Cruel confirmación: los partidarios de la destrucción de represas, embalses, diques, estanques y molinos para “devolver la naturalidad a los ríos” y proteger la “biodiversidad acuática” tienen una parte de responsabilidad en el diluvio que devastó la provincia de Valencia. Las inundaciones en esa región, de las peores registradas en la historia moderna en España, donde 158 personas han muerto (la búsqueda de cadáveres no ha concluido y las cifras son las que existen al momento de redactar esta nota) no fueron el resultado de la llamada crisis climática, como pretende el ecologismo político.
Las lluvias torrenciales fueron causadas por un fenómeno climático especial conocido desde el siglo XIX. Su nombre popular: “la gota fría” o depresión aislada de niveles altos (Dana) en lenguaje técnico.
La catástrofe actual –450 litros de agua por metro cuadrado– afectó también a Cuenca, Albacete y Málaga y mantiene en alerta a ciudades como Sevilla, Cádiz, Huelva y Málaga.
La “gota fría”, se forma cuando masas de aire frío de zonas polares del norte se desplazan hacia latitudes bajas de Europa y son frenadas por masas de aire que suben del Sahara o de los mares. Aisladas por las corrientes cálidas, la depresión termina por descargar brutalmente enormes cantidades de agua, granizo, truenos y relámpagos en una región dada, desbordando ríos y canales, anegando zonas agrícolas y centros urbanos.
Ese fenómeno climático no es nuevo. La inundación de Consuegra en 1891 mató a 359 personas. En octubre de 1922, en la localidad de Villarreal, lluvias intensas se llevaron por delante un pueblo y sus cosechas. El 14 de octubre de 1957, la cuenca del río Turia desbordó y devastó la ciudad de Valencia causando la muerte a 300 o 400 personas y dejando sin hogar a miles de habitantes. “Barrios enteros, como Campanar, y zonas costeras sufrieron daños catastróficos, con niveles de inundación que alcanzaron hasta 5 metros en algunas calles. La ciudad quedó cubierta de lodo y escombros, y la recuperación llevó tiempo”, recuerda el diario Libertad Digital.
La respuesta a esa desventura fue un plan aprobado por Francisco Franco en 1958: la construcción de una sólida represa, inaugurada en 1973, con capacidad para recibir 5.000 metros cúbicos de agua, y el desvío del cauce del río Turia al sur de Valencia. Esa obra colosal, hoy llamada Forata, ayudó a la ciudad en otros eventos climáticos severos.
Ante el Dana de esta semana, la represa frenó 37.000 millones de litros de agua. “Alcanzó el 100% de su capacidad. De no existir, la catástrofe en Valencia habría podido ser peor. Salvó vidas. Sus técnicos son los héroes anónimos de la tragedia de la Dana”, reconoció el diario El Mundo, de Madrid (1).
La “gota fría” no es producida por la llamada “crisis climática”. Es un viejo fenómeno natural, devastador y mortífero, conocido sobre todo en los países mediterráneos. Su especificidad viene siendo objeto de estudios desde 1829.
Otro aspecto particular es que hay en España movimientos de opinión que preconizan la destrucción de las represas y otras obras hidráulicas destinadas a someter las crecidas. Según cifras oficiales, en las últimas dos décadas, más de 560 represas, diques, embalses y molinos, fueron desmantelados en diversos ríos de España. De hecho, España es el país vitrina en la destrucción de barreras fluviales. Según la Fundación Mundial de Migración de Peces, España, en solo 2021, llevó a cabo la demolición de 108 barreras fluviales (solo 39 en Francia y 2 en Alemania). La Gaceta, de Madrid, asegura que, en 20 años, España arruinó más de 500 estanques y diques (2).
Hasta existe un premio por la eliminación de represas. El Dam Removal Europe es patrocinado por una liga de grupos variopintos –la World Fish Migration Foundation, Wetlands International, World Wide Fund for Nature, Dam Removal Europe, Rewilding Europe, The Nature Conservancy y la European Rivers Network– que no tienen sino una palabra en la boca: “barreras obsoletas”.
