía guerrillera?

Petro podrá seguir construyendo sus ficciones, pero la realidad se impone. Los audios de Santrich están ahí, así como los informes de inteligencia sobre el Tren de Aragua. Los delitos no desaparecen con discursos ni con retórica de redención. Colombia necesita un líder que asuma su rol con seriedad, que deje de ver a los criminales como víctimas y a las víctimas como obstáculos para su narrativa ideológica.

Estamos ante un gobierno que parece gobernar desde el delirio, más preocupado por reescribir la historia que por enfrentar la tragedia que vive el país. Cada vez que el presidente abre la boca para defender a un criminal, pierde un poco más de autoridad moral. Y cada vez que intenta justificar lo injustificable, se aleja un paso más de la responsabilidad que implica gobernar con sensatez.

Al final, puede que Petro no pase a la historia como el presidente del cambio, ni como el de la paz, sino como el de las petrochimoltrufiadas: frases contradictorias, absurdas, peligrosamente cómicas… pero, sobre todo, trágicamente reales.

 

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