Siendo Subteniente recién egresado de la Escuela Militar fui trasladado al Batallón “Serviez” en Apiay.
No había entrado aún a operaciones de combate pues a los “nuevos” nos tocaba hacer el curso de “GILES” (Grupos de Inteligencia y Localización) que tuvimos la fortuna de recibir de mi Coronel (RA) Homero Rodríguez García, el famoso “Rayo”, Oficial experto en Operaciones Especiales, que para ese tiempo tuvimos la fortuna de tener como Mayor, Ejecutivo y Segundo Comandante.
Estando prestando de Oficial de Servicio en el batallón, una contraguerrilla nuestra tuvo un combate y un soldado cayó muerto heroicamente por acción de las balas enemigas.
El comandante del batallón, mi Coronel Carlos Roberto Carranza Ruiz, me designó para llevar el féretro y en compañía de su familia, dar un adiós al héroe en su pueblo natal, perdido en las montañas del Tolima.
Esa fue una de las experiencias más dolorosas de mi carrera militar y la que marcó profundamente mi existencia.
Al entregar el féretro con el cuerpo del héroe a su familia, sentí el inmenso dolor de su mamita, de su papá y sus hermanos y no pude contener mis lágrimas.
Sentí en mi alma la amarga pena que la ausencia de ese hijo y hermano amado iba a representar, todos los días, en la vida de esa humilde familia.
En ese momento me prometí que jamás iba a permitir que un hombre bajo mi mando muriera por acción del enemigo.
No pude cumplir con mi promesa, pues en los combates que tuve cayeron mis hombres aunque cobraron en su partida también la vida de algunos enemigos.
Me queda el consuelo de que no cayeron por mi culpa.
Cayeron en cumplimiento de su deber y en operaciones planeadas y ejecutadas con total inteligencia y coordinación para asegurar el mayor éxito posible.
¡Cómo me gustaría que a la ”caterva de descastados” le tocara, por compromiso moral, llevar a su familia el féretro con el cuerpo del héroe y entregarlo a su familia!
Tal vez así, estos malos hijos, sientan el dolor que siente la patria con cada muerte de cada uno de sus buenos hijos.
Esta reflexión también le cabe a los comandantes actuales.
No puede quedarles el peso en la conciencia de que nuestros soldados estén muriendo por su culpa.
La reciente muerte del oficial y los soldados profesionales en Nariño debe ser un evento para revisar qué está pasando con nuestra inteligencia y nuestro planeamiento.
Si la acción o la falta de acción del presidente y su ministro de defensa es lo que está generando esta parálisis que se refleja en fracasos, por compromiso moral con nuestros hombres y sus familias, debemos trazar una línea de reciedumbre de carácter y exigirle, no pedirle, a estos dos personajes que dejen a la inteligencia y a los encargados del planeamiento hacer su trabajo.
Sin interferencias de “Inteligencias extranjeras” (cubanas para ser más exactos), a las que ya se les empiezan a ver asomar las orejas.
Enviar a los soldados al combate, sin precisa inteligencia y acertado planeamiento, es mandarlos a la muerte.
Nosotros, todos, los oficiales que egresamos de la misma Escuela Militar no podemos faltar a nuestro juramento.
“No abandonar a nuestros compañeros, ni en acción de guerra, ni en ninguna otra ocasión”.
No lo olviden nunca.
Para su gentil reflexión.