Imaginar futuros azarosos a partir de la lectura del presente, es el ámbito de las distopías; y cuando veo la lluvia de mezquinos golpes contra el presidente, en medio de la angustia de un pueblo, se me ocurre mi propia distopía sobre la Colombia de pasado mañana.
Mediados de 2021. Con victoria de China termina la carrera por encontrar la vacuna contra la COVID-19, que se crea muy cerca de Wuhan, se produce y se paga masivamente, aunque su distribución, a pesar del “clamor” solitario de la OMS, se demora para los países pobres y “medianos” como el nuestro.
En Colombia, por fin, arranca la reactivación plena, porque en su capital, que es el 26% de la economía, la alcaldesa, en abril de 2020, enfrentó la decisión del Gobierno de una apertura progresiva y decidió, con el argumento populista de la salud a ultranza, que “la cuarentena en Bogotá se levanta cuando haya vacuna”, sin reparar en la quiebra de los empresarios, en sus empleados despedidos, ni en los millones de informales.
No estaba sola. Su socio de otras épocas, el senador Petro, trinaba incesante que “No debe salir ni la manufactura ni la construcción; no es vital que salga su fuerza laboral”. Era paradójico: los supuestos defensores de los trabajadores no los querían dejar salir a trabajar con rigurosos protocolos, pero ellos, desafiando la enfermedad y empujados por el hambre, protestaban sin protección en las calles.
Llega 2021 y, con la economía a media marcha, todos los sectores, las regiones, las etnias, siguen pidiendo ayudas al Gobierno, que se había aplicado con coraje a preservar el sistema de salud y las ayudas a los pobres en el pico de la crisis, pero ahora sus arcas están vacías. Los bancos, que para abril de 2020 habían reestructurado deudas por más de 125 billones, hicieron un mayor esfuerzo a pedido del Gobierno, mientras las “barras bravas” de la oposición exigían condonación total y emisión, para pagar con “papeles” la continuidad insostenible de las ayudas, al estilo del sátrapa vecino, atornillado con el apoyo de la izquierda continental.
En medio del desastre, a Colombia no le fue tan mal y la economía empieza a repuntar, pero el país, que meses atrás le reconocía al presidente su enorme esfuerzo, está fracturado políticamente, por el ataque sistemático y mezquino de la oposición: Cepeda, el partido Farc y el centro-santismo, viudo de poder y contratos, en lugar de unir durante la crisis, se dedicaron a bombardear a Duque, y ahora arrecian sus ataques, incitando a la lucha de clases y la protesta callejera, permitida pero todavía peligrosa.
Se acerca una segunda Navidad a medias, y se acercan también las elecciones. Claudia, impedida, con ansias de sucesión apoya al candidato institucional de los verdes, mientras Petro se lanza, pero a la calle primero, con sus huestes de la CUT y Fecode, para acogotar al Gobierno y a Claudia, de paso, y deslegitimar cualquier opción que no sea la suya: el Socialismo Bolivariano salvador.
Volvamos a 2020. ESTO NO PUEDE SUCEDER. Con una economía golpeada, un fisco menguado, indicadores sociales desmejorados y una sociedad convaleciente, no podemos dejar la recuperación del país en manos de la izquierda criolla aliada de Maduro. Debemos cambiar la realidad desde hoy: Apoyo decidido a Iván Duque en sus decisiones para preservar la salud y reactivar la economía, y rechazo a quienes buscan sembrar pánico e inconformidad, para erigirse en salvadores con promesas populistas.
El futuro lo construimos hoy, distópico o promisorio. Como en la batalla contra el coronavirus: está en nuestras manos.