Fundado en creencias de ecologistas y climatólogos de última hora, el fanatismo anti-represas aspira a fomentar la “migración de peces” y la “biodiversidad acuática”. Es indiscutible que los grandes daños ocasionados en España por las inundaciones resultan, en muchos casos, de esas destrucciones que anulan los esfuerzos para proteger a la gente y moderar la furia de las aguas-lluvias. La lista de tragedias que habrían podido ser menos dramáticas es larga. Mencionemos, a manera de ejemplo, unas pocas, como las crecidas del Vallès que mataron a mil personas en Barcelona en septiembre de 1962, la de octubre de 1982, la llamada pantanada de Tous, y la del camping de Biescas (Huesca) en agosto de 1996 que llevó a la muerte a 87 personas.
En octubre de 2000, según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), hubo un episodio de lluvias torrenciales. “Fue una gota fría muy prolongada, de varios días, y menos catastrófica que las de 1982, 1987 y 2024”.
Según El Tiempo, de Madrid, la gota fría de septiembre de 2019 “fue el peor episodio de inundaciones vivido en la Vega Baja del Segura en los últimos 100 años. Dejó 7 muertos y pérdidas de unos 2.150 millones de euros” (3).
La remoción de barreras y lagunas reduce la capacidad de los ríos para controlar crecidas, aumentando el riesgo para los poblados y destruyendo ecosistemas estables. La destrucción de embalses y diques en 2021 aumentó los problemas de sequía y llevó al desastre ulterior de la región de Valencia. También provocó inundaciones en la cuenca del río Voltoya, el río Cega y en decenas de localidades ubicadas en la Comunidad Valenciana y Castilla-La Mancha.
Lo ocurrido en Valencia muestra, desde otro ángulo, que las lluvias torrenciales de estos días habrían podido triplicar los daños en esa región y que gracias a la existencia del embalse de Forata muchas muertes fueron evitadas. El Mundo subrayó: “En tres horas, habían entrado más de 20 mil millones de litros al embalse de Forata. La estructura soportaba el envite. Es una de las joyas de la ingeniería hidráulica española. Se planificó desde antes de la Guerra Civil por el ingeniero Vicente Botella Torregrosa (…). Fue parte del plan para reencauzar el río Turia y prevenir catástrofes. En esta Dana [de 2024] la represa ha sido decisiva para contener la fuerza del agua que entraba a un ritmo de hasta 2 millones de litros por segundo. El embalse de Forata salvó vidas. Fue una luz en medio de una tragedia”.
El matutino madrileño dio datos técnicos de otro aspecto “positivo” en medio de la tragedia actual: los “embalses vetustos” fueron igualmente una “ayuda inequívoca en este drama”. “Aguantaron otros más pequeños como el de La Toba que subió de 3,99 hectómetros cúbicos (41,12% de su capacidad) a los 7,93 (81,79%); Loriguilla, de 22,79 hectómetros cúbicos (31,2%) a 38,73 (52,9%); María Cristina, de 0,72 (3,91%) a 5,87 (31,9%); Sichar, de 14,78 (29,99%) a 20,62 (41,82%); Regajo, de 1,11 (18,48%) a 3,66 (61%). Y el sorprendente embalse de Buseo que pasó de 0,77 hectómetros cúbicos (10,23% de su capacidad) a 8,54 hectómetros cúbicos (113,86% de su capacidad), resistió. Sus estructuras y sus técnicos, quienes se jugaron a fondo en silencio, salvaron vidas. De los pocos milagros tras el diluvio” (4).
La tragedia en Valencia intensificará la discusión contra la ecología punitiva e irresponsable que prefiere el bienestar de los animales al de los seres humanos. Los defensores de la idea de que las demoliciones son un atentado contra la economía y crea riesgos para la población deberían ganar terreno contra los que consideran que los obstáculos en los ríos representan “una grave amenaza para algunas especies”. Cuando la locura se instala hay que correr para removerla sin tardanza.
(1).https://www.elmundo.es/cronica/2024/10/30/6722960a21efa01b778b459f.html
(4).https://www.elmundo.es/cronica/2024/10/30/6722960a21efa01b778b459f.html