COSTA NOTICIAS

El arquitecto de la desdicha toma la palabra. Por: Silverio José Herrera Caraballo

Ironías de la vida: ha hablado el padre del “milagro” colombiano, el Nobel de Paz sin paz, el mismo que sentó en el Senado a quienes durante décadas sembraron el terror en el campo y la ciudad. Ha hablado con tono doctoral, como quien nunca se ha equivocado, como si aún llevara la banda presidencial cruzada en el pecho. Sí, habló Juan Manuel Santos, el expresidente que nos dejó una herencia más pesada que la deuda externa.

“El proceso de paz requiere planeación, rigor y método”, dijo con solemnidad, sin que le temblara el párpado, como si no fuera él quien negoció en La Habana mientras las FARC seguían reclutando niños, extorsionando campesinos y expandiendo sus rutas del narcotráfico. ¡Ah, el método Santos! Ese que terminó con terroristas convertidos en congresistas, con curules de premio para quienes nunca conocieron la palabra arrepentimiento y con los impuestos de los colombianos financiando escoltas, camionetas blindadas y pensiones de oro para antiguos comandantes de fusil.

Y ahora, desde su altar de superioridad moral, se permite juzgar la “paz total” del presidente Petro como un fracaso. (nos referimos a la autoridad moral que no tiene el expresidente) Y ojo, que no está equivocado del todo, pero que lo diga él… eso ya es puro teatro del absurdo. Es como si el chef que quemó la cocina viniera ahora a criticar el fuego con el que cocinan los demás.

Santos dice que “los actores armados aprovecharon el proceso para fortalecerse”, como si eso fuera una novedad. ¿Acaso no fue lo mismo que ocurrió durante su mandato? ¿No fue precisamente bajo su égida que las disidencias florecieron, que los grupos criminales se reacomodaron y que el ELN se sintió envalentonado? Y ni hablar de los cultivos ilícitos, que crecieron como si llevaran fertilizante suizo.

Pero claro, la memoria es selectiva y el cinismo no conoce límites. Por eso, ahora se presenta como el visionario que advirtió, el sabio que tenía la receta, el guía extraviado que señala el camino perdido. Lo que resulta aún más pintoresco es escucharlo hablar de relaciones internacionales, en especial cuando lanza dardos sobre los tuits intempestivos de Petro. “Mire lo que provocó y lo que casi nos cuesta”, dice sobre las redes sociales del actual mandatario, como si él no hubiera tenido sus propios momentos de diplomacia creativa, como aquel coqueteo permanente con los Castro, con Maduro, y su famoso “cese bilateral” que nadie respetó, salvo los colombianos de bien que, ingenuamente, creyeron en su promesa.

Resulta cómico (si no fuera tan trágico) que el responsable del proceso más controversial de nuestra historia reciente venga ahora a cobrar factura política, a pontificar sobre lo que es correcto y lo que no. Pero así es Colombia, donde el olvido es más rentable que la memoria, y donde los héroes de papel se escriben solos sus epitafios.

El legado de Santos no es solo el de un país dividido, es también el de un sistema judicial complaciente con el crimen, una institucionalidad débil y una ciudadanía harta de ver premiado al victimario mientras la víctima sigue esperando justicia. Y todo eso, en nombre de una “paz” que nunca llegó.

Ahora que habla, no podemos más que escucharle con una sonrisa torcida, esa que mezcla indignación con resignación. Porque no hay nada más colombiano que ver al causante de la tormenta presentarse como el salvador bajo el paraguas.

Gracias por tanto, doctor Santos. Pero esta vez, mejor guárdese su Nobel en la vitrina y déjenos a los demás el esfuerzo de recoger los pedazos. Ya bastante costosa nos salió su falsa “paz”

Comparte esta entrada:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.